martes, 3 de diciembre de 2013

Me caga la soberbia

Me caga la soberbia. Ya lo dije. Me caga la soberbia, la petulancia, los aires de superioridad, el narcisismo y la condescendencia. Me desagradan in extremis los que menosprecian, los que subestiman, los que se sienten merecedores de todo y de nada sólo por ser. Me repugnan, vaya paradoja, los que juzgan, los que critican, los que escupen veneno sin aguantarse. Vomito, a fin de cuentas, a los que vomitan su odio -hacia el mundo, hacia el prójimo, hacia sí mismos- siempre que surge la oportunidad.

Me caga estar haciendo lo mismo que critico pero juro que es en contra de mi voluntad, tan sólo como último y único recurso para no estallar. No sé el por qué de tanta amargura y de tanto rencor. El mundo es bello (generalmente, al menos) y hay muchas cosas bellas para el que sabe buscar, reconocer y atesorar. Me caga ser cursi pero no es el tema. 

He aprendido pocas cosas en esta vida, tal vez una por cada día vivido. Una de las lecciones más importantes que he adquirido es que la sabiduría está en todas partes: en el niño, en el anciano, en la pareja de jóvenes casados, en el lavacoches, en el mesero, en el taxista -por éso nunca los interrumpo- y hasta en el tuitero. Por éso escucho, leo, observo y pruebo. Nadie posee una verdad absoluta, ni siquiera esta verdad que acabo de aventar. ¿Por qué sentirse seguro? ¿Quién les dijo tal mentira? ¿Por qué no dudan? ¿Por qué no aman? ¿Por qué?

Me desgasto observándolos, cuestionándome y entristeciéndome por ellos. La vida no es así. El cinismo no conduce a la felicidad. De sentirlo así, es una felicidad vacía, banal y vana. Es una trampa, una trampa maldita. 

Qué existencia tan triste y tan vacía la de esas personas. Buscan a los suyos, se metastatizan, contaminan a los optimistas y buenos y nobles que encuentran. Se burlan de la ingenuidad, de la inocencia y de la castidad. Corrompen por despecho, por diversión, por mero aburrimiento. Corrompen por el placer de destruir lo bello. 

No se me ocurre solución alguna para estos seres. Sonreírles, quizá. Evitarlos es lo más sano pero también lo más parecido a lo que ellos harían con uno.

Me caga la soberbia y me caga que sea vista como una virtud, como una cualidad y una herramienta social porque me lleva a ver qué jodidos estamos como especie. 

Me caga tanto que por éso elijo rodearme de gente noble, humilde y bondadosa para borrar mi propia soberbia.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Los no-enamoramientos

No es la primera vez y no será la última, probablemente. La miro, sonrío, me ruborizo, sudo, la taquicardia, las pulsaciones y el habla incoherente y frenética. 

Me viene pasando desde segundo de kinder, mira. Ésa fue la primera vez que me "no-enamoré" de una chica. La veía desde lejos, no recuerdo su nombre pero era la niña más bonita del salón. No recuerdo haberle hablado pero se veía perfecta e inalcanzable, entonces, debía ser mía. Y fue mía, al menos en mis pensamientos. Recuerdo la ceremonia de graduación de kinder y la recuerdo bailando con otro. A mí me tocó bailar con la más gorda -que era también la más alta y por éso me emparejaron con ella-, vaya presagio. Nota al margen: jamás he estado con una gorda. No es que haya algo de malo en ellas, vaya.

Fue la primera vez que se me estrujó el corazón por algo idílico e inexistente. Desde entonces sabía que sería médico pero que mi hobby sería construir castillos. A veces con más cimientos que en otras ocasiones, pero qué importan éstos si el castillo se asienta en el aire. Recuerdo haber llorado en silencio y en lo secreto. Tal vez no importaría mucho puesto que el año siguiente me enamoré de mi maestra. El nivel de loser que manejo desde entonces no tiene parangón: iba con corbata a la escuela para ver si éso funcionaba. La diferencia de edades no me importaba desde entonces. Un pequeño crack. 

Ahí pararon los no-enamoramientos por un tiempo. Estaba en una escuela exclusiva para varones y, a pesar de lo que dicen las malas lenguas, jamás he sentido interés por los hombres. Me resultan aburridos, predecibles e insulsos, generalmente. Fue un lapsus de sequía y de, más que nada, futbol. Un lapso de paz que no he vuelto a sentir desde entonces, para ser honesto.

