martes, 28 de junio de 2011

Selección Mexicana: Indisciplinas comunes


Como se ha vuelto costumbre al hablar de la Selección Mexicana de futbol, todo lo que se pueda decir cae en el terreno de la especulación. No hay datos concretos todavía, hay versiones aparentemente contradictorias y, no obstante el reciente Clembuterol-gate, el periodismo mexicano futbolero parece no abandonar las prácticas respecto al manejo de estas situaciones.

Sin embargo, en este momento trataré de ser lo más imparcial y objetivo posible.

1.- La saga comienza en el momento en que varios jugadores integrantes de la selección que participará en la Copa América 2011 reportaron robos en sus respectivas habitaciones. Los jugadores afectados aparentemente fueron Oribe Peralta, Liborio Sánchez, Diego Reyes, Jorge Enríquez, Jonathan Dos Santos, Néstor Vidrio, Luis Michel, Marco Fabián y Rafael Márquez Lugo. Según datos anunciados por la embajada mexicana en Quito, el monto del robo asciende a 15,334 dólares.

2.- Hasta aquí todo “bien”. Los jugadores presentan la queja por el robo, indignados al haber sido sustraídos artículos varios directamente de sus habitaciones. No hay espacio para muchos sospechosos: tuvo que ser alguien con acceso a las llaves para las habitaciones. El detalle es que el gerente del Hotel de Quito, Robert Ramia, da a conocer que un “utilero” (todavía desconocido) de la Selección Mexicana introdujo a 5 mujeres de dudosa reputación a las habitaciones de los futbolistas y hay un video que respalda sus afirmaciones. Además, fueron encontrados 5 preservativos usados en la habitación de Néstor Vidrio y Jonathan dos Santos (¡así somos los mexicanos, machos cumplidores, AJÚA!).

3.- No se trata de ponernos en un pedestal moral para indicar lo acertado, erróneo o qué tanto derecho tienen los jugadores de hacer lo que se les antoje en “sus tiempos libres”. Como podemos recordar, ése fue el argumento esgrimido por los seleccionados después de la fiesta en Monterrey que “se les salió de control” o mejor dicho, los pescaron en la movida. Si nadie se hubiera dado cuenta, ¿ustedes creen que los directivos los hubieran sancionado? ¿O que se hubiera hecho tanto escándalo?

Son jugadores profesionales, con responsabilidades y obligaciones que los llevan a procurar la disciplina en todas las áreas para rendir al máximo. A pesar de la divergencia de opiniones al respecto, la opinión predominante en esta cuestión es que el jugador que se prepara para una competencia de alto nivel debe procurar la abstinencia sexual para evitar el malgaste de energía.

4.- En nuestro México lindo y querido difícilmente una acusación se puede comprobar. Máxime cuando los involucrados son figuras mediáticas, que gozan de protección y un público que les perdona casi cualquier cosa, salvo una nueva derrota ante los gringos. Si en nuestro país se trata al acusado como presunto culpable hasta que se demuestre lo contrario (y a veces ni así), los futbolistas son seres privilegiados que muchas veces (no siempre) disfrutan de trato preferente, las mujeres quieren estar con ellos y los hombres quisieran ser ellos, etc. Aún más, en pocos países como en el nuestro abundan los casos de jugadores jóvenes que pierden piso ante las primeras semblanzas de éxito. Culpemos a la cultura, a la falta de ella, a las costumbres y a la importancia que tiene el futbol como fin y no como medio para salir de la pobreza. No se prepara a nuestros futbolistas para enfrentar el éxito de una manera madura, responsable, adulta. Por esa razón, muchas veces caen en excesos.

5.- Supuestamente, todo esto pasó un día antes del encuentro contra Ecuador, que ganó México 1 a 0 con gol de Marco Fabián. Supongamos que todas las acusaciones son ciertas: ¿Afectó en el rendimiento? ¿Quedaron a deber? Ahora bien, ¿está prohibido en el reglamento? De ser así, cualquier debate sobre moralidad o falta de la misma viene sobrando porque se habría roto con las normas establecidas por la dirigencia. Claro, dentro de esas mismas normas idealmente tendría que estar considerada una situación así y las medidas a tomar.

