martes, 24 de mayo de 2011

La dupla letal

Se cuenta desde hace mucho tiempo entre la gente del pueblo una historia con tintes de leyenda. Allá por la década de 1950 surgió en las inferiores del club una pareja de jugadores hecha para complementarse, para jugar juntos siempre, para deleitar a los espectadores de cualquier cancha.

Uno, el Chacho, era alto, fuerte, letal: un depredador del área. Sabía moverse entre sus rivales, leer sus movimientos, aprovechar el desmarque del compañero y facilitarle el trabajo a sus coequiperos. Un espectáculo el Chacho. Remataba fuerte con las dos piernas, excelente cabeceador y no le faltaban recursos para mandar la de gajos a la portería, ésa que tenía dibujada en la mente en todo momento.

El otro, el Cañito, hacía honor a su apodo. Cacheteaba la pelota rítmicamente; algunas veces con desdén, otras con un amor apasionado. Le gustaba jugar al filo de la cancha, pegado a la banda izquierda. ¡Cuántas veces se le observaba picar a toda velocidad siguiendo la línea de cal, para después mandar el centro claro, preciso, hermoso a la cabeza del Chacho! Encarador, gambetero, descarado: un jugador formado en el barrio, enamorado de la burla y el engaño.

Desde los 10 años se conocieron y durante 6, 7 años fueron el terror de las inferiores. Sus jugadas las tenían bien ensayadas. Todo mundo sabía que el Cañito iba a enfilar hacia la esquina de la cancha y de ahí enviaría el centro (raso, alto, diagonal… daba igual), y que el Chacho remataría de la forma idónea para enviar el esférico al fondo del arco sin importar qué hiciera la defensa y el arquero contrarios. No los podían parar.

El primer equipo se relamía los labios al ver el par de joyas que aguardaban una oportunidad en la cantera. Ahí termina la historia de estos dos chicos. La última temporada, dicen, el Chacho no dio pie con bola y optó por retirarse. El Cañito, decepcionado, se fue a jugar a un club de la capital y también se le perdió el rastro.

Hoy, unos 60 años después me encuentro sentado en las graderías del club. Como cualquier otro de los habitantes de mi pueblo conozco la historia interrumpida de ese par de cracks que desaparecieron sin dejar rastro. Me la contó mi padre que tuvo la oportunidad de verlos, compartiéndome anécdotas, estadísticas, memorias. A su servidor le gusta dárselas de investigador ocasional por mi afán de siempre saciar mi curiosidad, por lo cual uno de mis intereses escondidos era dar con el paradero de estos dos exjugadores y así resolver la duda: ¿qué había pasado?

Mientras por mi mente paseaban estos pensamientos, veía despreocupadamente el juego de las inferiores. Casualidad o no, un pequeño extremo centraba preciosamente el balón al centro del área donde el delantero centro, un muchachito alto, fornido se elevó elegantemente superando la marca de dos defensores y enviaba el balón lejos de la estirada del portero. Los muchachos arrancaron pegando brincos hacia el centro de la cancha, yo daba otra calada a mi cigarrillo sonriendo ante la inocencia del juego y vi a mi derecha a unos cuantos metros a un anciano sonreír a la vez.

“Bueno, ¿qué puedo perder?” pensé y volteando, manteniendo la sonrisa, pregunté:

- “Mire nada más que precioso gol, ¿no cree Don?”.

- “Claro, hijo… muy buen remate de cabeza,” sonreía orgulloso. “Es mi nieto Felipe el que anotó el gol. Lleva ya varias temporadas siendo el campeón goleador del equipo.”

- “¡Ah vaya! Pues felicidades, esperemos que el muchacho siga por este camino… ¿Usted cree que tenga posibilidades de llegar a Primera?”

- “Pues… todo puede pasar, ¿no? A final de cuentas lo que importa es que el niño siga el camino hacia lo que lo haga feliz. Si es en el futbol o fuera de él, ya es decisión de él.”

- “Claro, claro… pero ¿sabe a quién me recordó ahora que vi la jugada? Bueno, usted de seguro ha escuchado la historia… ¿Recuerda usted a Chacho y al Cañito?”

- “… Claro, dicen que eran el futuro del club, y no sólo éso, algún soñador se atrevía a decir que del país. Pero mira, éso ya es exageración porque eran unos chicos que no pasaban de 17 años cuando desaparecieron del equipo. Como te decía ahorita: todo puede pasar en esta vida.”