Para un tipo como yo, acostumbrado a pensar más de lo que habla, era difícil -por no decir imposible- conocer chicas. A veces veía a alguna a lo lejos y me retaba a acercarme, a hacer algo que llamara su atención: jugar con mis primos menores para inspirar ternura, adoptar pose de perdonavidas y de muchachorudo para destilar misterio. Ninguna de estas actitudes funcionaba y entonces cada nueva historia encontraba su único posible desarrollo en mi cabeza. Estoy acostumbrado desde entonces a soñar despierto porque era la única forma en la que todo salía bien. Ahí era seguro, asertivo, agradable y gracioso. Ahí me devolvían la sonrisa y me miraban con ilusión, con un deseo más profundo y nutritivo que el mero e incipiente pero desconocido deseo sexual. Ahí podía imaginar a qué sabrían sus labios, qué se sentiría saberse causa de sus alegrías, a saberme envidiado y admirado por aquéllos que en la vida real siempre recibían la atención de ellas que recibían mi adoración secreta.

No pretendo hacer un recuento de mi larga lista de no-enamoramientos. Lo que quiero es dejar claro que no es cosa nueva y que no percibo un final cercano para ellos. 

Eventualmente empezó a irme mejor. Ya no eran cuestiones imaginarias y me di cuenta que prefería los no-enamoramientos. Lo real es más complicado, más desgastante, más doloroso. Pegué el estirón -sin albur- y adelgacé lo suficiente como para saberme y sentirme observado. No, gracias. Prefería lo imaginario. A veces/siempre todavía lo hago.

Entonces no son cosa nueva. Me siguen pasando. Si en la vida real me ocurría con bastante frecuencia, al insertarme de lleno -sin albur, otra vez- en el mundo de Internet se ha multiplicado exponencialmente. Hay tantas mujeres interesantes, tantas mujeres guapas, tantas mujeres inteligentes y tantos no-enamoramientos posibles.

Yo sé y estoy consciente de que es tan patético que da risa. No sé si las elijo porque sé que probablemente no me corresponderán. No sé si estoy siguiendo un patrón de auto-cockblock. No sé si se trata de que pongo obstáculos en mi camino en apariencia insorteables para que la historia real sea digna de ser comparada con mis cientos de historias imaginarias. No sé por qué a veces rechazo y huyo de lo real. No sé si alguna vez me he enamorado realmente o si se trata de una serie interminable de no-enamoramientos. No sé, no sé, no sé.

Lo único que tengo por cierto es que en cada final de cada uno de esos no-enamoramientos siento lo que sentí cuando vi a esa niña bailando en la graduación del kinder con otro tipo: un dolor bastante real en el pecho y la necesidad de clavar mi cabeza en una almohada para llorar hasta caer rendido.

jueves, 1 de agosto de 2013

Mi abuelo Cosme


No deja de sorprenderme cómo pasa el tiempo y a uno lo arrastra. La vida siempre continúa. ¿Por qué? Porque debe continuar, porque así lo marca la sociedad, los estatutos no escritos pero implícitos y sobreentendidos. Todos los días mueren miles de personas por causas diversas y es difícil entender que cada número era una vida. Es difícil hasta que uno roza de cerca con el único evento verdaderamente inescapable para todo ser vivo: la muerte.

Hace casi un mes que falleció mi abuelo Cosme. Pensé en escribir sobre él inmediatamente pero lo fui postergando por diferentes motivos. No me gusta presentarme en público con mis tristezas y pesares porque puede ser malinterpretado como un intento poco discreto de llamar la atención, como un deseo de recibir pésames poco sinceros y cariño barato. Nadie me asegura que lo que yo pueda escribir sea un digno homenaje o que tenga una trascendencia cósmica -o cómica- pero heme aquí intentándolo. 

¿Qué puedo decir de mi abuelo? Fue un hombre fuerte, recio, duro. Lo recuerdo fumando sus Raleigh los domingos por la tarde mientras alguno de mis tíos estaba en el asador. Recuerdo las botellas de vidrio que siempre había en su casa. Recuerdo llegar a su casa y, siendo tan chiflado entonces como lo soy todavía, cambiar el canal para ver el futbol en lugar de los toros. 

Recuerdo la única vez que fuimos a la plaza de toros en Monterrey: mucho calor, mucho fastidio, mucho aburrimiento. Él siempre fue un amante de la tauromaquia. Nos contaban mis tíos que en su juventud él iba a los ranchos con sus amigos para torear vaquillas por el simple placer de torearlas. Plantarse valiente a pesar de los nervios frente a un animal para hacer suertes y peripecias con capote y muleta. Recuerdo haber preguntado mil y una veces si ya se iba a terminar la corrida. Recuerdo siempre haberlo molestado juguetonamente por el hecho de que los toreros usaban la coleta, el vestido de luces ceñido en exageración, por el salvajismo del toreo, por las artimañas de los ganaderos para disminuir el riesgo de los toreros. Recuerdo haber recorrido medio Madrid en un día buscando un sombrero que mi abuelo me encargó. Recuerdo haber entrado a la plaza de Las Ventas sólo para mostrarle las fotografías a mi regreso. No pretendo hacer una apología del toreo pero sé perfectamente que durante el resto de mi vida pensaré en mi abuelo siempre que vea algo relacionado a los toros.

