martes, 26 de abril de 2016

La Barbería

Hoy fui a una barbería moderna para que me raparan y le dieran forma a la barba de vagabundo que traía. Sabía que por la ubicación y la mercadotecnia iba a ser un precio exagerado aún a pesar de los supuestos beneficios pero la pereza y las ganas de chiflarme vencieron a mi razón.

Llegué a sabiendas de que el costo de la experiencia sería de $500 pesos mexicanos o el equivalente a diez cajetillas de cigarros. Casi once. Decidí dejar de pensar en el costo y concentrarme en "vivir la experiencia". Mis únicas experiencias en barberías se reducían a dos ocasiones que fui a una de cholos donde la especialidad de la casa era hacer cortes para chicanos y otra a donde fui en múltiples ocasiones porque era un viejecillo que hacía maravillas con una navaja a un precio decente y competitivo. Llegué y sobra decir que fue completamente diferente: un lugar que cobra por el estatus, por la ubicación y porque las que te atienden son tres muchachonas de aspecto pasable que te respiran cerca del oído y te acarician la cabeza, todo dentro de los límites de la decencia clasemediera regiomontana. Ahora entendía todo más claro.

No pienso repetir la experiencia y todo ésto no es para ahondar en el tema de las barberías o del estatus. Si acaso de soslayo es sobre las muchachonas pero principalmente es sobre mí.

La muchacha que estaba rasurándome se embarró las manos con un menjurje de olor mentolado y aspecto grasoso, volteó a verme y me dijo lo siguiente:
-¿Tu piel es sensible a algo?

Sólo atiné a pensar lo que sin duda debí de haber respondido:
"Sólo a las caricias". 

Qué bueno que sólo dije que a nada.

sábado, 9 de abril de 2016

Mi mamá y sus loqueras parte 1

Mi mamá es la típica mamá de los pollitos que siempre acude al rescate de los más necesitados. Éso tiene muchas ventajas para uno siendo su hijo pero también es sumamente desesperante pero gracioso cuando sus inescapables afanes de ayudar y salvar al mundo le resultan contraproducentes.

Un ejemplo que se me vino a la memoria fue ahorita que estaba perdiendo el tiempo en Facebook -signo incontrovertible de sanidad mental y buen estado de ánimo- cuando me topé con las fotos de un hijo de puta que fue compañero mío en la primaria, secundaria y preparatoria. El hijo de puta tiene ahora unos hijitos de putita muy bonitos y simpáticos, uno de los cuales parece una copia al carbón del original. Viéndolo recordé esta anécdota.

Eran finales de preparatoria y mi mamá era la encargada de organizar la fiesta de graduación en mi escuela lasallista. Se había vuelto una experta en planeación. Ya conocía salones, alimentos, luces, decoraciones, centros de mesa, equipos de sonido y grupos musicales. Para variar, se había vuelto experta en algo aparentemente ajeno a sus habilidades y zonas de confort.

Era también la encargada de recolectar el dinero de cada uno de los graduados. Una cantidad nada despreciable pero adecuada para un evento clasemediero de festejo.

Mi compañero no tenía madre. Literalmente. La señora había fallecido cuando él estaba en primaria -no recuerdo las circunstancias, cue the violin music- y tenía dos hermanos menores. Su padre estaba y no estaba así que sus circunstancias familiares eran anómalas en el entorno lasallista. Por ende, mi mamá lo "adoptó". Además, era amigo mío porque yo padezco el mismo mal que mi madre pero no ahondo.

A la hora de recoger los pagos, mi compañero declinó asistir. El único de la generación de casi 150 estudiantes que no iría. Sobra decir que mi mamá casi estalla en llanto. Sabiendo que el orgullo es característica de todo hombre a toda edad, se ingenió una mentira burda: le llamó a mi compañero diciéndole que se había ganado una rifa donde el premio eran los boletos para ir a la fiesta de graduación con todo pagado para él y sus acompañantes.

Adivinen qué dijo el hijo de puta. Que si no le podían regalar mejor el equivalente al costo de los boletos en efectivo.

Casi siempre eso es lo que uno consigue cuando intenta ayudar al que no tiene interés ni necesidad de ayuda. Mejor de lejitos.