Envalentonándome, arriesgué la pregunta que en mi mente había desencadenado toda la conversación:

- “Y, disculpe que lo moleste, pero ¿usted sabe acaso qué fue de estos dos chicos?”

- Hizo un silencio mientras sonreía. “Hay mucha gente que sabe lo que pasó aquí, especialmente entre los viejos que estábamos presentes en aquella época… pero nadie quiere hablar al respecto. Supongo que no es la primera vez que preguntas sobre el tema.”

- “Bueno, pues siempre he tenido mucha curiosidad al respecto pero poco es lo que he podido averiguar. Sí, muchas anécdotas sobre su clase, su técnica, su nivel… pero del final, nada.”

- “Mira, lo que pasó…”, me mira directamente a los ojos, “es que me enamoré.”

- “…”

- “Así como lo oyes,” ríe abiertamente ahora. “¿Qué quieres que te diga? Me enamoré perdidamente de una chica y a partir de entonces, el futbol dejó de ser mi prioridad. Tuve suerte… Me enamoré de ella, ella se enamoró de mi, nos casamos y formamos una familia.”

- “¿Usted es el Chacho?”, pregunté temblándome la voz de la emoción.

- “Shhh, no te vayan a escuchar mis fanáticos.” Ahora, rió sonoramente acercándose a mí.

- “¿Y Cañito?”

- “Pues después de que me pasó a mi, tuvimos una mala temporada y decidió irse a vivir a la Capital con su familia. Se casó también y es feliz. Hablamos de vez en cuando todavía, tiene rato que no viene a visitar.”

Yo estaba con los ojos abiertos como platos, sorprendido de haber encontrado la respuesta de esta manera… y todavía más por lo que la respuesta había resultado ser.

- “Oiga Don Chacho, disculpe lo entrometido que puedo parecer pero, ¿no se arrepiente de haber dejado el futbol?”

- “Mira hijo… El futbol me dio muchas alegrías pero nada que se compare con el gozo de vivir con esta mujer, de haber crecido con ella, de tenerla a mi lado todos los días hasta ahora. ¿Recuerdas que me preguntaste sobre mi nieto, si tendría posibilidades de llegar a Primera?” Asentí. “El chico puede lograr lo que él quiera, pero si me preguntas a mi sobre qué es lo que quiero para él… Fácilmente te respondo: que se enamore.” Sonrió.

sábado, 21 de mayo de 2011

El Gigante del arco


El portero no podía concentrarse. El partido apenas comenzaba y no podía entender cómo justo ahora se le había ocurrido a ella joderle la vida de tal manera. Mira, fuera un partido cualquiera, pasa… ¡Pero justo ahora que se estaban jugando la permanencia! Maldijo su suerte, acarició los guantes despacio y buscó el centro del marco. La pelota se encontraba muy alejada de su área, entonces se permitía este momento de distracción.

Desde chiquillo le gustaba la soledad de la portería. Su estatura no era la ideal pero contaba con agudos reflejos y una agilidad cirquera, motivos suficientes para que en los volados siempre fuera el primero a elegir. Dicen algunos viejos: a un equipo lo tienes que armar desde atrás. A nuestro portero el tiempo y las circunstancias le dieron suficientes motivos para compartir esta creencia, modestia aparte.

Ya en la adolescencia lo invitaron a probarse en las básicas de su equipo. Sin mucha ilusión acudió a la prueba, uno de los pocos muchachitos dispuestos a mostrarse como porteros. El encargado de la prueba lo observó medio tiempo en el cual tapó un mano a mano abalanzándose sobre la pelota y arrebatándola al delantero; dos atajadas que si no las hubiera visto en vivo, hubiera dudado que un mocoso como ése fuera capaz de realizarlas; y además, sonreía el muy maldito. El viejo sonrió y apuntó su nombre.

Ahí empezó su tormento. La hija del viejo: una chica hermosísima, anhelo secreto de cada uno de los integrantes de la filial, fruta prohibida y por lo tanto más deseada todavía. Sus lances, sus despejes, salidas elegantes por alto: todos con dedicatoria. Porque si bien algunos la deseaban, todos acordaban en burlarse del “Gigante” (la creatividad de los muchachos para poner apodos no era demasiada) por su obsesión con la chica.