Recuerdo a mi abuelo Cosme al lado de mi abuelo Rogelio. Los dos muy hombres y muy fuertes. Uno malhablado, rudo, tosco y gordo. El otro de lentes, silencioso, serio y delgado. Los dos enfermos. Los dos adelgazando cada vez más. Los dos viejos y desgastados pero igual de hombres.

Recuerdo a mi abuelo Cosme al lado de mi abuela Cecilia. Ese hombre fuerte y malhablado se doblegaba ante una mujer pequeñita de tamaño pero enorme en fortaleza. A donde ella iba, él la acompañaba. Él era su protector, su guardián, o al menos éso me parecía entonces. En retrospectiva creo que ella lo cuidaba a él y él se aferraba a ella porque ahí encontraba su lugar. 

Recuerdo los últimos días. Llevándolo al hospital para que le hicieran una serie de exámenes. Llevándolo con el urólogo a consultar. Tomándole la presión arterial cada 20 minutos hasta que se normalizara. Su impaciencia y desesperación por tener que estar acostado, esperando al efecto de los medicamentos. A él buscándola a ella con la mirada, pidiéndole su mano sólo para estrecharla en la suya y sentirse tranquilo. A mi abuela al lado de su cama, una mujer chiquita siendo la torre de su gigante.

Recuerdo el último día. La casa llena de tíos y primos. Recuerdo haber llegado y encontrado a mi papá. "Tu abuelo preguntó por ti, ve con él", me dijo con el habla entrecortada. Recuerdo haber entrado y aferrado su mano, a él sonriendo pero con la respiración estertorosa y difícil. Haber tomado una toalla mojada en agua fresca para limpiarle el sudor de la frente y del cuerpo. Haber estado a su lado, sujetando su mano hasta que poco a poco dejó de respirar y la vida se extinguió dentro de él. Haber abrazado a mi abuela, tranquilizándola y siendo fuerte porque éso es lo que se espera de un hombre. Porque soy nieto de mis abuelos y no puedo ser diferente.

Recuerdo por sobre todas las cosas haberle preguntado a mi abuela en el sepelio cómo se conocieron. Ella me contó que estaba en un baile acompañada de sus hermanas y de repente sintió como le jalaban el pelo a sus espaldas. Volteó y ahí estaba él. "Era un grosero", me dijo mi abuela. Así se conocieron y desde entonces estuvieron juntos. 

Fue un hombre duro, con virtudes y defectos, con mucha fe y muchas dificultades. Lo menos que puedo hacer es hablar de él y de su historia, que como todas las grandes historias personales, fue siempre una historia de amor.

Aquí te extrañamos, Popome.

lunes, 27 de mayo de 2013

La depresión

He llegado a un punto de mi vida en el que trato de evitar de forma consciente toda lamentación o lloriqueo. Siento que no tiene mucho caso y sí mucho de patético porque es una forma bastante burda de llamar la atención, de generar afecto y empatía. "Me siento mal y quiero que me consuelen" aunque dicho consuelo rara vez satisfaga las necesidades del desconsolado. 

No juzgo a los que lo hacen. Yo mismo lo hice durante mucho tiempo y de diferentes maneras. Todavía hoy, aunque me resisto a hacerlo, supongo que lo hago. 

Voy a contar mi historia de forma exageradamente resumida pero, créanme, tiene un propósito la siguiente exposición narcisista. Creo.

Siempre fui el alumno más destacado, el muchacho tímido, algo serio pero bien intencionado. Siempre pensé en estudiar medicina. Siempre me enamoré estrepitosa e inmaduramente. Siempre estuve en el camino correcto hacia el destino que todos esperaban de mí. Un camino que yo elegí y que me autoimpuse. Siempre fui un ejemplo a seguir y en repetidas ocasiones me lo dijeron. 

Entonces hace casi 3 años me derruí sin hacer ruido. No tenía motivos para hacerlo, al menos no aparentes. Tenía una novia poco menos que perfecta, una familia amorosa y comprensiva, amigos bastante decentes en su indecencia y un estatus social bastante aceptable. Conocido, querido y respetado, en general. 

No me fue suficiente. Muchas cosas me preocuparon. Siempre había visto la realidad como a través de un espejo retrovisor, sin fijarme en la advertencia: "Objects in mirror are closer than they appear". La vida era algo que le pasaba a otro, era un show de TV. Empecé a ver los hilos que me movían y yo no quería ser un títere. 

¿Qué hice? Me escondí de todos, hasta de mí mismo. Nadie sabía lo que pasaba y me encargaba de fingir y de mantener las apariencias. Sonríe, güey, nadie tiene por qué darse cuenta. Cubría un engaño con otro y empecé a faltar a clases y a las prácticas en el hospital y a las reuniones con mis amigos y a los exámenes y a todo lo que pusiera en riesgo mis excusas. Me iba a caminar por las calles con un libro en la mochila y música en los oídos. Bastante poético, güey. Pura literatura. 

