martes, 13 de noviembre de 2012

Temor a las despedidas

Las despedidas son una parte ineludible de la vida porque el tiempo siempre se acaba. Nacemos con un contador invisible que, a veces despacio y a veces de prisa, marca el tiempo que nos queda aquí. Entonces siempre decimos adiós. Sin embargo, hay despedidas que son inocuas e intrascendentes y otras que prolongamos y a las que le añadimos puntos suspensivos con el afán de retomarlas en algún momento.

"¿Por qué no eres una persona normal?", me dijo no queriendo decirme. No sé. Supongo que la normalidad me aterra porque sé que lo bello rara vez es normal. Claro, hay belleza en lo rutinario que pasa desapercibido pero no es mi punto. El punto es que las historias que inspiran y enaltecen casi siempre pecan de anormales.

Sin embargo, creo saber el por qué de mi fobia a las despedidas importantes. 

Recién acaba de cumplir 15 años a finales del 2000. Era un mocoso petulante y "chiflado", acostumbrado al "Sí" y sintiéndome merecedor de todo. Era el 4 de diciembre del 2000 y era un día rutinario: había salido de la secundaria, mi madre había pasado por mí y por mis hermanos para comer en casa de mis abuelos. Un día como cualquier otro en aquellos años en los que la rutina era estable y despreocupada. 

Amaba y amo a mi abuela. Ella fue una madre postiza para mí puesto que mis papás, médicos ambos, rara vez podían estar con nosotros. En esa casa aprendí a leer, a realizar operaciones aritméticas, devoraba con el mismo apetito cómics que libros de Julio Verne y Alejandro Dumas. Igual devoraba la comida que mi abuela nos preparaba. De hecho, es fecha que sigo amando los "frijoles con chorizo" por un factor emocional: mi abuela me insistía desde chico que los frijoles contenían grandes cantidades de hierro y que éso aseguraría el que creciera fuerte y sano. Nunca he podido quitarme esa idea y supongo que por éso son parte integral de mi alimentación todavía. Vínculos emocionales gastrológicos, supongo.

Lo que pasó fue un accidente, una coincidencia asociada a la típica estupidez humana. Es frustrante no recordar los detalles. Sé que me enojé con mi abuela. Sé que fue por algún motivo bobo y sin importancia pero sostuve mi berrinche. Huí de la mesa de la cocina y me encerré en un cuarto, leyendo y esperando que fuera la hora de partir. Antes de irnos, mi abuela se acercó a mí con los ojos llorosos, ofreciendo disculpas por algo que no hizo y que no debía importar. No las acepté. Nos fuimos de la casa y no quise despedirme de ella. Nos fuimos y no la volví a ver.

Ella tenía años padeciendo de hipertensión arterial y ya había tenido un infarto. Ese día estuvimos esperando en mi casa a que regresaran mis papás, viendo la TV y jugando videojuegos. Llegaron juntos, con el semblante sombrío y nos dieron la noticia. El mundo se me fue a los pies. No, se fue al carajo, a la Chingada, a la Mierda. No quise despedirme y nunca más iba a tener la oportunidad de besar su rostro, de abrazarla, de oler sus manos, de hacerla reír, de decirle que la quiero y que me perdonara por ser tan idiota.

Sé que no fue mi culpa y que fue un triste accidente pero aprendí algo, tal vez hasta un punto patológico: nunca más voy a despedirme de alguien que quiero estando enojado. Ese contador en reversa existe y prefiero despedirme sonriendo y con un "Te quiero" en los labios antes que volver a martirizarme con hubieras inexistentes.

Entonces, aunque no lo leas todavía y aunque estés lejos, lo escribo aquí, en parte por mi salud mental, por seguir con mi compromiso hacia mí mismo, y principalmente porque lo siento quemándome: Te quiero.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Una gota de agua no llena un mar pero bueno.

Siempre he atesorado un fragmento de religiosidad que me parece adecuado para cualquier hombre de cualquier creencia (o falta de la misma): los versículos 1 al 8 del Evangelio según San Mateo. Para los no doctos, que ni yo mismo lo soy porque lo tuve que buscar en Google, son los versículos que dicen que tu mano izquierda no sepa lo que hace la mano derecha y viceversa. En fin, tratan sobre las apariencias y la importancia de la discreción.

Tiendo a sobre racionalizar todo y éso me lleva a "entender" puntos de vista divergentes o, peor aún, contrarios. Sin embargo, en este punto sí soy contundente: no admito diferencias de opinión. Pienso que es mejor ilustrarlo con una anécdota.

Hace algunos años me encontraba yo espiritualmente pleno (whatever that means) y con una pronta disposición para ayudar. Coincidió entonces que una vez saliendo de la Iglesia me detuve a escuchar a una señora. La escena era de película e indignante: familias enteras pertenecientes a la clase media y media-alta en una zona urbana, bien vestidos, bien comidos, bien sordos a los lamentos de una señora que pedía limosna. "Ahí disculpe, es que no traigo nada" o "Híjole, ahí para la otra", en el mejor de los casos. Las más de las veces el silencio del que no está dispuesto a abrir los ojos a la realidad. Es más fácil agachar la mirada, subir a un carro clasemediero y regresar a tu casa a ver la TV por cable o el futbol. Tampoco digo que yo sea un santo y que acostumbre detenerme siempre que veo a alguien necesitado pero esa vez me detuve.

La señora comenzó a llorar, contándome entre sollozos el por qué de su desesperación: su hija estaba internada en el Hospital Universitario porque le habían diagnosticado una tumoración en el hígado y carecía del dinero necesario para un procedimiento quirúrgico que necesitaba. Me dijo que debía meses de la renta de la casa en la que vivían, que su marido había muerto y que estaban a punto de correrla. Que ella veía que yo era joven (gracias) pero que por favor la ayudara con "lo que fuera mi voluntad". 

En ese momento me dolía la existencia. Me molesta sobremanera la postura de la Iglesia de justificar el sufrimiento y a veces me cuesta trabajo conciliar la existencia de un Dios que permite injusticias como ésta y peores. No merezco la casa donde nací, donde jamás me ha faltado algo. Lo que tengo y lo que he tenido ha sido por suerte geográfica y social. No lo merezco y sin embargo así es. Esa pobre mujer era la realidad del mundo escupiéndome en la cara por mi desinterés y por mi ceguera, sordera y mutismo. 

En aquél entonces tenía un dinerito ahorrado para estupideces materiales así que decidí dárselo en su totalidad. Otra vez: no es actitud de santo sino de un tipo que sabe que lo que se iba regresaría sin dudarlo. No tiene tanto mérito así, ¿verdad? Igual se lo di, sin siquiera investigar a fondo la veracidad de su historia. La subí a mi coche, fuimos a mi casa a recoger el dinero, se lo di y la dejé en la iglesia nuevamente. Se despidió llorando pero ahora de felicidad y yo me fui sintiéndome contento por haberle hecho un bien a un desconocido. 

Sé perfectamente que al contar esta anécdota estoy violentando mi punto inicial. No sólo estoy permitiéndole conocer de ésto a mi mano izquierda sino también a un montón de metiches en Internet. Sin embargo, no lo cuento por parecer un santo y además creo que ha pasado suficiente tiempo de esta historia como para que "pierda" puntos por narrarla. Además, servirá (creo) para ilustrar un punto.

En aquél entonces, me disponía a salir de misiones de evangelización hacia comunidades rurales de Nuevo León junto con mis hermanos. Tenía que ser así: justo antes de salir de mi casa hacia el punto de encuentro, llegó la señora a mi casa. Mis hermanos vieron la escena sin entender bien por qué esa señora llegaba a mi casa a hablar conmigo. Me agradeció nuevamente y mis hermanos se convirtieron en las primeras personas en conocer la situación de viva voz. Me contó la evolución de su hijita y de las dificultades que seguían atravesando pero que nuestro afortunado encuentro (para ella) había sido de mucho beneficio. 