Despectiva, con una soberbia sustentada en su belleza, sus miradas rara vez recaían en el tipito ése. Sí, era lindo y era simpático pero fuera de eso…

Pero terco, no se daba por vencido. La foto que tenía de ella reposaba sobre su cómoda; foto adquirida mediante el ofrecimiento de favores y algo de dinero para el hipotético cuñado. Pasaba las noches en vela contemplándola, imaginando, construyendo un futuro en su mente. ¡Qué importaban los desprecios mientras le sonriera de vez en cuando! El “Gigante” verdaderamente se agrandaba ante la dificultad que le planteaba Eros y se sentía con la certeza de que terminaría por enamorarla.

El chico ascendió con seguridad por las diversas categorías, y ella siempre estaba ahí en las canchas con su aire de altivez y aburrimiento pobremente disfrazado. Muchos de sus antiguos compañeros fueron depurados en el proceso de selección de los más aptos hasta que le llegó el día que lo ascendieron al primer equipo. ¡Mamita, que ilusión! Salir a la cancha y, a pesar de ser el único que no usaría los colores del club, saberlos tatuados en su corazón…

Sus intentos ablandaron las defensas de la musa, fuera por ternura, por perseverancia o por fatiga. Además, bueno… si llegaba al primer equipo y recibía la paga de jugador profesional…

El chico sentía que vivía un sueño: tenía a la mujer deseada, portaba los colores de SU equipo y con toda seguridad en alguna oportunidad ocuparía el marco. Todo fue vertiginoso a partir de ahí: debut, las grandes actuaciones, el reconocimiento de la prensa y el público, las entrevistas, los patrocinios, campeonatos…

De la misma manera, su vida amorosa parecía un cuento de hadas: no escatimaba en gastos para su adoración, ella era reconocida por su belleza, recibía halagos, obsequios, fama y el amor siempre fiel de su Gigante. ¿Qué más podían pedirle a la vida?

Los años pasaron y el arquero envejeció. Sus reflejos y su agilidad se vieron disminuidos, pero la experiencia adquirida a través de los años bastaba la mayor parte de las veces. Desgraciadamente, en un partido el arquero salió valiente actuando la pantomima millones de veces ensayada. El delantero enfilando a toda velocidad, calcula el momento adecuado, agazapado espera y se lanza por el balón… pero a diferencia de otras ocasiones su rodilla le falla y cae fulminado al suelo, aullando de dolor. Gol en contra pero qué importa. El Gigante había caído inesperadamente. Sí, inesperadamente pero en el momento en el que la gente empezaba a murmurar que ya no era indispensable.

Operaciones, rehabilitación, la desesperación, la frustración de saberse relegado, cada vez más olvidado por su gente. Un ídolo caído, escondido como mueble viejo. Con su terquedad insistió por recuperarse, esforzándose, sufriendo callado. Ella despertó de su sueño y vio su realidad, su probable futuro y se espantó. Ella era bella todavía, no quería imaginar su vida cuidando a su Gigante… seguramente él no querría eso para ella siendo que decía amarla tanto. Así que un día ella hizo las maletas y se fue sin decir adiós.

Imaginemos la magnitud de los acontecimientos para nuestro portero. Sus dos sueños desvanecidos, como si hubieran sido solamente un espejismo. Sin embargo, no era de esos hombres que se quedan tirados. Con más ahínco reanudó su preparación, asegurándose a sí mismo demostrarles a todos que se cayó pero que estaba permitido siempre y cuando te levantes.
Hasta que por fin se presentó con el alta médica y las aseveraciones de los galenos de que podía participar de nueva cuenta. Había otro portero, más joven que él… ¿qué importa? Podía esperar con la certeza de que llegaría su oportunidad, su revancha consigo mismo.

Tres goleadas en contra de manera consecutiva y el entrenador volteó con el Gigante durante un entrenamiento. “Usted juega con los titulares”, le dijo. “Muestre lo que sabe.” Sonrió confiado sabiendo que, hombre hecho para grandes empresas, le tocaba mostrarse en el partido más importante.