Lloraba seguido, sin motivos aparentes. Todo me sobraba. Empecé a rodearme de gente "mala". Empecé a hacer cosas que jamás contemplé hacer. Empecé a mancharme y a desconocerme. Todavía hoy a veces me cuesta verme al espejo. 

Le hice daño a muchas personas; principalmente, a mí. No le hace, así síguele. En algún momento ésto tiene que detenerse. 

Choqué terriblemente. El carro fue pérdida total y yo salí sin un rasguño. No importa, tú sigue fingiendo tantito más. Fue un accidente, ajá.

Las personas empezaron a alejarse de mí. Las que no se alejaban voluntariamente, eran alejadas por mí. Verlas y confrontarlas y  aceptar su ayuda era enfrentar mi situación. Para qué. Sáquense a la chingada, yo puedo solo.

Entonces confirmé que la mierda siempre flota. No se puede ocultar todo, todo el tiempo, a todas las personas. Las mentiras son temporales y eventualmente se rompen. Uno las remienda pero se notan los parches. Entonces tuve que aceptar ayuda en contra de mi voluntad y empezar a ver mis problemas.

Tuve que empezar de nuevo en muchas cosas. Algunas relaciones quedaron dañadas permanentemente. No elegí estar deprimido pero sí elegí cómo manejarlo. Mejor dicho: elegí no elegir y ese camino me llevo al fondo del pozo.

¿Cómo mejoré? Estoy mejorando, creo. No fue magia ni pasó algo extraordinario repentinamente. Igual que llegó se está  yendo: despacio, a veces de forma imperceptible pero cada mes que pasa me siento mejor. Llegué a pensar muchas veces en terminar con todo porque no me sentía con fuerzas suficientes. A veces me siento débil pero sé que todo pasa. 

A veces me siento triste, como todos pero trato de sonreír y de sublimarlo. Me siguen pasando cosas muy tontas y a veces cometo estupideces contra mí y contra los demás. Trato de reírme igual de ello. 

No sé si todo estará bien ni puedo prometerle a nadie que lo estarán. Lo que a mí me sirvió puede que no les resulte útil. Sin embargo, mi consejo es éste: háblenlo.

Si no se sienten capaces de hacerlo solos, busquen ayuda profesional. Estuve/estoy en psicoanálisis y durante mucho tiempo tomé antidepresivos y pastillas diversas. Llevo casi un año sin necesidad de ellas pero fue paulatino.

Déjense querer y no se sientan solos. Hay muchas personas como nosotros y siempre hay alguien con quien hablar de estas tonterías. 

A veces me costaba ver la salida del túnel. Ahorita les puedo decir que esa salida existe. Tal vez existirán otros túneles y otras desviaciones en el camino pero arrieros somos y en el camino andamos.

Ánimo y un abrazo para los güeyes y un beso para las damas.

viernes, 12 de abril de 2013

Divergencias

Hay ciertos segmentos del camino que he transitado de los cuales me arrepiento. Tal vez porque fueron innecesarios y en otros tantos me dejé arrastrar por mis pies sin prestar atención a las desviaciones pero, en retrospectiva, de algo sirvieron. Aunque sea para tener algo que escribir.

Sin embargo, no me arrepiento de haberla amado. Mejor dicho: de amarla. No quiero ni puedo hablar de ella en otro tiempo que no sea el presente. El amor es una cosa de la que se escribe mucho y no sé qué tanto se haga correctamente. Tal vez amar es, como dice un amigo, una "simple excusa para coger". No sé pero quiero pensar que es otra cosa, algo valioso.

En estos momentos aciagos en los que trato de escapar de mis pensamientos y de marcarme una sonrisa en el rostro, debo confesar que a veces pienso en cómo sería todo de no haberla conocido. No es que me arrepienta, insisto, pero siento curiosidad de lo que hubiera pasado en esos caminos que no exploré al haberla elegido. (¿O el camino me eligió a mí? Da igual).

Para brindar un poco de contexto: estuve dos años tras de ella. La terquedad y el afán de perseguir lo que quiero en contracorriente es algo que comparto con los salmones. Esos dos años no fueron continuos pero ésto ella jamás lo supo. Hubo dos ocasiones en que, al ser rechazado, huí buscando algo más. La primera llevó a una relación que duró un mes y me dejó una terrible anécdota que reservo para otra ocasión. La segunda fue posterior al fin antes del comienzo y es la que me intriga hoy.

Tres meses antes de recibir el "sí" tan anhelado, busqué una conclusión definitiva y, al presionarla, recibí la negativa terminante: "Nunca vamos a ser algo más que amigos". En aquel momento me alejé sin hacer aspavientos y decidí buscar algo más.