Si ahí terminara la anécdota no sería vida real y decido contarla con todo detalle. Los lectores más cínicos ya habrán deducido lo que pasó y para los ingenuos lo aclaro: iba a la casa a pedir más dinero. Mis hermanos, un poco menos ingenuos, dudaron pero otra vez decidí no fingir ceguera aunque ahora la suma era escueta comparada con la de la primera ocasión. Igual nos agradeció entre lágrimas y nos fuimos en silencio, sorprendidos más que nada por el timing.

Esta historia no la había contado hasta ahora. Sigo sin saber si era verdad o era mentira o una mezcla de ambas cosas. Ni siquiera quise investigar, a pesar de que en aquél momento mi formación académica era en ese mismo Hospital. No hubiera sido difícil verificar la información pero, ¿para qué? Prefiero pensar que todo era verdad, que fue un intercambio de amor humano, verdadero y puro. Prefiero este tipo de ceguera mental.

¿Fue algo significativo? Quién sabe. ¿Habrá sanado la niña? Tal vez no. ¿Sirvió de algo? Siempre.

Ése era el punto que quería ilustrar: una gota de agua no llena un mar pero siempre vale la pena intentarlo.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Personas necesarias

A veces creo, y generalmente afirmo, que nadie es indispensable. Es inevitable pasar por decepciones, traiciones, rompimientos y finales-con-puntos-suspensivos que parecen extraídos de tragedias griegas, y a uno le da por creerse Romeo: "La vida sin ella no vale nada, mejor sería morir, extinguirme sin decir adiós ni un hasta luego". No sé si sea un mal de nuestros tiempos o algo primigenio, casi instintivo: no nos gusta decirle adiós a las personas que amamos.

Sin embargo, la experiencia y los mismos "fracasos" demuestran un punto (casi) incontrovertible: los finales pasan todos los días y rara vez tienen consecuencias fatales. Es que no hay de otra. Uno tropieza, cae, permanece un momento en el suelo preguntándose qué pasó y pensando para qué levantarse, y eventualmente se levanta, se sacude el polvo y continúa su marcha. No hablo, lógicamente, sólo de las relaciones amorosas sino en general. No me refiero tampoco a olvidar. El que ama jamás olvida, quiero pensar. Si acaso, se acostumbra a la ausencia. El tiempo pasa y a su manera sana las heridas mentales y psicológicas que siempre deja la partida de alguien. 

Es lógico pensar así, es tranquilizante y esperanzador. 

También he tratado de abandonar la mentalidad púber sobre el Amor™ en la que solamente existe una persona idónea. Además de ser estadísticamente imposible encontrar a tu "media naranja", coincidir en el mismo espacio, tiempo y lugar, creo que uno también se acostumbra a otra persona. Una cualidad del ser humano como especie, la que hasta ahora nos ha permitido ser el Enemigo Público #1 del planeta Tierra, es nuestra adaptabilidad. No sé si estemos destinados a dominar el Universo pero hasta ahora hemos sabido adaptarnos a nuestro planeta y a nuestros recursos. Siempre hay eslabones débiles pero, en general, somos adaptables. Entonces resulta lógico pensar también que, si existe una "media naranja", tal vez no terminemos a su lado y  todo bien. No pasa nada.

Todo ésto lo entiendo pero decido conscientemente no estar de acuerdo. No quiero renunciar a ese estúpido romanticismo. Me niego contundentemente y no lo voy a hacer. Supongo que nadie es indispensable salvo ella, mi excepción que rompe la regla. Me niego a renunciar, a decir adiós, a acostumbrarme a su ausencia. Indudablemente no le aconsejaría mi curso de acción a otro. Es ilógico, innecesario y (a veces) doloroso... pero también creo que la Locura™ es media hermana del Amor™

Me rehúso a renunciar porque creo que uno jamás debe conformarse. Me niego a darme por vencido porque creo que vale la pena luchar por alguien. Me niego porque siempre se aprende de los tropezones pero es más fácil levantarse si una mano te espera al lado para levantarte. Amar no es fácil, no es un cuento ni una chick-flick donde los protagonistas viven felices-para-siempre. 

No me gusta asegurar algo porque siempre recomiendo la duda como estilo de vida pero hoy lo digo: sí hay personas necesarias e indispensables. Tal vez es síntoma de ingenuidad pero tal vez necesitamos más de éso en estos tiempos de cinismo y desesperanza. No sé, no puedo decirle a nadie qué pensar o qué hacer pero sé que quiero ser feliz al lado de alguien que necesito. 

Nunca es tarde, siempre hay tiempo, no hay pretextos. 

Digo yo, ¿no?

domingo, 4 de noviembre de 2012

Mis abuelos

Estuve en el cementerio este pasado viernes 2 de noviembre para acompañar a mi mamá a la tumba de su mamá, mi abuela. Esa mujer es/fue mi segunda madre y (a veces) creo en el Cielo, en Dios y en la vida eterna por ella. Primero, porque una persona tan buena y santa merece una recompensa por vivir así. Segundo, porque he rozado la muerte en varias ocasiones y he salido indemne, al menos físicamente, sin merecerlo. Me gusta pensar que es porque mi abuela tiene un puesto importante allá arriba. Me gusta pensar que está bien.

Estábamos sentados en el pasto, en silencio, cuando pensé en voz alta. "¿Cómo se conocieron mis abuelos?" Mi madre habló.

Todas las mañanas tomaban el mismo camión rumbo a la escuela. Se veían pero no se hablaban y tampoco coincidían en la escuela. Él tenía 18 años y mi abuela 17. Imagino la escena repitiéndose día tras día, sin alteraciones y sin que mi abuelo hiciera algo. Sobra decir que en el mundo aquél todo dependía de lo que él hiciera. 

Entonces coincidieron en una fiesta. Mi abuela con una amiga, platicaba alegremente sin percatarse de la presencia de él. Su amiga lo señala y dice: "Ahí viene aquel odioso a sacarme a bailar. Me cae bien mal el hermano de Amparo". Lo observaron acercándose. No sé si caminaba con seguridad, si el tiempo sin animarse le había infundido valentía o si la desesperación era demasiada. Lo que sí sabemos es que se acercó a ellas, saludó respetuosamente y le pidió a mi abuela que bailara con él. Lo que también sabemos es que lo que le encantó a mi abuela de él es que le hablaba de usted. Lo que sabemos es que escuchaban juntos la canción de "Morenita mía". Sabemos que escuchaban la letra diciendo "Conocí a una linda morenita", y él le decía: "Ésa eres tú". Que escuchaban "Y la quise mucho", y él le decía "Así te quiero yo". Que escuchaban "Por las tardes iba enamorado", y él decía "Así vengo siempre". Que oían "Y al contemplar sus ojos", y él decía "Éso son los tuyos". Sabemos también que el hermano mayor de mi abuela lo odiaba, que le impedía verlo, que le hacía la vida de cuadritos. Sabemos que siguieron juntos 11 años de novios para luego casarse y envejecer juntos. Sabemos que mi tío abuelo, el que lo odiaba, se reía y le decía a mi abuela: "¿Ves? Por éso se las puse tan difícil: para que les fuera bien"

Sé que envejecieron juntos y que la primera vez que vi llorar a mi abuelo Ito fue cuando falleció Ita, mi abuela. Sé que el 4 de diciembre del 2000 se fue una parte importantísima de su vida, tal vez la más. Sé que gracias a ellos aprendí que el amor es una fuerza redentora, trascendente, lo único que importa. Sé que cada 4 de diciembre a mi abuelo se le rompe un poco el alma por estar lejos de ella. 

