jueves, 14 de octubre de 2010

El Chilenazo

De todos los movimientos que se pueden hacer con una pelota de futbol hay uno que sobresale por su elegancia, por la rareza con la que se realiza, por su acrobacia y complejidad. Y también porque uno se expone al mayor de los ridículos si se fracasa en el intento.

Por esta razón, el temor al reproche y a los chiflidos del respetable, generalmente los jugadores de pobre mentalidad deciden intentar algo más sencillo. Controlar el balón, no pegarle de botepronto, buscar a un compañero con quién repartir la culpa, dejarla pasar, brincar para que no digan que te quedaste estático... Las maneras de hacerse buey y parecer jugador de futbol son bastantes.

Si es difícil ver una chilena en un estadio profesional, todavía más raro es verla en alguien que conoces. Pero bueno, siempre hay un amigo excéntrico...

Eran otros tiempos. Para empezar, todavía intentaba pegarle al futbolista, tenía más condición, menos peso, más tiempo libre... Todos éramos más inocentes dentro y fuera de la cancha. En aquéllos días no era raro prolongar los partidos toda la tarde y parte de la noche, hasta que llegara un cuarteto de desconocidos pidiendo oportunidad de probarse ante uno de los equipos participantes. Por estos insolentes que nos pudieran interrumpir, buscábamos la cancha más escondida, menos conocida, donde fuera menos probable que llegaran a interrumpirnos.

Jugábamos por diversión, con equipos ya establecidos y con el afán de anotar la mayor cantidad posible de goles.

Esos partidos en mi mente se han ido mezclando unos con otros... Los equipos casi siempre eran los mismos, los marcadores siempre eran escandalosos, siempre terminábamos llenos de sudor sentados en mi casa platicando... de lo que acabábamos de hacer. Definitivamente, era más sencillo, más romántico y más inocente todo.

Pocos partidos brillan con fulgor propio, y ninguno de los demás opaca el mejor recuerdo que tengo de esos días.

Llevábamos ya varias horas jugando. Podía más el orgullo que la condición física, y aún así, qué tanto orgullo te puede dar ganar un partido en el que te anotaron más de 40 goles. Pero vamos, algo es algo. Era una lucha en donde nadie daba ni pedía cuartel. Caía un gol a favor, e inmediatamente el equipo contrario se lanzaba desesperadamente al frente... y el gol caía, de horrible manufactura generalmente, pero caía. La igualdad de fuerzas (a la baja) era manifiesta.

¡Y pobre de aquél al que se le ocurriera pedir un tiempo fuera! Ni hablar de éso... como dije, era una cuestión de orgullo. Joto el primero que pidiera parar el partido. "¿Uuuuh ya se van a echar para atrás? Para éso me gustaban, maricones..." "Déjalos güey, ya saben que les vamos a meter una chinga..." Nada, ni el desprecio de una mujer, puede calar más en el orgullo, en el amor propio que escuchar palabras semejantes. Primero ser un piltrafo dentro de la cancha, dormir llorando por el dolor en las piernas, que andar de cagón pidiendo el tiempo.

La desesperación era palpable desde que andábamos en los veintes... ya con el marcador sobrepasando los 40 goles por bando, era un espectáculo tristísimo. Un pique, y pararte unos minutos para recuperar el aire. Las playeras empapadas de sudor. Uno allá por la esquina a punto de desmayarse por el cansancio. Pero los goles seguían cayendo.

Entonces, pasó algo diferente.
A Iván yo lo conocía desde que estábamos en 2° de primaria. Por ser vecino de la colonia, y como a los dos nos iba bien en calificaciones, nos hicimos amigos. Iba a su casa, él iba a la mía... una amistad sincera y desinteresada, como las que se forman en esos primeros años.

Él era muy aplicado e inteligente, por lo que uno no se explica que fuera del salón de clases fuera así... Digamos que su sentido del humor era diferente, siempre se estaba riendo, y siempre ha tenido un gran amor propio. Pocos le decíamos ya para ese momento Iván... No sé en qué momento ni qué comediante en ciernes vio su semejanza con un Oso (¿?), pero le empezaron a decir Oso Grizzley... Para quedar en Oso. Iván dejó de ser Iván.

No era ningún prodigio físicamente, ni era dotado técnicamente... Pero ésas cosas nunca le detuvieron la lengua para presumir sus habilidades, para burlarse al anotar un gol, o para intentar algo que a leguas se notaba era imposible para él.

Los detalles de cómo fue a parar el balón al aire no los recuerdo, ni importan. Pudo haber sido un rebote, pudo haber sido un momento de locura del Oso donde se decidió a levantar el balón unos metros... Pero definitivamente recuerdo haber estado a 2 de metros de él, y verlo comenzar una de las maniobras más bellamente ridículas que me ha tocado observar.

El esférico iba ya bajando. Él se encontraba de espaldas al marco contrario, a nivel de la media cancha (en una cancha de menos de 15 metros de largo, no es tanto la media cancha). De repente, se agachó para impulsarse y veo que brinca.

Es fecha que no doy crédito a lo que vi. Estéticamente, la chilena fue digna de una fotografía, de hacerla póster y mandarla enmarcar. Todos los movimientos que llevaron desde el brinco inicial hasta el golpear la pelota estuvieron dotados de una plasticidad que Hugo Sánchez envidiaría.

Ese momento sinceramente lo viví en cámara lenta, de frente, en primera fila.
Por un momento, todo se detuvo. ¿Qué importaba lo que pasara después? Ahí todo fue perfecto, valio la pena su locura, su desfachatez, ser insensato. ¿Quién anota un gol de chilena en media cancha? ¿Quién va a intentar una chilena en una cancha de concreto donde no hay absolutamente nada que amortigüe la caída? ¿Quién va a intentar algo así cuando ya van más de 40 goles por bando? Mi amigo el Oso.

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