Apareció ella. Cuestiones de apellido. Era mi primera rotación en el hospital como interno. Ella Ríos, yo Robledo. Pasamos varias noches de guardia: consultando pacientes, haciendo papelería, tomando signos vitales, bromeando, platicando. Lo normal en el ambiente hospitalario. Era guapa, inteligente, con un sentido del humor cáustico y amplia sonrisa. Me sentía cómodo con ella y me gustaba. Los demás internos bromeaban respecto a nuestras discusiones y nuestras peleas. Algo había.

En una ocasión la invité a salir. Pensó que bromeaba pero le dije que quería tratarla bien. Aceptó con más intriga que convencimiento. A la noche fui por ella y fuimos al cine. Ya nos conocíamos, no era imprescindible hablar en la "primera cita". La película era un bodrio de Adam Sandler sobre un soldado judío de la Mossad. En un lapso de la noche tomé su mano. Volteó a verme sorprendida sin retirar la mano ni ofenderse. Me sonrió.

Salimos de la sala, burlándonos de la película y enfilamos rumbo al coche. Era medianoche y el estacionamiento estaba prácticamente vacío. Volteé hacia ella y la besé. Me respondió. No supe qué decir y seguí besándola, pensando sólo en el momento y en las sensaciones táctiles, en la humedad, en la tersura de su lengua, en la piel descamada en sus labios, en el sabor a menta de su aliento, en el olor a shampoo barato de su cabello, en el perfume que había esparcido cuidadosamente por su cuello y sus manos. Yo estaba enamorado de otra y lo que menos quería era pensar pero ahí estaba: pensándola.

Salimos. No recuerdo qué le dije. Alguna tontería, supongo. Algo para hacerla reír, para hacerme reír a mí mismo y evitar pensar en lo que estaba pasando. Me sentía culpable, como si me estuviera traicionando pero al mismo tiempo emocionado y contento por ser correspondido por una mujer atractiva e inteligente. Después de besarnos otro rato la dejé en su casa. No recuerdo qué hice después aquella noche.

Éso fue un sábado hace cinco años. Una semana después, después de tres meses de haber cortado todo tipo de comunicación y de haber vivido algunos momentos incómodos al toparnos en fiestas y reuniones, ella me buscó. Ella, la de entonces y la de ahora.

Hace unos dos años en una librería vi una novela que jamás leí: "Si me dices ven lo dejo todo pero dime ven". Estaba con ella y le enseñé el libro, sonriendo por una broma que ella no podía entender. Me miró extrañada y yo no traté de explicárselo. Éso fue lo que pasó: ella me dijo ven y yo dejé todo. Igual lo haría ahorita. A veces pienso que sólo estoy esperando que me diga "Ven".

Una semana después de que me buscó ya era mi novia. Ascenso meteórico y desplome estrepitoso en el transcurso de cinco años.

No me arrepiento. Nunca lo he hecho y nunca lo haré pero a veces pienso en esos labios y en esa chica que es mi colega y a la que no vuelvo a hablarle desde esa noche en que ella me buscó.

jueves, 21 de marzo de 2013

La guerra en un estadio de futbol: Croacia vs Serbia

Todos los días hay juegos de futbol. No lo digo en tono romántico o lírico, refiriéndome a los millares de partidos a nivel amateur. Es cuestión de estadística y de objetividad: hay cientos de ligas de futbol en el planeta (209 países están registrados como miembros de la FIFA), por lo que todos los días y prácticamente a toda hora hay un estadio, hay público y hay futbolistas persiguiendo un balón. 

Obviamente es imposible estar al tanto de todos los encuentros. Entonces uno forma su criterio de selección y le asigna importancia a los encuentros. Sigue por obligación moral y por convivir a los equipos de su propio país. Sigue, por supuesto, las ligas europeas... pero no todas, no nos volvamos locos. Hay que estar moderadamente al pendiente de la liga española, la liga inglesa, algo de la italiana y digamos que también de la alemana. Claro está que no hay que ver a todos los equipos. No es lo mismo un Barcelona vs Real Madrid que un Hoffenheim vs FSV Mainz 05. 

Lo anterior es en cuanto a nivel de clubes pero en cuanto a selecciones nacionales hay que aplicar un criterio sencillo: nivel esperado del partido + importancia del mismo. Hay varias selecciones "importantes" pero hay "pocos" torneos. El más importante es la Copa del Mundo y, por ende, los partidos clasificatorios son imprescindibles... pero no todos. Se entiende que uno no esté al pendiente de la eliminatoria asiática, africana y de ciertas naciones europeas. El resto de los encuentros son obligación para cualquier futbolero que se precie de serlo, al menos conocer el resultado final y los autores de los goles. 

Serbia vs Croacia. No es un partido imprescindible si siguiéramos el algoritmo tan complicado que expuse en el párrafo anterior. No son malos equipos de futbol y es importante para ambos equipos en su camino a Brasil 2014 pero el resto del mundo no se inmutará si ambos quedan eliminados. ¿Dónde radica la importancia de este partido? Hay varios factores implicados para hacer de éste el partido más importante de esta fecha FIFA.