Con los antecedentes recientes creo que ya es hora de sacar algunas lecciones y aplicarlas para no volver a aparecer en las notas periodísticas con estas situaciones francamente vergonzosas, sean o no inventos de la prensa amarillista. Recordemos, la información es poder y cuando aparece una acusación de este calibre lo que menos va a pensar el público mexicano es en la moralidad intachable de nuestros futbolistas.

a) Vivimos en la edad de la información. Cada movimiento que hagan, como figuras públicas, será observado y debidamente reportado. Hay que actuar con la conciencia de ello. Sí hay jugadores que se han mantenido al margen de polémicas y problemas porque han actuado inteligentemente y manejado a los medios a su favor, proyectando una imagen positiva e inspiradora. ¿Por qué no seguir su ejemplo?

b) Si se rompieron los reglamentos tiene que haber castigos, sin importar el tamaño de la competición ni qué tan afectado quedaría el plantel. Sí, una cosa es la vida personal FUERA de la selección y otra muy diferente es la vida personal como integrantes EN ACTIVO de la selección. Son responsables de sus actos.

c) Además de los cambios en mentalidad táctica y en preparación física, creo que es urgente llevar un adecuado manejo psicológico de los jugadores. No sé en qué manera se realice actualmente, pero aunque sea más tardado y más complicado, tendría que realizarse en un enfoque uno-a-uno para facilitar el proceso de cada futbolista.

d) Se exige de acuerdo a la edad. Si en su momento a Martín Galván se le suspendió de las selecciones menores sin haber llegado contundentemente a una versión oficial aclaratoria, se le debe exigir más a los jugadores supuestamente más maduros. En el futbol como en la vida, hay que hacerse responsables de los actos y de los errores cometidos, así como se reciben halagos y admiración posterior a los aciertos.

La transparencia es algo a lo que cualquier organismo debe aspirar. El día de hoy la FMF tiene una oportunidad para avanzar en este campo.

¿Qué es lo que más probablemente pasará? ¿Necesito recordarle al lector de dónde es originaria esta Selección y lo que generalmente pasa en nuestro país en cuestiones legislativas? Pero no perdamos la fe, esperemos la resolución del caso.

martes, 21 de junio de 2011

Me van a tener que disculpar



Me van a tener que disculpar. Yo sé que un hombre que pretende ser una persona de bien debe comportarse según ciertas normas, aceptar ciertos preceptos, adecuar su modo de ser a determinadas estipulaciones aceptadas por todos. Seamos más explícitos. Si uno quiere ser un tipo coherente debe medir su conducta, y la de sus semejantes, siempre con la misma idéntica vara. No puede hacer excepciones, pues de lo contrario bastardea su juicio ético, su conciencia crítica, su criterio legítimo.

Uno no puede andar por la vida reprobando a sus rivales y disculpando a sus amigos por el solo hecho de serlo. Tampoco soy tan ingenuo como para suponer que uno es capaz de sustraerse a sus afectos y a sus pasiones, que uno tiene la idoneidad como para sacrificarlos en el altar de una imparcialidad impoluta. Digamos que uno va por ahí intentando no apartarse demasiado del camino debido, tratando de que los amores y los odios no le trastoquen irremediablemente la lógica.

Pero me van a tener que disculpar, señores. Hay un tipo con el que no puedo. Y ojo que lo intento. Me digo: no puede haber excepciones, no debe haberlas. Y la disculpa que requiero de ustedes es todavía mayor, porque el tipo del que hablo no es un benefactor de la humanidad, ni un santo varón, ni un valiente guerrero que ha consolidado la integridad de mi patria. No, nada de eso. El tipo tiene una actividad mucho menos importante, mucho menos trascendente, mucho más profana. Les voy adelantando que el tipo es un deportista. Imagínense, señores. Llevo escritas doscientas sesenta y tres palabras hablando del criterio ético y sus limitaciones, y todo por un simple caballero que se gana la vida pateando una pelota.