Por sobre todas las cosas, sé que quiero un amor así en mi vida.


martes, 23 de octubre de 2012

No creo en el destino pero...

No creo en el destino, querida, pero a veces pienso en todas las decisiones que nos llevaron al encuentro y ya no sé qué creer.

Pienso en esa apuesta del que ya no tiene gran cosa qué perder, que anhela encontrar una respuesta en la religión a pesar de no conocer todavía la pregunta. 

Pienso en mis amigos incitándome a vivir "su experiencia", a "encontrar a Jesús". Pienso en que te encontré a ti.

Pienso en que coincidimos una semana. Pienso que desde antes de marcharnos ya lo sabía. Pienso en las noches que pasé en vela cuidando tu sueño. Pienso en esa noche que lloraste de temor y me comporté como el hombre que deseo ser todos los días.

Pienso en el principio, en la persecución, en las dudas y temores. Pienso en cada flor que te he dado. Pienso en las canciones, en tus risas y en tus lágrimas.

Pienso en mi perseverancia o tozudez. Pienso en la noche que nos adornó el cielo estrellado lleno de explosiones multicolores. Pienso en las coincidencias.

Es inevitable pensar en mis dudas, en mi egoísmo, en mi terquedad y en todo aquéllo que debió separarnos pero no lo hizo. Pienso en los temperamentos opuestos que (a veces) encuentran alivio en el otro. Pienso en mis errores y en que ojalá nunca sea demasiado tarde para enmendarlos.

Pienso, querida, que mi camino es desolación si no vas a mi lado. Pienso que a veces (casi siempre) quisiera ser más como tú y menos como yo. Pienso que no concibo mi vida sin tu presencia y que ojalá esta vez sí entienda. Pienso que vale(mo)s la pena. 

Es que, en verdad, no creo en el destino porque resulta soberbio creer que existe un plan para mí pero pienso en mi suerte de haberte encontrado, perdido y recuperado, y ya no sé qué creer.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Retornos

No se necesita una observación meticulosa para demostrar lo que el sentido común dicta: hay una abundancia de patanes en este planeta. Siempre han (¿hemos?) sido mayoría y no se trata de descubrir el hilo negro sino de realizar un diferente tejido. Es simple hablar de patanes y de egoísmo en cuestiones de amor. Es triste descubrir que, en muchas ocasiones, éste es el menos trascendente de los campos en los que se manifiesta dicho egoísmo.

La ciudad en donde vivo no se caracteriza por la inteligencia de su vialidad, especialmente en sus zonas residenciales. Retornos que no deberían existir pero están, otros que son necesarios pero jamás existirán... Dicen que vale más una imagen que mil palabras pero creo que ello depende de las palabras que se eligen para manifestar una idea. 

Trataré de ser claro. 

La avenida donde se encuentra mi casa está dividida por un camellón que separa aquellos carros que descienden la colina de los que suben afanosos a través de ella. Dicho camellón se interrumpe esporádicamente por retornos mal pensados, mal colocados y mal señalizados. El peor de ellos está situado tres cuadras arriba de mi casa.

Ahora bien, dicho retorno no es un retorno per se sino una improvisación de uno. Dicho "retorno" es el entrecruce de una "avenida" residencial también dividida en dos por un parque kilométrico en longitud que separa a los carros que descienden otra colina de los que suben afanosos a través de ella. Dicho "retorno" es el entrecruce que permite que aquellos carros que ascienden puedan incorporarse a los carros que ascienden por la avenida perpendicular a ella.

La explicación ya me mareó. No lo culpo, supuesto lector, de abandonar en este momento la lectura para dedicarse a cuestiones más trascendentes como navegar en búsqueda de respuestas o de pornografía, que a veces son la misma cosa, si me permite acotar. Le suplico, sin embargo, que soporte un poco más porque viene lo bueno del asunto.

Este "retorno" es improvisado por aquéllos que descienden la primera colina. Este "retorno" no es para ellos. En ningún momento fue previsto que estos conductores lo reclamaran como propio. No está señalizado, no hay adecuaciones, es incómodo para ellos. Menos de 100 metros adelante existe un retorno para ellos. Cosa curiosa: dicho retorno posee señalizaciones, acotamiento, espacio y adecuaciones. Sin embargo, pocos lo utilizan. 

Los que se adueñan del "retorno" lo hacen fundamentados en su egoísmo. Es imposible realizar la vuelta en 180° que ellos realizan desde el carril izquierdo pero ésto no es obstáculo para su razonamiento: cuestión de disminuir su velocidad e invadir el carril adyacente. Si los conductores vecinos se sienten incomodados por la maniobra basta con subir el volumen del estéreo. No es la gran cosa. No tiene por qué vociferar, es malo para la salud enojarse de tal forma. Las úlceras pépticas, los padecimientos cardíacos, las arrugas faciales... ¿Acaso ellos no harían lo mismo, de estar en su situación? Hay que correr, hay que correr, no importa la dirección pero lo importante es movernos y hacer el menor tiempo posible. Ese pinche viejito ya no debería manejar, es irreal que un ser humano maneje a menos de 100 km/hr en el carril de alta velocidad. La pinche gorda que no se da cuenta que el semáforo ha cambiado de color porque está ocupada con su celular y con la niña que suponemos es su hija. Los pinches peatones con complejo de ganado que cruzan la calle sin prisa, sin conciencia de que ésta es una carrera que ya perdieron porque van a pie. Los pinches ciclistas y motociclistas que quieren tomar calles que no están hechas para ellos, que esperan que yo asuma la responsabilidad en caso de que se estampen contra mí. Mi pinche jefe que espera que llegue a tiempo al trabajo a pesar de que debo cruzar la ciudad acompañado y a pesar de todos esos idiotas que no se dan cuenta que voy tarde. Mis preocupaciones, mis necesidades, mis obligaciones, mis derechos, mi carro y mis calles.

En el mejor de los casos no estamos convencidos del lugar al que anhelamos llegar pero lo importante es estar ahí, aunque sea un rato, aunque sea para la foto. No quiero pensar en el peor de los casos.

No es mi pensamiento y no recuerdo de dónde lo tomé pero de algo estoy seguro: si es que existen seres inteligentes fuera de este planeta, se han mantenido prudentemente alejados de aquí al observar nuestros hábitos viales. O qué... ¿tú no lo harías?

martes, 25 de septiembre de 2012

Pajaritos rotos

Entré al McDonald's con la mochila a cuestas. Eché un vistazo y mi mesa, la de la esquina, estaba desocupada. Saludé con la mirada a Luis, el mesero que tercamente siempre intentaba entablar una relación amistosa conmigo, y dejé mi mochila sobre el asiento. Sin necesidad de decir palabra, volteé hacia Luis y él sonriendo me mostró el pulgar derecho hacia arriba. Ok.

Ya estaba acostumbrado al lugar. Sé que parece ridículo elegir un restaurante de comida rápida como refugio pero la verdad fue una de mis grandes ideas o al menos éso pensaba. Nadie sabía que ahí estaba. Salía de mi casa sin rumbo fijo y me escondía ahí. ¿En qué radica la genialidad de ese escondite? En que los visitantes siempre son diferentes. Uno va a un McDonald's por apuro, por necesidad o porque no tiene dinero. No es usual que un tipo lleve ahí a su novia, al menos éso esperaba. Los niños sienten una extraña fascinación con el lugar pero los buenos padres solamente ceden a sus caprichos durante sus cumpleaños. Los turistas están de paso y van ahí porque "más vale malo por conocido que bueno por conocer". Los malos turistas, aclaro.

Entonces, es un sitio perfecto para esconderse porque está a la vista de todos pero nadie quiere entrar. Por éso iba cada tercer día, ordenaba una hamburguesa chica y un refresco chico para cumplir como cliente, y me escondía en la misma mesa, en la misma silla, con un libro diferente. Iba a esconderme, no a engordar. 