  • El 13 de mayo de 1990 fue el último encuentro entre el Dínamo de Zagreb y el Estrella Roja de Belgrado, de la ya inexistente Liga Yugoslava. Nunca se llevó a cabo. Los barras bravas de ambos equipos invadieron la cancha para agredirse. No fue un odio motivado por cuestiones futbolísticas: Croacia quería su independencia y Yugoslavia estaba en crisis, en gran parte debido al presidente serbio Slobodan Milošević. Croatas y serbios se odiaban por cuestiones políticas y raciales. La policía intervino violentamente en contra de los aficionados croatas con tal vicisitud que un joven futbolista de 20 años, Zvonimir Boban, futura estrella del AC Milan, atacó a uno de los policías con una patada voladora. Fue la "Patada que sacudió los Balcanes" y, extraoficialmente, fue el inicio de las Guerras Yugoslavas. Ésto sucedió en el Maksimir Stadium de Zagreb.




  • Los directores técnicos de ambos equipos son exfutbolistas: Sinisa Mihajlovic de Serbia e Igor Stimac de Croacia. Ambos jugaron en su juventud con la selección nacional de Yugoslavia y quedaron campeones en la FIFA World Youth Cup de 1987. Mihajlovic jugó para el Estrella Roja de Belgrado y Stimac para el Hajduk Split. Poco después de un enfrentamiento entre los policías croatas y la milicia yugoslava/serbia el 2 de mayo de 1991, se enfrentaron ambos equipos en la final de la copa yugoslava. Los integrantes del Hajduk salieron al campo con bandas luctuosas en sus brazos, en honor de los policías croatas caídos en el enfrentamiento. Al sonar el himno nacional de Yugoslavia, los jugadores del Hajduk mantuvieron la mirada en el suelo en vez de observar la bandera nacional. Al encontrarse en la mitad de la cancha los capitanes de ambos equipos, Mihajlovic y Stimac, el croata se acercó a Mihajlovic y (supuestamente) dijo:
         «Ojalá que nuestros muchachos maten a toda tu familia en Borovo»

  • Sobra decir que ambos son enemigos a muerte desde entonces. En ese momento las líneas telefónicas        estaban inoperantes y Mihajlovic desconocía la situación de sus familiares. Pasó el encuentro intentando lesionar a Stimac y ambos terminaron expulsados.
  • Mihajlovic ha dicho en repetidas ocasiones desde entonces que Igor Stimac es la única persona a la que mataría si pudiera hacerlo. Stimac niega haberle dicho algo al serbio y asegura que Mihajlovic trata de demostrar su filiación política a tal extremo debido a que su madre es croata.
  • Ambos han sido relacionados con criminales de guerra en sus respectivos bandos. En noviembre del año pasado fueron exonerados de sus acusaciones dos generales croatas y Stimac estuvo presente, al igual que 60,000 croatas, para celebrar la liberación de sus héroes. «Ellos son los héroes más grandes en nuestra historia. Espero que puedan estar en nuestro siguiente partido y podamos hacerles un homenaje previo al encuentro».
  • Ese encuentro es el que disputarán mañana las selecciones de Croacia y de Serbia en el Maksimir Stadium de Zagreb donde estalló la guerra. El primer enfrentamiento en la historia de ambas naciones, lastimadas y heridas aún después de tantos años de haber terminado el conflicto bélico. Ambas federaciones establecieron que no habría aficionados visitantes en los dos encuentros que tienen que disputar.
  • Ambos seleccionadores han intentado dejar de lado sus diferencias en aras de minimizar la posibilidad de que estalle la violencia. Stimac asegura que deben evitar que el juego sea una continuación de la guerra y que si hay cantos nacionalistas en las tribunas ordenará a sus jugadores que abandonen el campo. Mihajlovic dice en el mismo tono que si alguno de sus jugadores es expulsado por conducta poco deportiva o incita al público a la violencia, será el último partido en el que será convocado. Señaló que tanto él como sus jugadores aplaudirán el himno nacional de Croacia como muestra de respeto pero que daría tres años de su vida para poder participar en este partido.

El tiempo sana todas las heridas pero éste fue el conflicto bélico más grande desde la II Guerra Mundial. Las selecciones de futbol no son Patria pero son símbolos que apelan al sentido de pertenencia. Hay partidos importantes debido a lo que podría ocurrir dentro del terreno de juego pero hay encuentros que son tal vez más trascendentes por el impacto que tienen fuera del estadio. Hay resentimiento en ambos lados, hay dolor, sangre y lágrimas. La vida es más importante que un encuentro de futbol pero les aseguro que difícilmente alguno de nosotros podrá sentir lo que esos dos países sentirán el día de mañana. 

