viernes, 29 de octubre de 2010

Alcides Ghiggia



Difícilmente en la vida las cosas resultan como deberían. Vaya, digo, al final de cuentas dice Milan Kundera que la vida es un borrador que nunca se llevará a plasmar en obra final porque nada más contamos con una oportunidad. No hay oportunidad de comparar qué hubiera pasado si en lugar de hacer las cosas de una manera las hubiéramos intentado de otra... Entonces, nada más hay una manera de cómo pueden salir (y saldrán). Pero lo que quiero decir no es tan metafísico, es nada más afirmar que la vida no es una película. Al menos, generalmente no lo es.

Sin embargo, de vez en cuando los astros se alinean y ocurre algo que es digno de contarse. Son demasiadas coincidencias que forjan historias épicas, con héroes y villanos, con triunfadores y vencidos. La vida tenuemente se transforma en poesía a la que las palabras no le hacen justicia.

Como este es un blog de futbol me dispongo a contarles una historia que es por de más conocida: lo que pasó en la Final de la Copa del Mundo Brasil 1950, el mítico "Maracanazo".

Las cosas estaban preparadas para que fungiendo como anfitriones se coronaran. El primer paso para el festejo fue construir el estadio de futbol más grande del mundo, el Maracaná, con una capacidad de más de 170 000 personas. Brasil a lo largo del torneo mostró un paso arrollador. Tenían al mejor portero del Mundial, Moacyr Barbosa. El que terminó como campeón goleador, Ademir.

A diferencia de circunstancias actuales, el torneo se definió en ronda final de cuatro equipos, jugando todos contra todos. Brasil le había endosado 7 goles a 1 a los suecos, y un contundente 6 a 1 a los españoles. Uruguay cosechó un empate a 2 con España, y a Suecia la venció 3 a 2. El partido entre Brasil y Uruguay definiría al campeón. Uruguay tenía que ganar sí o sí, el empate le alcanzaba a Brasil para quedar campeón.

De cualquier manera, los brasileños no pretendían empatar. De este partido se han dicho tantas cosas que tienen el estatus de leyenda. Dicen que los directivos uruguayos hablaron con los jugadores antes del partido y lo único que les dijeron fue que evitaran recibir más de 4 goles, que con éso se daban por bien servidos. Los brasileños confiados ya tenían listas 500 000 playeras con la leyenda "Brasil campeón del mundo" para el festejo del día siguiente. Las portadas de los periódicos ya estaban listas. La fiesta era inminente.

Uruguay recibió un gol en contra al minuto 2 del segundo tiempo. Otra leyenda es que el capitán de Uruguay, Obdulio Varela, tomó el balón entre sus manos y pasó 5 minutos discutiendo con el árbitro para enfriar el ambiente. Schiaffino anotó el empate al minuto 21 y el estadio enmudeció.

Faltando 11 minutos, Alcides Ghiggia enfiló por la banda izquierda. Lo esperaban sus compañeros dentro del área. El portero Barbosa recorrió el área para interceptar el centro que esperaba. Ghiggia disparó a primer poste, Barbosa alcanzó a arañar la pelota pero fue a parar al fondo de las redes. El partido había terminado, Uruguay había conseguido sorprender al mundo.

Siguen las leyendas. Jules Rimet, el presidente de la FIFA, solamente tenía escrito un discurso de entrega en portugués por lo que la premiación se redujo a entregarle la Copa al capitán Varela.

La banda encargada de tocar el himno del país vencedor calló. No tenían la partitura del himno nacional uruguayo.

Varela no festejó. Dicen que pasó la noche de bar en bar, consolando a cuanto brasileño se le ponía enfrente. Los directivos uruguayos que habían desconfiado le regalaron un carro deportivo último modelo. Él lo vendió.

Los suicidios se dispararon ese año en Brasil.

El portero Barbosa, a pesar de ser nominado en el Equipo ideal del Mundial 1950, fue despreciado en todo Brasil. Su triste frase célebre: “En Brasil, la mayor pena que establece la ley por matar a alguien es de 30 años de cárcel. Hace casi cincuenta años que yo pago por un crimen que no cometí y sigo encarcelado; la gente todavía dice que soy el culpable”.


Dicen que no hay historias con finales felices. Éstos duran un momento que debería permanecer congelado. El fugaz presente se convierte en un futuro en el que todo termina. Nos vamos, se quedan otros, los triunfos se convierten en recuerdos, el olvido se adueña. El inmisericorde tiempo no se apiada de nadie.

El final de esta historia, el final que ahorita tiene, me gusta. Como dije al inicio, a veces las cosas resultan como debieran pasar. El Sr. Ghiggia es el único de los 22 jugadores que participaron en ese partido que sigue con vida. Él, que convirtió el 2º y definitivo gol uruguayo, ha dicho en su vida repetidas veces: "Solo tres personas han conseguido silenciar al maracaná...Sinatra, el Papa y yo".

Alcides Ghiggia, acompañó al equipo uruguayo a Sudáfrica 2010. Ese olvido del que hacía mención se ha encargado de enturbiar el recuerdo. Algunos de los jóvenes jugadores no tenían idea de quién era ese viejecito que los acompañaba. Solamente otro gran personaje del futbol, Sebastián "El Loco" Abreu, podía encargarse de darles una lección de historia e invitar a sus compañeros a sentarse con el héroe y escucharlo.

Ahí debería terminarse la historia. Desgraciadamente, si la vida fuera una película, Uruguay hubiera quedado campeón en Sudáfrica. Nada me hubiera gustado más. A veces la vida tiene muy mal gusto.


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