Ustedes podrán decirme que eso vuelve mi actitud todavía más reprobable. Tal vez tengan razón. Tal vez por eso he iniciado estas líneas disculpándome.

No obstante, y aunque tengo perfectamente claras esas cosas, no puedo cambiar mi actitud. Sigo siendo incapaz de juzgarlo con la misma vara con la que juzgo al resto de los seres humanos. Y ojo que no sólo no es un pobre muchacho saturado de virtudes. Tiene muchos defectos. Tiene tal vez tantos defectos como quien escribe estas líneas, o como el que más. Para el caso es lo mismo. Pese a todo, señores, sigo sintiéndome incapaz de juzgarlo. Mi juicio crítico se detiene ante él, y lo dispensa.

No es un capricho, cuidado. No es un simple antojo. Es algo un poco más profundo, si me permiten calificarlo de ese modo. Seré más explícito. Yo lo disculpo porque siento que le debo algo. Le debo algo y sé que no tengo forma de pagárselo. O tal vez ésta sea la peculiar moneda que he encontrado para pagarle. Digamos que mi deuda halla sosiego en este hábito de evitar siempre cualquier eventual reproche.

El no lo sabe, cuidado. Así que mi pago es absolutamente anónimo. Como anónima es la deuda que con él conservo. Digamos que él no sabe que le debo, e ignora los ingentes esfuerzos que yo hago una vez y otra por pagarle.

Por suerte o por desgracia, la oportunidad de ejercitar este hábito se me presenta a menudo. Es que hablar de él, entre los argentinos, es casi uno de nuestros deportes nacionales. Para ensalzarlo hasta la estratosfera, o para condenarlo a la parrilla perpetua de los infiernos. Los argentinos gustamos, al parecer, de convocar su nombre y su memoria. Ahí es cuando yo trato de ponerme serio y distante, pero no lo logro. El tamaño de mi deuda se me impone. Y cuando me invitan a hablar prefiero esquivar el bulto, cambiar de tema, ceder mi turno en el ágora del café a la tardecita. No se trata tampoco de que yo me ubique en el bando de sus perpetuos halagadores, nada de eso. Evito tanto los elogios superlativos y rimbombantes como los dardos envenenados y traicioneros. Además con el tiempo he visto a más de uno cambiar del bando de los inquisidores al de los plañideros aplaudidores, y viceversa, sin que se les mueva un pelo. Y ambos bandos me parecen absolutamente detestables, por cierto.
Por eso yo me quedo callado, o cambio de tema. Y cuando a veces alguno de los muchachos no me lo permite, porque me acorrala con una pregunta directa, que cruza el aire llevando específicamente mi nombre, tomo aire, hago como que pienso y digo alguna sandez al estilo de Y, no sé, habría que pensarlo; o tal vez arriesgo un vaya uno a saber, son tantas cosas para tener en cuenta;. Es que tengo demasiado pudor como para explayarme del modo en que aquí lo hago. Y soy incapaz de condenar a mis amigos al tórrido suplicio de escuchar mis argumentos y mis justificaciones para ellos.

Por empezar les tendría que decir que la culpa de todo la tiene el tiempo. Sí, como lo escuchan, el tiempo. El tiempo que se empeña en transcurrir, cuando a veces debería permanecer detenido. El tiempo que nos hace la guachada de romper los momentos perfectos, inmaculados, inolvidables, completos. Porque si el tiempo se quedase ahí, inmortalizando a los seres y a las cosas en su punto justo, nos libraría de los desencantos, de las corrupciones, de las ínfimas traiciones tan propias de nosotros, los mortales. Y en realidad es por ese carácter tan defectuoso del tiempo que yo me comporto como la hago. Como un modo de subsanar, en mis modestos alcances esas barbaridades injustas que el tiempo nos hace. En cada ocasión en la que mencionan su nombre, en cada oportunidad en la cual me invitan al festín de adorarlo y denostarlo, yo me sustraigo a este presente absolutamente profano, y con la memoria que el ser humano conserva para los hechos esenciales me remonto a ese día, al día inolvidable en el que me vi obligado a sellar este pacto que, hasta el presente, he mantenido en secreto. Digamos que mi memoria es el salvoconducto para volver el tiempo al lugar cristalino del que no debió moverse, porque era el exacto lugar en que merecía detenerse para siempre, por lo menos para el fútbol, para él y para mí.