Sólo queda esperar que futbolistas, directores técnicos y aficionados recuerden que el futbol es tal vez el juego más importante y bello en el planeta pero no deja de ser éso: un juego.


lunes, 25 de febrero de 2013

Gustos

Vivimos en tiempos fascinantes. Es un cliché pero no deja de ser real. El intercambio de conocimiento es (hasta ahora) gratuito, (todavía no pero en vías de serlo) universal y libre de censura. Un smartphone es un medio para ahogarnos en la cultura de nuestra civilización, con todas sus bondades y calamidades. Depende entonces del usuario discernir en qué áreas enfocarse. Es cuestión de gusto.

Entiendo a los cánones de la belleza como estructuras cambiantes, maleables y etéreas. Lo que a uno le parece bello, a otro puede parecerle repulsivo. No tiene nada de malo eso pero creo que a muchos les amarga la libertad de elegir del otro. El esnobismo no es una novedad pero se ha convertido en una pandemia contemporánea. Eso en vez de molestarme, me entristece.

Es riesgoso atreverse a exponer las preferencias. Es riesgoso mostrarse. En lugar de sumergirnos y enriquecernos, catalogamos y enjuiciamos. En lugar de compartir y hacer comunidad, reservamos egoístamente y segregamos a los diferentes. Entiendo. Estuve ahí y a veces todavía estoy: uno desea sentirse especial, diferente, poseedor de buen gusto y de originalidad. La vida me ha enseñado que esas diferencias hay que celebrarlas, apreciarlas y observarlas con detenimiento para aprender de ellas. Agradezco que existan personas diferentes a mí y con gustos diferentes a los míos porque me permiten observar la vida con miradas distintas, salir de mí y apreciar la belleza en todas sus manifestaciones.

A veces siento una indignación muda al toparme con paladines del buen gusto, obstinados en imponer sus percepciones a los demás. Un libro, una película, una canción, una pintura, una fotografía, una escultura o una serie de TV dicen cosas diferentes a personas diferentes. ¿Quién soy yo para criticar a Madonna? ¿Quién soy yo para vilipendiar a Harry Potter? Si un ama de casa atribulada encuentra solaz en "50 Shades of Grey", ¿en qué me afecta? ¿Es necesario que todos disfrutemos de la música clásica o de Cortázar o de Rembrandt o de Warhol? 

No pretendo hacer una apología de la mediocridad. Más bien, esto es un intento de evocar empatía. Uno es lo que ha sido y sus circunstancias. No debería exigírsele igual al que ha tenido todas las oportunidades de enriquecimiento intelectual y/o cultural que al que solamente tiene a su alcance la TV local. 

El hecho de que te guste el reggaetón o el cine de Michael Bay no te convierten en un pendejo. El hecho de juzgar desde tu superioridad moral sí te convierten en un pobre tonto a mis ojos.

Tal vez todo esto lo escribí para justificar mi gusto por los Backstreet Boys.

martes, 15 de enero de 2013

Putas

Se involucran en un mundo que les descarta cuando la Naturaleza les arrebata los regalos que recibieron inmerecidamente. Sus cuerpos, otrora jóvenes, atléticos y bellos, ya no son suficiente. Aún así, se aferran con uñas y dientes al escenario, luchando contra el Padre Tiempo, siendo recibidos por aquellos que apuestan a su favor más por lástima que por convencimiento. Nunca es lo mismo "Los Tres Mosqueteros" que "Veinte años después".

Es triste porque la mayoría no tuvo una elección al respecto. La necesidad, el hambre, la pobreza y la falta de educación les robaron oportunidades. Entonces, apuestan todo a una profesión criticada por los intelectuales de sillón, a un sueño fugaz en el que reciben la admiración y devoción de unos al mismo tiempo que la crítica y el escarnio de otros. Se saben divinidades etéreas desconociendo que su permanencia en los altares es limitada.

Son pedazos de carne que se muestran ante un público voraz, insaciable, ante una multitud enfervecida integrada por hombres de todas las clases sociales, económicas y culturales que se unen buscando respuestas a preguntas no mencionadas además de una escapatoria a la realidad que los agobia. En esos pedazos de carne intercambiables y desechables exteriorizan los traumas, complejos y necesidades que no se atreven a mostrar en público. Los buscan para amarlos, gritarles, odiarlos pero siempre para verlos. Son adorados y cargan una cita pendiente con el olvido.

Se sienten imprescindibles pero son mercancía. Se muestran ante todo tipo de compradores, siempre sonrientes y con una palabra amable detrás de los labios. Algunos humildes y otros, sabiéndose especiales, pletóricos de soberbia. Invariablemente ambos materia prima. Se compran, se venden, se prestan y se vuelven a vender al mejor postor. Siempre sonriendo. Rozan la gloria pero, todavía más peligroso, cosechan dinero a manos llenas. Estos pobres trozos de carne que ahora tienen la posibilidad de gastar en todo aquello que jamás soñaron, ceden gustosamente a la ceguera del que ansía eternizar un pasaje. Reciben lisonjas en tal cantidad que terminar por creerse merecedores absolutos de ellas. Ciegos, sordos pero jamás mudos, ceden a las tentaciones que el dinero fácil trae consigo. Es difícil mantener la cabeza y el corazón frío cuando uno ha dejado tanto en el camino.