Todo perfecto hasta que esa misma mañana llegó ella. Llorando, desconociendo su renovada titularidad le juró arrepentimiento, haber revalorizado su presencia y pidiéndole comprensión. Su corazón se conmovió ante el espectáculo de la mujer amada sufriendo, y pidió paciencia. Primero estaba el juego.

Partido perfecto. Con razón el equipo estaba así: los defensas eran un asco. Por dentro los maldecía, pero conocedor de la psicología de un equipo de futbol, los animaba y gritaba alentándolos. Tiro tras tiro se encargaba de descolgarlos del aire cual prestidigitador, lances acrobáticos perfectamente ensayados, cada despeje un pase intentando brindar una oportunidad de gol a favor… hasta los postes parecían simpatizar con él. No dejaba de pensar en ella.

Como torpe innovación de los federativos, al terminar empatados todo se resolvería en penaltis. Pero sus compañeros no dan pie con bola y fallan. Angustiado, intenta dominar sus nervios y se planta entre los tres postes. Ataja el disparo, brinca y anima a sus compañeros, la multitud estalla en gritos de júbilo. Oportunidad tras oportunidad, fallan de manera penosa. Él intenta darles una oportunidad y ataja algunos disparos, alargando la agonía. Finalmente, falla su equipo la última posibilidad y cae abatido.

No falló, hizo todo lo posible. La gente abuchea sonoramente al equipo pero el cántico de “portero, portero” comienza como un murmullo y procede in crescendo. Voltea agradecido mientras su mujer entra a la cancha y lo abraza fuertemente, mojando su hombro con las lágrimas que derrama. Lo llena de besos, él sonríe complacido. “¿Nos retiramos, princesa?”, le declara a su mujer y juntos abandonan la cancha tomados de la mano.

Después de todo… ¿qué importa el futbol? El Gigante tenía lo único que siempre había querido sobre todas las cosas: el amor sincero de esta mujer.

lunes, 16 de mayo de 2011

Abogado del diablo

Cuando se desata alguna controversia, soy muy contreras. Es parte de mi proceso mental el intentar empatizar con los diferentes puntos de vista, argumentar a favor y en contra de cada uno de ellos y al final, si no justificar, al menos entender el por qué de las cosas.

No soy jugador de futbol y por éso creo que para todos aquéllos que vivimos ajenos a esa subcultura, es difícil entender algunas cosas. El futbol tradicionalmente ha sido un juego de hombres, un tanto primitivo. Como toda competición deportiva, es interesante analizarlo desde un punto de vista sociológico como un "escape" a las tensiones, a la competitividad, a la violencia que se asocian con el género. Ojo, tanto para el deportista como para el aficionado. Un espectador imparcial que se asome en las gradas podrá reconocer al tímido profesor de Filosofía de la Universidad, al oficinista asalariado de 9 a 5, al padre de familia, al doctor, al ingeniero, al abogado, al albañil... y percatarse de la transformación que, generalmente, el sujeto en cuestión sufre durante un periodo de 2 horas.

Ahora bien, si se entiende (aunque no se justifique) esta transformación y se explica como "parte del juego", ¿por qué no podemos entender que la violencia se desborde dentro de la cancha de juego? De nuevo, generalizo pero solo por explicar el punto: los 22 hombres que dentro de ese rectángulo verde persiguen un balón, probablemente encajarían en el tipo A de personalidad. Son hombres que quieren demostrar su valía ante las masas, ser reconocidos, que necesitan de la aprobación de los demás, que constantemente buscan y anhelan la competición, sumamente orgullosos, agresivos, et al.

Vamos pues, son "machos alfa" encerrados en una cancha con reglas impuestas por la gente "de pantalón largo." Se necesita un poco de ese tipo de personalidad para brillar en el juego. De nuevo, generalizo solo para ilustrar un punto, estoy bastante consciente de que hay muchos futbolistas que no encajan con el estereotipo que presento.

En una situación crítica, donde la frustración está al tope y las reacciones se pueden volver exageradas, pasa lo que ayer en el encuentro entre Cruz Azul y Morelia. La desesperación prácticamente anula el proceso racional y se convierte en una situación instintiva donde la violencia se desborda.

No quiero justificar la violencia dentro de las canchas, siempre va a ser algo deleznable. Sin embargo, entiendo la violencia (hasta cierto punto) como parte del juego, un ingrediente más. Las reacciones del Chaco Giménez y Corona fueron desproporcionadas... pero entendiendo al equipo como tribu, ¿no quisiera el lector que alguno de sus integrantes defendiera al conjunto ante el ataque enemigo violento hacia los suyos?