Porque la vida es así, a veces se combina para alumbrar momentos como ése. Instantes después de los cuales nada vuelve a ser como era. Porque no puede. Porque todo ha cambiado demasiado. Porque por la piel y por los ojos nos ha entrado algo de lo cual nunca vamos a lograr desprendernos. Esa mañana habrá sido como todas. El mediodía también. Y la tarde arranca, en apariencia, como tantas otras. Una pelota y veintidós tipos. Y otros millones de tipos comiéndose los codos delante de la tele, en los puntos más distantes del planeta.

Pero ojo, que esa tarde es distinta. No es un partido. Mejor dicho: no es sólo un partido. Hay algo más. Hay mucha rabia, y mucho dolor, y mucha frustración acumulada en todos esos tipos que miran la tele. Son emociones que no nacieron por el fútbol. Nacieron en otro lado. En un sitio mucho más terrible, mucho más hostil, mucho más irrevocable. Pero a nosotros, a los de acá, no nos cabe otra que contestar en una cancha, porque no tenemos otro sitio, porque somos pocos, estamos solos, porque somos pobres. Pero ahí está la cancha, el fútbol, y son ellos o nosotros. Y si somos nosotros el dolor no va a desaparecer, ni la humillación ha de terminarse. Pero si son ellos. Ay, si son ellos. Si son ellos la humillación va a ser todavía más grande, más dolorosa, más intolerable. Vamos a tener que quedarnos mirándonos las caras, diciéndonos en silencio “te das cuenta, ni siquiera aquí, ni siquiera esto se nos dio a nosotros”. Así que están ahí los tipos. Los once tuyos y los once de ellos. Es fútbol, pero es mucho más que fútbol. Porque cuatro años es muy poco tiempo como para que te amaine el dolor y se te apacigüe la rabia. Por eso no es sólo fútbol.

Y con semejantes antecedentes de tarde borrascosa, con semejante prólogo de tragedia, va ese tipo y se cuelga para siempre del cielo de los nuestros. Porque se planta enfrente de los contrarios y los humilla. Porque los roba. Porque delante de sus ojos los afana. Y, aunque sea, les devuelve ese afano por el otro, por el más grande, por el infinitamente más enorme y ultrajante. Porque aunque nada cambie allá están ellos, en sus casas y en sus calles, en sus pubs, queriéndose comer las pantallas de pura rabia, de pura impotencia de que el tipo salga corriendo mirando de reojito al árbitro que se compra el paquete y marca el medio.

Hasta ahí, eso sólo ya es historia. Ya parece suficiente. Porque le robaste algo al que te afanó primero. Y aunque lo que él te robó te duele más, vos te regodeás porque sabés que esto, igual, le duele. Pero hay más. Aunque uno desde acá diga “bueno, es suficiente, me doy por hecho”, hay más. Porque el tipo, además de piola es un artista. Es mucho más que los otros.