Por éso, Luis, el chico con síndrome de Down que atendía en el McDonald's, se atrevió a abordarme a pesar de mi silencio, de mi actitud de ermitaño y de mis audífonos. Tal vez si no tuviera su "capacidad diferente" me hubiera comportado de forma grosera pero jamás pude. Se acercaba, sonriente y con una cara de felicidad displicente que me desesperaba. Lenta pero seguramente me quitaba los audífonos e intentaba escucharlo. Qué tortura la suya: una alteración cromosómica y, además, empleado del McDonald's. No pude ser grosero.

La mayor parte del tiempo me dejaba en paz. Pasaba horas ahí y no era raro que terminara uno o dos libros por sesión. Los demás chicos, los "normales", jamás se acercaron. No sé qué pensaban de mí; con seguridad algo peor de lo que yo pensaba de ellos.

Ese día me acerqué a ordenar lo de siempre. A veces me consentía con un pequeño e insípido pay de manzana. Esperaba mi pedido cuando volteé hacia la mesa. Una chica delgada se acomodaba con cuidado en mi asiento. Luis, el bendito imbécil, sonreía mientras cargaba mi mochila. Suspiré. Mi rutina. Luis volteó hacia mí sonriendo con el pulgar hacia arriba. Le devolví el gesto y enfilé hacia él, ya con mi orden.

Balbuceó una justificación, le di una palmada en el hombro y tomé mi mochila. No hay problema, no hay problema. Sí hay pero qué le vamos a hacer. Sentía los ojos de la chica sobre mí pero evité hacer contacto visual. Iba a esconderme, no a conocer gente. 

Saqué mi libro e intenté concentrarme. Sentí su mirada sobre mí, huidiza y tímida pero presente. Muchacha, no me mires, hay mucha gente. Alcé la mirada y la dirigí hacia ella. Normal: la esquivó. Es el tipo. Satisfecho en mi soledad, seguí leyendo. 

La chica permaneció sentada, sin haber ordenado. Evidentemente esperaba a alguien. Bueno, no es evidente pero lo supuse. ¿Quién hace una cita en un McDonald's? No importa de qué, de lo que sea. Había visto muchas cosas en mis meses de escondidillas pero me interesó. No ella, que no tenía mucha gracia físicamente sino su presencia en un lugar así, a solas. Formé una imagen mental de su tipo: egoísta, mal educado, poco caballeroso. Éso no se le hace a una mujer. 

Ella debía amarlo. Sonreía a pesar de la decadencia que la rodeaba. No sé por qué sonreía pero a veces la espera es así: in crescendo, del piano pianito hasta el fortissimo que todo lo nubla. Su mirada recorría cada rincón del lugar, su cuerpo visiblemente estático daba la impresión de anhelar derramarse en todas direcciones. La energía contenida en su pequeño cuerpo era notoria. Chica, ¿por qué estás emocionada? 

Pasaron los minutos. Intenté leer pero no podía evitarlo. Levantaba subrepticiamente estos ojazos y ella no se daba por entendida o ya no le importaba saberse observada. Supongo la segunda porque en el orden de prioridad para sus pensamientos, yo no era importante. Seguía ilusionada pero con cierto temor. Quería abrazarla. Mi complejo de cuidar pajaritos rotos.

Pasaron los minutos que se convirtieron en horas, la tarde en noche. Ella seguía en su lugar, lentamente convenciéndose de que él no iba a llegar pero rehusándose a aceptarlo. Voltea a verme, pensé. Voltea a verme y dejo mi libro, me acerco a ti y hago algo para hacerte reír. Algo para evitar que llores. Voltea.

Se derrumbó lentamente frente a mí, frente a los pocos que permanecían. Sólo yo la observaba. Sus ojos enrojecieron, su cuerpo se dobló sobre sí mismo, la energía que se percibía se convirtió en nada. En la nada que siempre dejan los que se van. Voltea, voltea, voltea. 

Resignada, con estoicismo recogió sus pertenencias y se dispuso a salir. Él no llegó y ella se iba. Justo antes de salir del local, volteó hacia donde yo estaba sentado. No sé qué esperaba encontrar en mí: comprensión, empatía, una sonrisa, un amigo, una compañía... 

Yo volteé hacia mi libro.

martes, 11 de septiembre de 2012

Haciendo un monstruo Pt. 1

Es curioso cómo funciona la mente humana. Algunos aislamos los recuerdos dolorosos, traumáticos o incómodos, para no pensarlos más. Los encerramos con candado en un cuarto perdido en nuestro laberinto para después, sin pensarlo mucho, lanzar la única llave hacia el infinito de nuestro olvido. Que ese momento desaparezca, que no lo pensemos ya para asumir que jamás sucedió.

Otros, en cambio, viven presos del pasado. En todo momento surge el pensamiento, ante la menor provocación. Toda asociación de ideas los transporta (in)voluntariamente a ese lugar que desearían no haber abandonado. Reviven día tras día, en cámara lenta, con repetición automática y con lujo de detalles, ese momento fatídico. Se rehúsan a tolerar su presente.

No sé qué sea más sano, pero sé que por más que los aísle, tengo vocación de ladrón y de arqueólogo mental.

Recuerdo que fue en el patio de nuestra casa. Recuerdo que era una fiesta de mi hermana. No recuerdo mi edad con exactitud, tal vez 13, 14 años. Entraba a esa (horrible) etapa llamada pubertad. 

Aclaro: nunca he sido una varita de nardo pero en aquél entonces tendía más hacia lo centrífugo que lo centrípeto. No importaba mucho, como quiera. Era algo superfluo... hasta entonces, creo.

Recuerdo haber salido al patio a convivir un rato. Suplico comprensión: estudiante de una escuela con formación religiosa y sólo para varones, eran las únicas niñas que veía. Eran momentos invaluables.

Suplico más comprensión: desde pequeño he sido enamoradizo.

Recuerdo, entonces, que hubo un conato de bronca entre las niñas. Todas eran menores que yo por un año. La enorme mayoría bonitas pero una de ellas me tenía cautivo. Por accidente del destino, ella fue la que huyó llorando hacia el interior de la casa para posteriormente encerrarse en el baño.

Este complejo que tengo de rescatador no es nuevo, así que regresé al interior de mi casa, pensando: al menos ahora tengo la excusa de intentar brindarle consuelo.

Recuerdo que hablé con ella. No recuerdo qué le dije. Recuerdo que la hice reír. Al menos éso recuerdo.

Salimos. Ella de regreso con sus amigas, yo de regreso a fingir que socializaba. No esperaba más. La verdad con esa sonrisa y con ese momento ya me daba por servido. La tarde era un éxito.

Entonces llegó mi tía y, con ella, otra niña. Mi tía, obligada por el cariño y por la sangre, siempre ha elogiado mi (inexistente) belleza. Siempre lo he entendido así, aún desde entonces. No tengo problemas con oír éso: sonrío, asiento tranquilo y callo. Sé que algunos entienden alimentar el autoestima del ser amado como obligación acompañante del afecto. Lo que no entiendo es por qué quiso forzar a esa otra niña a hacerlo.

Dicen que los niños son adorables. Comparto la opinión pero con la necesaria acotación: son capaces de una crueldad extrema, pura y sin límites. Paradojas andantes: inocentes pero ya corruptos.

Mi tía le pregunta a la niña: "¿Verdad que Beto está bien guapo?" Se me congela la sangre. "Querida, queridísima tía", quiero decirle, "¿Por qué tenías que involucrar a otra persona en esta mentira entre nosotros dos?" "Míralo, ¿verdad que sí?" Qué puedo hacer. Sonrío incómodo, sabiendo que lo que venga no será agradable pero sin esperar lo siguiente.