Rara vez poseen un plan de contingencia. Al terminar pocas veces existe algo más dentro de ese mundo. Finaliza su tiempo en el escenario y son forzados a esconderse, a renunciar. Tal vez los recuerdos les basten. En el mejor de los casos, poseyeron la inteligencia para preservar un poco de todo aquello que ganaron. En el peor, lo único que les queda es la esperanza de que tal vez un romántico empedernido acuda en su búsqueda, alimentando el ego que las multitudes convirtieron en un monstruo de feroz apetito.

Existen porque sacian una necesidad. La demanda exige que haya oferta. No saben la importancia que tienen para nosotros y jamás les permitirán saberlo. La verdadera suciedad sobre los escritorios de los dueños del negocio donde cuentan su dinero e ingenian maneras para incrementar las ganancias. Es un negocio global donde la internacionalización es necesaria puesto que la materia prima difiere según el lugar de procedencia. Son pedazos de carne caucásicos, negros, latinos y orientales. Son pedazos de carne con diverso valor pero, a final de cuentas, productos. Por eso sus derechos han sido aplastados viciosamente en el transcurso de los años, prohibiéndoseles la unión sindical, siendo ignorados una vez que desaparecen de las cámaras. Carecen de seguros, de garantías o certidumbre. Les exigimos todo y nada les perdonamos. Es su culpa por meterse en eso.

Los futbolistas y las putas no son tan diferentes.

miércoles, 2 de enero de 2013

El Perdón

Somos rencorosos, a pesar de lo que queramos pensar de nosotros mismos. Es difícil librarnos del deseo de revancha, de justicia, de sentarnos a la mesa a disfrutar de un frío plato de venganza. Tan fácil y tan cómodo que es justificar nuestros errores con un "Eres humano", como si al ser generalizado un defecto fuera comprensible y hasta loable. 

Le guardamos rencor a los que nos lastiman consciente e inconscientemente, a los que avanzan más rápido y más lejos que nosotros, a los que poseen lo que nosotros 'merecemos', a los que todo les sale bien, a los que hieren a los que amamos, a los egoístas, a los soberbios, a los ricos, a los locos, a los tontos, a los criminales, a los que hacen la guerra, a los políticos y a una larga lista de etcéteras. Más que a ningún otro, le guardamos rencor a la primera persona del singular: al Yo.

Estamos tan acostumbrados a los reclamos y a las exigencias que los incorporamos a nuestros procesos mentales hasta que la autoinmolación forma parte de nuestro día a día. Debí haber hecho más, debo hacer más, deberé hacer más. Los por qués ya no son tan importantes y, si acaso surgen, son simplistas: para tener más, porque así debe de ser, porque así es la vida, porque es lo que se espera de mí. Qué facilidad tenemos para abandonarnos al yugo de la vida. Qué prontos a "disfrutar" de las mortificaciones y los cilicios mentales. 

No sé, tal vez generalizo en  un intento de sentirme "parte de", de aspirar a la muchedumbre para no sentirme solo en ésto. Sin embargo, no creo ser el único que pasa largos ratos analizando lo que pude haber sido, lo que pude haber hecho, lo que debí haber dicho para que las cosas fueran diferentes, tal vez mejores. Pensar en los errores cometidos, en los aciertos perdidos, en las oportunidades desaprovechadas y en el tiempo que se esfumó. Pensar en los daños y en las heridas y en las sombras y en las lágrimas y en las noches en vela y en todo éso que me hizo daño pero lastimó a otros. 

¿Éso me hace mejor persona o es consecuencia de los errores? ¿Soy el único egoísta? ¿Se puede ser mejor? ¿Qué es ser mejor? ¿Ser más funcional, más agradable a los demás, más productivo? ¿Ser feliz? ¿Qué es ser feliz? ¿Lo he sido? ¿No lo soy ahora o es ésto sólo tranquilidad/paz/confort? ¿Son preguntas estúpidas porque sé que la respuesta no está afuera pero no puedo evitar formularlas?

No puedo evitar pensar que ésto tiene tintes de patetismo, que si lo leyera de alguien más tal vez sentiría algo de náuseas y de asco. Francamente espero que no sea así pero, si lo fuera, no tengo otras palabras en mí ahorita. Me brotan, me sangran, las eyaculo, vomito y lloro. Son naturales, no impostadas. Perdón.

A pesar de lo rencorosos que somos/soy, entiendo algo: siempre será más difícil perdonarme porque sé por qué me equivoco y porque la debilidad es odiosa, hasta repugnante. Se puede (¿y se debe?) comprender y empatizar con los demás pero es muy difícil engañarse a uno mismo. Tal vez debo aprender a mentirme mejor.