Los jugadores perdieron la cabeza y los castigos son justificados. Ahora sí que como leí en la mañana "les salió el barrio". Estas rencillas son comunes en partidos amateurs, claro, uno espera más de profesionales pero recordemos que todos ellos nacieron fuera de la cancha.

Ahora bien... No creo que Corona se merezca anular su convocatoria a la Copa Oro. Ya se tomó la decisión y no hay vuelta de hoja, pero creo que 1. Su desempeño es claramente superior al del resto de los arqueros en México y 2. Es una situación extracancha que no influye. No se trata de perdonar y juzgar con diferente vara, sino de entender que son situaciones ajenas.

Como futbolista, Corona ha demostrado ser el mejor portero en México actualmente. Es el de las actuaciones más regulares, es líder, y (obvio) tiene carácter además de talento. Como persona podrá ser muchas cosas, pero para bien o para mal, en el futbol esas cualidades no participan de manera indispensable.

Dirán algunos idealistas "es que los niños, qué ejemplo les están dando..." Yo opino que los valores, los principios, la educación se imparten en la casa y en menor medida, en la escuela. A final de cuentas uno tiene que hacerse responsable de sus propios actos y no achacárselos a alguien simplemente porque "vio que él lo hizo". Es ENTENDIBLE pero no JUSTIFICABLE.

Sin embargo, en nuestro futbol y en nuestro país siempre tenemos que encontrar un chivo expiatorio, y en esta situación ya quedó claro que Corona pagará los platos rotos en el juicio público. Por tonto, por impulsivo, por violento, por precipitado, por defender a sus compañeros... en fin, por ser hombre.

miércoles, 11 de mayo de 2011

El Tigre más grande


Despierta Angel Soriano. Su cabeza retumba, los ojos vidriosos, la garganta seca. Cruda física pero no moral. Parte de un acto mecánico, se lleva la mano derecha hacia la cabeza pero se sorprende. Sonríe. Su mano no toca nada más que su cabeza completamente desprovista de pelo. La sonrisa se ensancha y su mente vuela hacia el recuerdo de lo que ha pasado.

Soriano lleva años encarnando a un personaje esencial en el folklor Tigre. Es la máxima representación del enamoramiento, de la ingenuidad propia de los que se rigen por el sentimentalismo y una fe inquebrantable en sus colores. Los muchachos del equipo pasan; unos llegan, otros se van. ¡Cuántos directores técnicos ha visto pasar por esa banca! Hasta los dirigentes son reemplazables.

Pero él lleva apoyando a sus Tigres más de 40 años, desde la fundación del equipo en 1967. En todo ese tiempo solamente ha faltado a un partido: el día del XV años de su hija. Él, el prototipo de aficionado, inspira y motiva al reto de los aficionados para que apoyen, para que griten, para que canten. Jamás le han importado las burlas, los comentarios hirientes. “¡Viejo ridículo! ¡Deje de estar haciendo payasadas y deje ver a gusto el juego!” le han gritado… él lanza su grito de guerra estilo apache y prosigue con su danza a los dioses innominados del futbol.

Se levanta de la cama con la sonrisa en el rostro. Voltea hacia el lado opuesto del colchón… vacío. Su mujer no entiende la importancia del equipo. Al principio lo tomaba como una gracia, una afición inofensiva. “Pues ya saben, mi Ángel siempre ha estado un poco loco pero ¿qué le vamos a hacer?”

Voltea el rostro hacia otro lado. Ya van años de que lo dejó. Después de tantas peleas y discusiones por no tener claras las prioridades, el gasto en un abono para el estadio, en playeras, en cervezas durante el partido… todo éso, para ella, completamente innecesario. Para él, parte indispensable de la vida. Pero bueno, ¿qué le vamos a hacer? Ella se fue para no volver jamás.

¡Pero que noche la de anoche! Tambor en mano, en medio de la Avenida más grande de Monterrey, los automovilistas pasaban lento y gritaban de felicidad. Muchos lloraban. El mismo Ángel no supo cuándo dejó de derramar lágrimas. Por fin, por fin sus Tigres se coronaban campeones.