"Mmmmmh, la verdad está medio feo, jaja". Sonríe, se desprende de la mano de mi tía y arranca corriendo hacia las demás niñas. 

En retrospectiva, este momento aparece claro. Ella corriendo, mi tía muda de terror, sorprendida y sin saber qué hacer o decir. Yo, con un nudo en la garganta y con los pies bien sembrados en el suelo, queriendo correr en todas direcciones al mismo tiempo.

Algo balbucea mi tía. Intenta reconfortarme, darle un giro cómico al momento. Yo sonrío para no llorar, y regreso al interior de mi casa. Subo las escaleras, entro a mi cuarto, tomo un libro y me tiro sobre la cama a leer. 

Es gracioso porque ese momento lo recuerdo nítidamente pero no sé qué le dije a la niña para que sonriera.

jueves, 19 de julio de 2012

Cita a ciegas

Resopló fastidiado. Por más que intentaba explicarse, resultaba imposible para sus familiares y conocidos entender que así estaba bien. Tal vez si hubieran intentado antes hubiera accedido ante los ofrecimientos de ayuda. Éso de salir con una desconocida se le antojaba un triste recurso para escapar de su destino aparente.

—Germán, no seas terco, güey —Luis intentó sonreír comprensivo—. La neta yo sé que lo de Sofía te mandó a la chingada pero ya pasó suficiente tiempo. Ya es hora de que busques a alguien. 
—Güey, ¿para qué? Así estoy bien, muchas gracias, en serio.
—Ay, Germán, hazle caso a Luis —terció conciliadora Rosa, la flamante esposa de Luis—. Eres un buen hombre, cualquier mujer sería sumamente afortunada de estar a tu lado.
—No sé. Les agradezco mucho su interés, yo sé que todo ésto es bienintencionado pero créanme, así estoy bien.
—Te dije, amor. Este cabrón es el más terco que conozco.
—No soy terco, Luis. Es que simplemente no quiero.
—Germán, ándale. No te cuesta nada conocerla. Además —sonrió Rosa—, ya le platiqué de ti y está muy emocionada.
—¿Es en serio? —contestó serio y desconcertado—. No debiste...
—Sí debí. Ha pasado suficiente tiempo. Luis tiene la razón —ante esta declaración, su esposo sonríe. Ella lo mira burlona y añade—: Para variar. 
—No sé. Es que, ¿qué voy a hacer yo con una mujer?
—Lo que cualquier hombre, animal: platicar con ella, conocerla —dijo Luis exasperado—. Es una cita a ciegas, no un matrimonio arreglado.
—Okay, okay —cedió—. Supongo que no me hará algún mal salir de la casa un rato. Éso sí —los miró seriamente—: no prometo nada. Ustedes están más emocionados que yo, parece que no me conocen.
—No tienes por qué prometernos algo, Germán. Te hará bien romper con tu rutina.

¿Para qué les hizo caso? ¿Era necesario alterar su vida de tal forma sólo para satisfacer a dos amigos? Se había tardado tanto en alcanzar este equilibrio y en una sola tarde iba a arriesgar todo lo conseguido. Recordaba todavía su rompimiento, todo lo que había compartido con Sofía, las ilusiones que se había fabricado y que se disolvieron lentamente, a pesar de sus intentos por mantener vivo algo que hacía tiempo había terminado.

No tenían razón. Era demasiado pronto. Siempre sería demasiado pronto y ellos no podían o no querían entenderlo. Sin embargo, había dado su palabra y, en lo que a él concernía, ya no había marcha atrás. Tenía que cumplir a pesar de la pereza que le inspiraba conocer a alguien diferente.

—¡Hola! ¿Eres Germán, el amigo de Luis? —le dijo una desconocida que indudablemente era Caty, la "cita a ciegas".
—Este... sí —se puso de pie nerviosamente—. Quétal, muchogusto, soyGermán —disparó las palabras sin pensarlas mucho—. Toma asiento. Qué bueno que llegaste.
(¿Qué bueno que llegaste? ¿Se podía decir una pendejada más grande? Ojalá, pensó, con ésto baste para que huya de una buena vez).
—Jajajá, me dijeron que probablemente te pusieras nervioso pero no pensé que tanto —enrojeció involuntariamente Germán ante esta declaración—. ¡Aaay! ¡Te pusiste colorado!
—Eh, jajá —comenzó a sentir la sudoración en su frente—, perdón, es que hace calor, ¿no?
(Hablando del clima Y mintiendo. Si el propósito de cada palabra es ahuyentarla, estás haciendo una buena labor, Germancito).
—Tienes razón —sonrió compasiva Caty—. Sí está haciendo calor, deja me siento para platicar a gusto.


Era tanto su nerviosismo que cada palabra que salía de su boca transitaba durante lo que parecían décadas en su cabeza. Era tanto el esfuerzo mental que, todavía hoy, podía prácticamente citar la conversación de forma íntegra. Supo así que ella era arquitecta, que sonreía de forma natural todo el tiempo, que era noble, responsable y entregada. Supo que era una persona agradable, alguien que llenaba los silencios que lo acompañaban, alguien que podía llegar a querer. 


—Jajajá, oye Germán, casi no te he dado oportunidad de hablar —dijo Caty—. ¿Qué te gusta hacer?
—Pues, no sé, cosas tranquilas: me gusta leer, salir a caminar, disfruto mucho mi trabajo, me gusta muchísimo el futbol...
—¿En serio? —mostró interés repentino Caty—. No sabía que eras futbolero, ¡qué padre!
—Jajá, ¿por qué padre? —la miró sorprendido—. No lo había mencionado porque no es muy común que alguna mujer disfrute del tema. Sí, me gusta muchísimo el futbol.
—¡Oye, pues a mí también! Estaría super chido ir al estadio algún día, ¿no crees? Es más: yo te invito, ¿qué dices?
—Pues acepto gusto, jajá. De hecho —le sostuvo la mano—, tengo abono desde hace mucho tiempo así que yo también te puedo invitar. 
—¡Ay, no! ¿Tienes abono? —preguntó emocionada—. ¡Yo también tengo! Imagínate, a lo mejor nos hemos topado en el estadio y hasta ahorita nos conocimos. Oye —le inquirió—, ¿de qué localidad son tus boletos?
—Pues tengo muchísimos años yendo a Numerado, desde que tenía 15 años, creo.
—¡Yo también! —contestó Caty entusiasmada—. En serio, en algún momento nos habremos visto ahí y ni en cuenta.
—No sé —la miró enternecido—, creo que te recordaría.
—Ay, payaso. O sea que estuviste en el estadio cuando fue el campeonato.
—Eh —la miró extrañado—, sí, de hecho estuve presente en todos los campeonatos.
—A ver —preguntó seria—, ¿estuviste ahí cuando quedaron campeones de locales?
—Sí, claro —respondió sonriendo—. Me acuerdo como si fuera ayer porque fue el último campeonato del 'Cabrito' Arellano, por fin de local aunque no jugó un solo minuto del partido.
—A ver, a ver... —adoptó un gesto sombrío—. ¿Eres Rayado?
—¡Claro! —sonrió y luego la miró extrañado—. ¿Por qué? ¿Tú no?
—No —se paró y empezó a recoger sus cosas intempestivamente—, yo no. Soy Tigre y no he faltado al Estadio Universitario un solo partido desde que tengo uso de razón. Recuerdo el descenso, recuerdo las Finales perdidas, recuerdo los Clásicos y el campeonato contra Santos, recuerdo cada lágrima derramada y cada sonrisa que me ha regalado este equipo. Recuerdo todo éso y, por éso, no puedo estar con alguien que no compartirá esas alegrías y tristezas tan importantes para mí.
—A ver, tranquilízate —espetó conciliador Germán—. No es para tanto. Soy Rayado pero no estoy en contra de los Tigres, no tienes por qué irte así si todo había salido tan bien hasta ahorita.
—Si ya decía yo —sonrió sarcástica—: tanto nerviosismo es típico de un Rayado maricón. Maldita Rosa, me las va a pagar —masculló entre dientes.