Arranca desde el medio, desde su campo, para que no queden dudas de que lo que está por hacer no lo ha hecho nadie. Y aunque va de azul, va con la bandera. La lleva en una mano, aunque nadie la vea. Empieza a desparramarlos para siempre. Y los va liquidando uno por uno, moviéndose al calor de una música que ellos, pobres giles, no entienden. No sienten la música, pero van sintiendo un vago escozor, algo que les dice que se les viene la noche. Y el tipo sigue adelante. Para que empiecen a no poder creerlo. Para que no se lo olviden nunca. Para que allá lejos los tipos dejen la cerveza y cualquier otra cosa que tengan en la mano. Para que se queden con la boca abierta y la expresión de tontos, pensando que no, que no va a suceder, que alguno lo va a parar, que ese morochito vestido de azul y de argentino no va a entrar al área con la bola mansita a su merced, que alguien va a hacer algo antes de que le amague al arquero y lo sortee por afuera, de que algo va a pasar para poner en orden la historia y las cosas sean como Dios y la reina mandan, porque en el fútbol tiene que ser como en la vida, donde los que llevan las de ganar ganan, y los que llevan las de perder pierden. Se miran entre ellos y le piden al de al lado que los despierte de la pesadilla. Pero no hay caso, porque ni siquiera cuando el tipo les regala una fracción de segundo más, cuando el tipo aminora el vértigo para quedar de nuevo bien parado de zurdo, ni siquiera entonces van a evitar entrar en la historia como los humillados, los once ingleses despatarrados e incrédulos, los millones de ingleses mirando la tele sin querer creer lo que saben que es verdad para siempre, porque ahí va la bola a morirse en la red para toda la eternidad, y el tipo va a abrazarse con todos y a levantar luego los ojos hacia el cielo. Y hace bien en mirar al cielo, porque no sé si sabe, pero ahí están todos, todos los que no pueden mirarlo por la tele ni comerse los codos.

Porque el afano estaba bien, pero era poco. Porque el afano de ellos era demasiado grande. Así que faltaba humillarlos por las buenas. Inmortalizarlos para cada ocasión en que ese gol volviese a verse una vez y otra vez y para siempre en cada rincón del mundo. Ellos volviendo a verse una y mil veces hasta el cansancio en las repeticiones incrédulas. Ellos pasmados, ellos llegando tarde al cruce, ellos viéndolo todo desde el piso, ellos hundiéndose definitivamente en la derrota, en la derrota pequeña y futbolera y absoluta y eterna e inolvidable. Así que, señores, lo lamento. Pero no me jodan con que lo mida con la misma vara con la que suponen debo juzgar a los demás mortales. Porque yo le debo esos dos goles a Inglaterra. Y el único modo que tengo de agradecérselo es dejarlo en paz con sus cosas. Porque, ya que el tiempo cometió la estupidez de seguir transcurriendo, ya que optó opto por acumular un montón de presentes vulgares encima de ese presente perfecto, al menos yo debo tener la honestidad de recordarlo para toda la vida, yo conservo el deber de la memoria.

jueves, 16 de junio de 2011

El pinche Clembuterol

¿Qué no se ha dicho ya sobre toda esta faramalla? Ahora sí que es como dicen, igual que un culo todo mundo tiene una opinión al respecto. Algunos la fundamentan o la racionalizan mejor que otros, pero éso ya es culpa de los que llegaron tarde a la repartición de cerebros.

Y sin embargo heme aquí, cayendo en la misma trampa, escupiendo pa'rriba y tropezando con esa piedrota que estoy criticando. También yo tengo una opinión al respecto y, ¿saben cuál es? Que me vale madres.

¿Qué es lo que pasó? Muy probablemente el "dopaje" haya sido accidental. Así como consumimos clembuterol sin querer queriendo, hay muchísimas otras sustancias que probablemente aparecerían en nuestro organismo (si las buscáramos). Afortunada o desafortunadamente, estos cuates son deportistas y hay reglamentos y normas referentes a la presencia de sustancias ajenas al cuerpo.

¿Que el clembuterol sirve pa'pura madre en cuanto a dopaje? Así es. Si la intención fuera ganar alguna ventaja sobre los rivales, una persona mala usaría mejores sustancias, más difíciles de rastrear, etc.