Así, ella se fue y desapareció, haciendo oídos sordos a los razonamientos del desesperado Germán.

—Pinchemadre —pensó Germán—. Siempre me tocan las locas.

jueves, 28 de junio de 2012

Diálogos conmigo mismo sobre mujeres

El día de ayer por la mañana me encontraba sentado en un auditorio del hospital porque nos citaron para una conferencia de actualización. Asistencia obligatoria y además el aire acondicionado no funcionaba en todo el hospital. Rodeado de colegas con los que rara vez he cruzado una palabra y sin deseos de hacerlo, salvo una necesidad inesperada.

Sobra decir que estaba derritiéndome en mi sitio. Afortunadamente, una compañera a mi derecha sacó uno de esos abanicos de mano que únicamente le había visto a mi abuela. Afortunadamente, la fuerza que producida por su movimiento generaba un desplazamiento de aire que nos/me refrescaba a ambos. Entonces pensé en ser un caballero y solicitar el abanico para evitarle la fatiga, no así el refrescamiento.

Pensé entonces en lo raro que me vería agitando un abanico de mano. Nunca he usado uno aunque creo que no son complicados. Arriba, abajo, viene el aire y el muñequeo lo tengo bien entrenado. Sin embargo, si quiero que el aire nos alcance a ambos tendría que utilizar el abanico con la mano izquierda. Mi mano izquierda no es muy hábil que digamos. Si el acto de agitar un abanico con la mano derecha, la hábil, bastaba para generar risas y miradas burlonas (en mi mente, todos me mirarían así), no quiero ni pensar en cómo se reirían todos si lo utilizara con la mano izquierda, la torpe, la inútil.

Bueno, que se burlen... ¿Qué es lo que pudieran pensar? ¿Que soy homosexual? Yo no soy homosexual, para nada. Pensé entonces en lo que les diría a los hipotéticos burlones. ¿Homosexual? N'ombre. Los hombres me dan asco. No me gustan ni tantito, ni comparto muchos gustos e intereses con ellos, aparte de las mujeres, claro está. No crean que no me he cuestionado lo de la homosexualidad, creo que es bastante sano y maduro hacerlo en algún momento de la vida, pero no, no me gustan los hombres. Como ya lo dije antes, me dan asco, me resultan aburridos. En cambio...

Las mujeres. Qué maravilla. Todas y cada una de mis ex parejas se ha molestado conmigo en algún momento porque no oculto mi admiración por todas y cada una de las mujeres. La mujer más aburrida y sosa resulta carismática y atrayente comparada con el más simpático de los hombres. Para empezar, son más inteligentes. Éso explica definitivamente la capacidad nata que tienen para manipular a los hombres a su antojo. Además, son más interesantes porque no sienten temor a demostrar sus emociones y sus sentimientos. No olvidemos sus risas. Melódicas, estruendotas, silenciosas, ahogadas... uno que otro afortunado lidiará con una mujer que suelta risotadas "snorteadas". Sí, una de esas risas de nerd... adorable. Son comprensivas, son empáticas y simpáticas. Son risueñas y burlonas, portan consigo el insomnio de un género obsoleto desde que se inventó la inseminación artificial. Son veleidosas, son caprichosas, son berrinchudas y es virtualmente imposible aburrirse al lado de ellas.

Igual de importante que las razones anteriormente enumeradas es el hecho de que quiero abrazarlas. Olerlas, besarlas, morderlas, acariciarlas, apretarlas, pellizcarlas y hacerles piojito hasta que se queden dormidas. Una por una, aunque si fueran más creo que no pondría peros. No sé la logística de la situación, pero ahí veríamos cómo nos acomodamos. Es que sus cuerpos y sus fragancias. Quédense con el olor de un bebé recién nacido, yo prefiero el olor del cabello de una mujer recién bañada. Qué maravilla.

En serio, ¿quién inventó la monogamia? Una crueldad, una falta de consideración. Qué importa que todo ésto pase en mi imaginación. Qué importa que no las abrace ni las bese ni las muerda ni las acaricie ni las aprieta ni las pellizque ni les haga piojito hasta que se queden dormidos. Lo importante es la posibilidad de hacerlo, de imaginarlo y así vivirlo. Siempre prefiero quedarme con lo imaginado, es más bonito, no te decepciona.

Pensé, ven, es imposible que sea homosexual. No que los juzgue ni nada, pero es imposible. Me gustan demasiado las mujeres. Por éso descarté completamente toda posibilidad de vida religiosa. No, no pudiera vivir sin mujeres y sin ese deseo hacia ellas. Es antinatural intentar suprimirlo. Es instinto, es sabiduría de la Naturaleza, es magnetismo.

Pensé, ésto lo tengo que escribir durante esta noche...

jueves, 14 de junio de 2012

Libros y mujeres pendientes

Uno de mis primeros recuerdos es claro, a pesar de que entonces yo tenía alrededor de 4 años. Estoy sentado en la mesa del comedor, en la casa de mis abuelos. Mi abuela, perdida en algún rincón de la casa, sin duda limpiando o regando las plantas del jardín. Mi abuelo, sentado a mi lado, forzándome o invitándome a leer. Me inclino a creer que la primera es la más probable porque también me inclino a creer que la lectura es un placer, claro, pero adquirido.

Dado que prácticamente viví y crecí en esa casa donde acechaban las letras por doquier (algunas a la vista: los libros que mi abuelo acumuló a lo largo de su vida; otras, escondidas: las historietas y revistas de futbol que mis tíos acumularon en su infancia), me refugié en ellas. Sin lugar a dudas, ése fue un momento decisivo en el desarrollo de mi personalidad, para bien y para mal. No importa. El caso es que me dediqué a leer todo lo que tenía cerca, sin discriminar; aprendí a elegir como, probablemente, lo hace un ciego a caminar en un terreno desconocido: a tientas y sufriendo numerosos tropiezos.

Otro recuerdo. Mi mamá pasa por mí a la primaria. Estoy sentado, recargado en la pared con un libro entre las manos. Llega por nosotros y subimos al auto. Avanzamos en el tráfico y durante el resto del trayecto me distraigo constantemente con los panorámicos y los anuncios, grandes y pequeños. El libro descansa entre mis brazos, esperándome paciente. Mis ojos recorren de izquierda a derecha, taquicárdicos, intentando leer todo, que no se escape una letra. Entonces, corriendo el riesgo de leerme über-mamón, caí en cuenta de que me había "enamorado de las letras".

No me jacto de buen gusto en libros ni en mujeres. Me gustan todos y todas por igual. Sin embargo, he tenido buenos libros y buenas mujeres. Tienen un rincón especial en mi mente y en mi vida. Es más: me encargo de recordarlos, vivirlos y promoverlos. "Sí, he leído a tal o cual autor", suelto en una charla intelectualoide para pertenecer, manteniendo oculto en ocasiones mi gusto por la literatura chatarra e infantil.

Igual, escribo y hablo de las mujeres que han marcado mi vida merecidamente. Intermitentemente, es más, he perseguido a la mujer que (probablemente) compartirá el resto de mis días. Algunas veces convencido de que en algún lugar está escrito, en otras ocasiones pensando que yo estoy escribiendo una historia que raya en lo cursi y en lo cliché, "love conquers all" y esa mierda. Sin embargo, las putas, las malagradecidas y las casquivanas ocupan un lugar en mi corazón. Ellas son mi literatura chatarra: oculta pero no menos apreciada.