Lo que quiero apuntar es que, ok, supongamos que se doparon voluntaria o involuntariamente... ¿Cuál es la pinche diferencia? Todos sabemos perfectamente bien que el Hobbit Bermúdez no iba a crece medio metro para competirle a Carlos Bocanegra en un tiro de esquina. Edgar Dueñas es un tronco que está ahí solamente por ser mamalín del Chepo de la Torre (siempre pasa, no es nada nuevo tampoco). Sinha, igual: otro mamalín del Chepo nada más que no hay otro como él en México... ah no, sí hay, ahí está Giovani que es unos 10 años más joven.

Los jugadores están perdiendo en esta situación pero las mayores "víctimas" son el Maza y Ochoa. Se suponía que AHORA SÍ, el mentado Paco Memo iba a emigrar y demostrar que en México no nada más se producen defensas sino también porteros de calidad. El Maza por fin se había consolidado en el PSV. Su futuro ahora es incierto.

Ahora bien, si los castigan o no los castigan: ¿cuál es la diferencia? Con o sin ellos México está OBLIGADO a jugar la Final de la Copa Oro y, solamente porque los gringos ya nos tienen tomada la medida no es una obligación también ganarla. Si jugaran los Jaguares sin sus extranjeros la Copa Oro, igual sería una obligación competir verdaderamente (no lo digo por demeritar a los Jaguares, fue el primer equipo que se me ocurrió; recordemos el experimento Puma de hace algunos años).

Hace rato leí en el Twitter de @arieljudas lo siguiente:
"El fútbol mexicano siempre genera temas de conversación. Probablemente sea uno de los ambientes más complejos del planeta."

Ahora bien, coincido totalmente y se lo dije. (Sí, casi casi me llevo de piquete de culo con él... ajá). Pero creo que todo éso, este ambiente de exageración, de abrumar a través de todos los medios con información al respecto, de concentrarnos en esta particular situación como si fuera un asunto de primer orden y primer interés nacional contribuye a varias cosas:

1) A la ignorancia del aficionado que no sabe discernir entre todo lo que se le muestra y no sabe formar su propia opinión.
2) Se critica a los directivos por una situación que está ajena a su control. Si una hace las cosas con la mejor voluntad y SUPUESTAMENTE en la forma correcta, que pasen estas cosas es un accidente. Se les puede responsabilizar pero no exigir una renuncia, por ejemplo. Justino y Decio no son santos de mi devoción pero en esta ocasión no creo que se les deba crucificar.
3) Los jugadores son mártires. Son seres humanos privilegiados que trabajan en lo que millones de personas en todo el mundo quisieran, y reciben un sueldo desproporcionado por hacerlo bien. Si un jugador se maneja de manera inteligente y cuenta con algo de talento, en 10-20 años puede juntar una fortuna y vivir de ella sobradamente por el resto de sus días. Pobrecitos futbolistas, cómo sufren, son mamadas las que les hacen.

Vivimos en México, ¿cuánto les gusta para que los castiguen, si llegaran a hacerlo? ¿6 meses, 1 año? ¿A los querubines les van a dejar de pagar? No pues yo también quiero ser mártir como estos weyes.

Y el punto central y lo que me inspiró a escribir ésto en un estilo bastante diferente (en mi opinión) a lo anteriormente escrito por su amable servilleta:

No importa. Aún si hubiera sido en plena Copa del Mundo, no importaría.

Debido al nivel de futbol que poseemos, terminamos siempre fijándonos en estas pendejadas. Que el árbitro, que el DT y sus festejos, que la Liguilla y la "rehidratación", etc etc etc.

Porque sabemos que en una verdadera competición, probablemente se repita nuestra cantaleta de "jugamos como nunca y perdimos como siempre", mientras la raza que viajó gastándose sus ahorros canta el Cielito Lindo y grita "¡Sí se puede!" a todo pulmón. Porque sabemos que los premios están para los mejores y nuestra mentalidad no da para más que aspirar a un 5º partidito. Vámonos todos a la Macroplaza, al Ángel, a la Minerva, a donde quieran, porque le ganamos 5-0 a El Salvador.