Lo que más me fastidia, lo que me quita el sueño, lo que verdaderamente me acongoja es otra cosa: todo aquéllo que no viviré. Es imposible tener todos los libros y amar a todas las mujeres. No, corrijo (o complemento): se pueden tener todos los libros pero no leerlos, así como se puede amar a todas las mujeres pero no ser amado por todas. ¿Cuántas letras quedarán empolvadas, llenándose de moho y de polillas, sin alimentar mi "alma"? ¿Cuántos labios estarán ahí afuera, esperando coincidir en un roce con estos labios (tan despreciables)?

Si algo aprendí en estos años de psicoanálisis es que el inconsciente nos tiende trampas. Toda acción manifiesta tiene un trasfondo psíquico. No sé, éso dicen. Entonces me pongo a pensar por qué estudié algo que, en teoría, me incita a permanecer en determinada área científica y en por qué me enamoré de una sóla mujer.

Siendo sinceros, me arrepiento (un poco) más de la primera.

lunes, 14 de mayo de 2012

"Final Regia": No estábamos preparados



“Se los comentaba: no estábamos preparados para un Clásico en la Final. Miles de burlas de aficionados Rayados por doquier. Fotos, frases, burlas por la eliminación se ve en Twitter y face... La afición en general no tiene la calidad en la victoria y eso es triste. Ojalá que con el tiempo las aficiones aprendan a gozar su triunfo y a no burlarse del otro... es de grandes saber respetar y de pequeños el hacer mofa del caído. Lo digo por todos los que se burlan, sea del equipo que sea. Resumo: No estábamos preparados...” 

Lo anterior fue escrito por el columnista “Sancadilla Norte” de CANCHA en El Norte, posterior a la eliminación del conjunto de los Tigres de la UANL, lo cual aniquiló el sueño de una “Final Regia”.

Dejemos de lado que, a pesar del deseo del editorialista por fomentar la imparcialidad y “elegancia deportiva” entre las dos aficiones regiomontanas, la columna de Sancadilla generalmente se reduce a chismes, rumores, pronósticos y bromas. 

Dejemos de lado que, en su afán de luchar contra los “anti” (sic), el mismo editorialista ha fomentado la polémica y la discusión, intencionadamente o no. 

Dejemos de lado que en Monterrey la anterior tendencia era fomentar la controversia, el fanatismo hasta la muerte a un equipo de futbol. Fomentar la idea de que uno puede cambiar de pareja, de carro, de trabajo y hasta de ciudad pero jamás deben traicionarse los colores que, sea por destino o por elección propia, se llevan en la piel. Idea que, invariablemente, desataba disputas, discusiones (unas amistosas, otras no tanto) y agresiones. Idea que, para bien o para mal, persiste en ciertos sectores. 

Dejemos de lado que el hecho de asumir la incapacidad de la afición regiomontana al futbol de reaccionar ante la provocación burlona con madurez, se me antoja bastante realista. Sin embargo, ésa misma incapacidad está presente en Europa, África, Sudamérica, Oceanía y Asia; no es exclusiva de la ciudad. 

Dejemos de lado lo anecdótico y lo trepidante de una “Final Regia” que tuvo que ser enterrada antes de nacer. El punto es uno: generalmente jamás se está preparado para ese tipo de eventos, al menos no la primera vez que suceden. 

Si la intención es explorarlo por la posibilidad de lo trágico, cabe acotar que solamente después de la tragedia de Hillsborough, la Federación Inglesa de Futbol decidió modificar reglamentos para prevenir la repetición de un evento de tan tétricas dimensiones.

Si la intención es considerar las probables repercusiones de las burlas y provocaciones en una ciudad con tan altos índices de violencia, cabe suponer que los cuerpos de seguridad estarían preparados. Podemos asumir que, con una semana de antelación, las medidas de contingencia se pudieron haber planificado adecuadamente. 

No quiero decir que anhelaba la Final. Sabedor del ambiente futbolero y de que la posibilidad de la burla eterna existía, creo que pasó lo mejor. Me imaginé como personaje de Fontanarrosa, deseando escapar de la propia ciudad en caso de derrota pero dispuesto a cualquier cosa para asegurar la tranquilidad de los míos. Me imaginé el mejor y el peor desenlace; sopesando, intuí y sentí que la tragedia sería mayor que la dicha. Como comenté a mis amigos Tigres: “ya me vale madre perder contra Santos”.

Sin embargo, en el futbol, como en cualquier otra área de la vida, la burla, la carrilla y el afán de restregarle al enemigo los triunfos de los propios y las derrotas de los ajenos, es cosa de todos los días sin importar los contextos sociales, económicos y educacionales. Me parece tan peligroso para la esencia del deporte el fanatismo inexorable como el desapego sentimental. 

En el deporte, como en cualquier otra área de la vida, se precisan villanos para nuestros héroes. Un Aquiles para nuestro Héctor. Una cosa es reprochar y prevenir la violencia física; otra muy distinta es el deseo de eliminar todo detalle pasional e impulsivo que, en mi opinión, forma parte integral del balompié. 

No hay que equivocar el sendero. La idea tiene tintes correctos: erradicar la violencia en nuestras canchas, en nuestros estadios y en nuestras vidas. Sin embargo, no hay que erradicar nuestra humanidad. No hay que ser, citando al principal profeta de la otrora corriente dominante en nuestro futbol regiomontano, “piel delgadita”.

lunes, 16 de abril de 2012

Piermario Morosini y Toto di Natale: Una historia de futbol.

“Es esencial que nos quedemos al lado de la hermana de Piermario de por vida. Nos necesita y queremos ayudar, por ella y por Mario”.

Uno supondría que ya deberíamos estar acostumbrados a la muerte, siendo que se presenta todos los días por millares. Ya se sabe: nacer, crecer, reproducirse y morir. El ciclo de la vida. Sin embargo, siempre nos sorprende y más cuando el que se fue era una persona que, se supone, no debía irse.

Este sábado falleció un futbolista del montón llamado Piermario Morosini. El joven de 25 años jugaba con el Livorno de la Serie B italiana y pertenecía a la Udinese. Sus números no son nada del otro mundo: dos goles en 141 partidos y 6 equipos en 7 años de carrera futbolística. Independientemente de su calidad como futbolista, la tragedia es que se supone que estas cosas no deberían de pasar.

Era un atleta, sin lugar a dudas, por ende la defunción es sorpresiva y alarmante. La información sobre algún factor de riesgo no ha aparecido, pero no es este aspecto de la nota lo que me atrae. Lo que conmueve es lo de siempre: la vida real superando a la ficción.

Morosini perdió a su madre en el 2001, a su padre en el 2003 y poco tiempo después su hermano Francesco, discapacitado, se suicidó. El joven futbolista había quedado solo y a cargo de una hermana mayor, Carla María Morosini, también discapacitada. Mientras estuvo Piermario no le faltó nada: él se encargaba de los gastos necesarios para el cuidado de su hermana. Ahora, con su fallecimiento, su hermana había quedado desamparada.

Ahí es cuando apareció Antonio ‘Toto’ Di Natale. El delantero centro italiano de 34 años tiene 230 goles en 539 partidos. Pertenece a la Udinese desde el 2004 y ha sido el “Capocannoniere” o máximo goleador en las últimas dos temporadas de la Serie A. Capitán de los Bianconeri desde el 2007. Un delantero letal y, ahora lo sabemos, un hombre digno de ser tomado como ejemplo.

El veterano delantero y el joven mediocampista coincidieron en el club durante poco tiempo pero éso no fue impedimento para que ‘Toto’ tomara la iniciativa antes que cualquier otro:

“Era un chico excepcional, lleno de vida, A pesar de todos los problemas que tuvo, siempre estaba a disposición del equipo y cada día nos daba fuerza”.

“Perdí a mi madre hace cuatro años, y como él ya había pasado por eso, estaba muy cerca mío. Ver por televisión lo que le estaba pasando fue un shock. El quiso levantarse, pero cayó nuevamente. Al ver eso, lo único que puedes hacer es pedir al Señor que te de una mano”.

“El quería vivir mucho y encontrar el éxito, para él, por su familia que no tenía más y por su hermana


"Mario era como un hermano para mí, le apreciaba de modo especial porque era un chico estupendo que había sufrido mucho. Su hermana lo era todo para él y por eso he pedido a todos los capitanes de la Serie A y de la Serie B que la ayuden. Nosotros como club ya hemos decidido colaborar en el cuidado de la muchacha”.

Vivimos en un mundo en el que el cinismo y el pesimismo reinan. Se prefiere hacer hincapié en lo negativo, en lo escandaloso y en lo superfluo. Da gusto ver que, ante la iniciativa de di Natale, han surgido numerosos comentarios de apoyo de clubes y futbolistas dispuestos a ayudar a un compañero de profesión.

Es una historia trágica con tintes rosas. Una historia que también vende. Una historia que, afortunadamente, me hace creer que la Humanidad tiene con qué (y para qué) salir adelante. Aunque sea nada más una historia de futbol.

lunes, 20 de febrero de 2012

El horrible escrito de un "chavo" puberto y aclaraciones pertinentes.

Ahí va una confesión que me da pena siquiera aceptarla, la habia guardado. Qué más da la verdad que todo mundo se entere; dudo que alguien la conozca y dudo que alguien no haya vivido algo así.

(Empezamos mal. No hay respeto alguno por la ortografía y el estilo dicharachero está bien forzado. No está padre releer algo que escribí en mi adolescencia. ¿Lo chistoso? Mi hermana la conocía entonces y yo ni siquiera me lo imaginaba).

Digamos que vivo en cierta colonia de Monterrey. Digamos que fui católico. Y por lo tanto digamos que trataba de ir seguido a misa. Hace muchos años ya empecé a ir a Misa de 8:15 PM en mi colonia. Era más cómodo, más fácil para mí por ser en la noche. Pero también tuve una razón cierto tiempo por la cual me gustaba ir a esa Misa.

(Sí fui católico mucho tiempo. Ante mi madre todavía aparento apego al ritual pero son muchísimos años ya de desencanto y de aburrimiento. En el estilo... hay muchas cosas que sobran ahí y ahora recortaría. En mi defensa, no me gustaba editar y era un blog "personal". Disculpen, de nueva cuenta).


Digamos que a esa hora en esa Misa hay un coro que ameniza el ritual litúrgico. El coro está integrado por chavos, en aquel entonces de mi edad o de perdido de mi vuelo. Y chavas.

(Ya salió el peine. Siempre me han gustado mucho las mujeres, qué le voy a hacer).

Sí, por ahí va el asunto. Desde la primera vez vi a una chava de ésas que no puedes dejar de ver. A lo mejor suena bien enfermo y/o stalker. El caso es que la observaba y el corazón me brincaba en el pecho, me imaginaba acercándome a ella para conocerla, para platicar. Lo que me da risa ahora es que yo, en mi paranoia y demencia adolescente, suponía en ocasiones que ella me veía a mí. Ajá. En un mar de personas, ella, el objeto de mis deseos, se fijaba en mí.

(Lugares comunes a granel. Y tan mariconete que jamás me atreví a acercarme a ella. Afortunada o desafortunadamente, el destino disfruta burlándose de mí y luego la conocí. Más información, más adelante).

No sé qué es lo que tenía de especial esta niña, pero algo tiene que me apendeja. Ésa es la palabra, pero es un apendejamiento bonito.

(Éso está bien. Al enamoramiento o al amor lo puedo seguir definiendo como "un apendejamiento bonito").


No me sé su nombre, no sé cuántos años tiene. No sé qué estudia, no sé qué hace, no sé si tiene novio, no sé con quién se junta, no sé qué hace para divertirse. No sé si le gusta salir a caminar por las noches, no sé si hace ejercicio, no sé si de repente se siente culpable por comerse más de lo que debía por tantita gula, no sé si se enamora fácilmente, no sé si le han roto el corazón. No sé si sueña con el mañana, no sé si tiene hermanos, no sé si ama a su familia, no sé si vive sola, no sé si quiere tener hijos, no sé si se quiere casar, no sé cuántas veces ha intentado dormir sin conseguirlo, no sé si le tiene miedo a los perros, no sé si ha tirado al pasto para ver las estrellas, no sé si ha abrazado a un niño y sonreído por éso, no sé si sabe preparar frijoles con chorizo. No sé si le gusta el reggaetón, no sé si no lo tolera. No sé si le gusta antrear, no sé si prefiere un cafecito, no sé si le gustan las películas dramáticas, no sé si le gusta John Cusack, no sé qué tipo de música le gusta, no sé si lloró con la de The Notebook, no sé si sería capaz de aguantarme, no sé si me entendería, no sé nada de ella.

(Neta, releo ésto y no le muevo nada simplemente por apegarme a la verdad. Aunque parezca imposible e improbable, lo cursi se me ha quitado a través de los años. Un poquito, nada más).

Nada más sé que cuando he visto sus ojos, su mirada se me derrite el pinche corazón y me derrito yo mismo. Y también que cada vez en que ella me ha devuelto la mirada (porque lo ha hecho, es algo de lo cual creo estar seguro... CREO), hecho la mocha bajó la mirada y me escondo.

(Obviamente, ella jamás me había visto. Mera paranoia).

A mí se me hace hermosa ella pero eso no es lo principal. Tal como dije, es su mirada, sus ojos.

(Mamadas).

Jaja y no me digan que me acerque, por favor. Soy más culo (sí, no miedoso: culo es la palabra, perdón por la maldición) que la chingada. No sé qué haría en tal caso salvo que me convertiría en un manojo de nervios.

(No tuve que acercarme. Ella llegó solita y solita se fue).

Pero pss no cuesta nada soñar verdat? Algún día algún día, tal vez me atreva a quedarme hasta que ella salga.. Y ps no sé, decirle algo.

Ash qué escrito tan cursi pero ni modo jaja.

(Al menos fui sincero en reconocer lo cursi de ésto).

EL UPDATE:

No le cambié nada para ser honesto conmigo mismo. Qué mugrero escribía. Lo sigo haciendo, yo sé, pero al menos ahora soy más honesto conmigo mismo y trato de no disfrazarlo. Además, neta, tanto punto suspensivo es mareante. En fin.

Lo importante era la historia. Sí, estaba bonita. Sí, era un amor platónico y jamás me acerqué a ella. Sí, era un putete. O soy, pero no viene al caso debatirlo.

Años después la conocí. Resulta que ella conocía a mi hermana, jugaron futbol juntas alrededor de un año en un equipo de la parroquia. Años después, en mi "boom" religioso la conocí en otro coro. No esperaba conocerla. Hacía mucho de ese crush y era una de esas historias que me inventé solo y ya.

Lo curioso es que la conocí y hablé con ella. La invité a salir y accedió. Nos dimos unos besotes. Al mismo tiempo, fui decepcionándome. Estaba loca la tipita. Loca es poco. Amable, buena onda, pisteadora y una mujer decente, sí. Loca de atar, no obstante.

Me di cuenta de ello y emprendí la graciosa retirada. No dije adiós, no di explicaciones. Errores que todos cometemos y no por ello son excusables.

Sin embargo, "evité una bala", por así decirlo. Ella era la tipita con la que salí.

http://www.youtube.com/watch?v=u1mqqA--p_I

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