El pasado fin de semana se lo dije en la peda a mi amigo @cesargomez86 y lo repito aquí: México NUNCA va a quedar Campeón del Mundo. Nunca. Tú y yo, querido lector, no vamos a verlos campeones. No importa que el Chicharito sea el mayor romperredes en la historia del futbol mexicano, que Giovani se convierta en figura del Tottenham o del Milan o equis equipo, que Carlitos Vela recupere la sonrisa y se convierta en el buen jugador que auguraba ser... NO vamos a verlos Campeones del Mundo.

Llámemenme pesimista, antipatriota, cerrado, hipócrita, lo que sea. Es mi opinión y creo que tengo derecho a ella. Si alguien quiere debatir conmigo al respecto con buenos argumentos, orden y respeto, adelante.

Pero, según yo, mucho pedo. Ni que estuviéramos perdiendo a Messi.

martes, 14 de junio de 2011

El tipo sin talento

¿Cómo se llega a la conclusión de quién es talentoso? Dejemos de lado lo desatinado de no aclarar desde el principio en qué área existiría dicho talento; lo importante aquí es aclarar quien demonios reparte esos juicios.

En el futbol se puede hablar de jugadores talentosos y, generalmente, el nombre mencionado dependerá del juez calificador. Además, la validez de su juicio dependerá de la importancia que el pueblo le otorgue a dicho juez. No es lo mismo que Pelé o Johann Cruyff hablen maravillas de Lionel Messi, a que lo hiciera mi vecino Pepe que es contador. Entonces partimos de que, como dice el antiguo proverbio, la belleza está en la mirada del espectador.

Hay aquellos que ven el talento como la capacidad de invención, de hallar espacios en donde los demás solo ven cuerpos moviéndose sin orden aparente.

Otros dirán que es quien tiene la mejor técnica para golpear el balón. Aquél que, a pelota parada o en movimiento, “donde pone el ojo pone la bala”/el balón.

Algún romántico cantará glorias sobre la capacidad de regate, de conducción, de engaño de aquél. El talento como la capacidad de un hombre de mentir convincentemente, sin importar si obtiene o no algo de provecho.

Independientemente de lo subjetivo del tema, es bastante fácil juzgar. Todos tenemos una opinión y solamente estamos esperando que alguien nos preste atención el suficiente tiempo para pregonarle nuestra verdad. A veces ni siquiera es nuestra verdad sino la verdad que le hemos escuchado al comentarista de moda, al más respetado, o cuando suficientes personas lo dicen: tiene que ser verdad.

Imagina ahora que eres un jugador de futbol profesional. Así te vieron que a los 7 años te dijeron en el club: “vas de portero”. Claro, se necesita talento ahí pero de otra calidad. A los 11 años un visionario te dice: “vas de delantero” y anotas goles por montones. El futuro parece promisorio. A los 18 años debutas en primera en tu equipo y anotas un gol el primer año. La gente te abuchea, te califica de jugador torpe. Otro año y un gol más. Desciende tu equipo y juegas 3 partidos (como suplente). Un entrenador te dice que sólo sirves para cortar el pasto. Después, un entrenador diferente tiene confianza en ti y explotas. Sigues siendo torpe fuera del área pero dentro de ella, sin falsa modestia, no hay otro como tú. Escribes tu historia.

Ser un goleador requiere talento, sin duda, pero son tipos raros. Uno dudaría de calificarlos como talentosos per se porque no necesariamente esa frialdad asesina, esa metodología de la destrucción rival va acompañada de talento. No disfrutan necesariamente del juego de conjunto, solamente esperan la oportunidad para cazar un gol. No contribuyen gran cosa en labores defensivas; funcionan bien en su zona de confort a la ofensiva. Pueden definir de variadísimas maneras bordando en lo genial en ocasiones, pero puede que el pase más fácil lo fallen. O que en un partido fallen 3 penales.

Pocas veces un jugador tan carente de talento (al menos para muchas personas) consiguió tantos logros como ese loco que está a punto del retiro: Martín Palermo, El Optimista del Gol. Hasta pronto, Martín. No sé tus acérrimos críticos pero creo que con tu corazón, tu esfuerzo y tu talento en ese rectángulo verde, enamoraste a muchos amantes del fulbo.

“¿Vos querés buscarle la explicación a Martín Palermo? No se la busqués. Ni por la estadística, ni por los goles, ni por la técnica, ni por todo lo que evolucionó como jugador. Buscásela en la mente y en el alma, buscásela en el corazón, buscásela en la familia.”

“El Profe” Daniel Córdoba, el entrenador en Estudiantes que le tuvo confianza cuando nadie más se la tuvo.

jueves, 2 de junio de 2011

Un amor violento

Debo confesar una cosa: solo una vez me he enamorado. Les creo y apoyo firmemente a aquéllos que proclaman a los cuatro vientos su verdad: el amor existe y solamente ocurre una vez en la vida. Mis conocidos me tachan de exagerado pero no me importa… que me dejen seguir soñando.

Tuve también la suerte de que la conocí desde chico. No fue difícil conocerla ni enamorarme de ella. Vivía cerca de mi casa y no era raro que nos topáramos. No es perfecta, de hecho, está muy lejos de serla; de todo ésto me di cuenta conforme crecí y la fui conociendo más profundamente.

Es histérica, voluble, falta a sus promesas, camina altiva y orgullosa en ocasiones, en otras tantas se esconde. Mis amigos me reprochan: “Estás a tiempo de cambiar”, “Te puedes conseguir algo mejor”, “¿Pero qué necesidad tienes de estar sufriendo?” Pero es que ellos no pueden entender, o mejor dicho, no quieren entender. Las mejores historias de amor no son las que viven felices para siempre, no señor. Son aquellas que perduran, en la que lo obtenido llegó a base de sudar sangre. Jamás lo van a aceptar pero creo que todos somos así: preferimos mil veces la que nos hace sufrir, la que cada triunfo, cada centímetro conseguido nos lo vende caro. Ésa que al menor descuido nos voltea la cara y nos deja confundidos, abandonados, sin entender bien que fue lo que pasó… para después volver y nosotros con los brazos abiertos. ¿Como tontos?

Son ellas el motor del apasionamiento, la fuente de toda energía, el motivo y causa de todo esfuerzo. Nosotros las necesitamos para respirar, los que en momentos de despecho murmuramos furibundos, y en los momentos de amor nos abandonamos al éxtasis. Amor convirtiéndose en odio convirtiéndose en amor, sin parar nunca.

Me encuentro solo en el graderío. Solo en la derrota, derramando lágrimas que no encuentran consuelo. Ella ya había huido fiel a su costumbre. Como siempre, histérica, mi chica había dejado pasar la gloria, caprichosa, embelesada tal vez con su propia belleza. Se fue y yo aquí…

Ahora en la euforia del triunfo no faltan sonrisas ni abrazos. ¿Qué saben ellos de ti, preciosa? Te miro y sé que, sin mirarme, me sonríes. Sabes que estoy en tus brazos nuevamente, que estas lágrimas que recorren mi rostro son de felicidad, de plenitud, de enamoramiento. Has de mí lo que quieras, soy tuyo para siempre. Berrinchuda, caprichosa, veleta… ¿qué te cuesta tratarme así?

Nos encanta codearnos con el sufrimiento. Padecemos de esa terrible necesidad de conocer la oscuridad para realmente valorar el brillo del Sol. Esa derrota sobre la hora o el gol de último momento, son caprichos del futbol… pero precisamente por ellos es por lo que nos desvivimos, por lo que nos apasionamos, por lo que sufrimos, lloramos, sonreímos y también vivimos. Si no fueras así no te amaría de esta manera. Así se explica esta pasión tan inexplicable, la del hombre de fútbol y la del hombre enamorado. Tan parecidos.