Sus hijos… bueno, son buenos muchachos y lo quieren. Lo toleran, saben que esta pasión lo enloqueció, pero jamás lo han abandonado. Desde que fue despedido ellos se han encargado de que no le falte alimento, vestido… y su abono. “Mire, Ángel, le voy a hablar claro. Todos en la fábrica estamos conscientes de su apasionamiento y de que las faltas entre semana no han sido por enfermedad como usted ha alegado. Vamos, apareció en la televisión dentro del estadio, Ángel… Ángel, calma… Sí, yo sé que no será fácil para un hombre de su edad conseguir trabajo pero es que, óigame usted, tiene que fijar bien sus prioridades. Uno tiene que trabajar para poder vivir. Le sugiero que deje de lado el futbol para que pueda reconstruir su vida. Su familia lo necesita.” Sí, son muy buenos muchachos.

44 años de existencia del club y solamente ha faltado a un partido. Y bueno, él había considerado faltar a la Misa pero entre su hija y su ex esposa lo convencieron de dejar pasar ese partido. ¿Qué tiene de malo faltar a UN partido para festejar con su familia? Pero tantos años y un partido… Si pudiera elegir de nuevo… Intenta mejor no pensar en eso.

Por fin, por fin lo habían conseguido. 30 años sin festejar un campeonato y ahora por fin, era el turno de los Tigres. Había aguantado burlas del equipo rival en los últimos años, más después de esa estúpida promesa. Envalentonado ante las burlas y los retos, lanzó su proclama: “No voy a cortarme el pelo hasta que mis Tigres sean campeones.” La noticia tuvo difusión en el periódico local. Las aficiones de ambos bandos, rivales y leales a su causa, tomaron la noticia con gracia. “Ahora sí… Soriano se deschavetó.”

Iban 6 años y medio. Él seguía yendo al estadio, seguía gritando, seguía bailando… “La esperanza es lo último que se pierde”, pensaba. Esperó con paciencia, como nadie, el día de ayer. Jamás lanzó un abucheo, en las buenas y en las malas hay que apoyar al equipo, decía.

Inmediatamente después del silbatazo final, mientras las lágrimas recorrían su rostro, los aficionados a su alrededor lo abrazaban y todos cantaban. Apareció un espontáneo tijera en mano, preguntando con la mirada si podía comenzar. Soriano, inundado de felicidad, asintió sonriendo dichoso. Largas hebras de su cabellera caían al suelo. Algunos las recogían para tenerlas guardadas, objeto de memorabilia sin futuro valor económico pero sí sentimental.

Todo había valido la pena. Pero… ¿por qué carajos entonces se siente tan vacío?

Nota aclaratoria:

Ángel Soriano de verdad existe. Es el líder de la Porra Rítmica de los Tigres de la UANL, aficionado desde los inicios del club. Es un hombre con más de 65 años que vive apasionado con los colores auriazules. Fuera de su existencia, el resto de la historia es ficticia. El personaje principal me inspira un poco de lástima, un poco de admiración y mucho interés.

El autor se declara incondicionalmente Rayado.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Especie en extinción



El futbol se ha olvidado de que era un juego. Se ha convertido en algo serio, de mucho dinero, en el que si quieres que tu voz sea tomada en cuenta (y de igual forma, despreciada la mayor parte del tiempo) tienes que esmerarte y seguirlo 24/7.

Los futbolistas tienen que ser atletas. Su rendimiento, gritan algunos, debe de ser mesurable. Cuántos kilómetros recorre durante el partido, cuántos pases acierta, cuántos erró, tiros al marco, tiempo de posesión, en cuanto tiempo pueden hacer los 100 metros. En el futbol primermundista el futbolista tiene que seguir las normas y ceñirse a la seriedad del juego si quiere destacar. Claro, el talento sigue importando... siempre y cuando vaya acompañado de la fortaleza física.

Será que a mi no me gusta lo pragmático y a veces me gusta andarle pegando al idealista y romántico, pero me enamoran los jugadores que aparentemente les fascina complicarse.

Leí hace unos días un tweet de un periodista argentino en el que mencionaba la coherencia de Riquelme al renunciar a la paga correspondiente a los juegos en los que no participó. En un mundo cada vez más mecanizado, éstas expresiones de sentimentalismo son las que más disfruto.

No pretendo hablar sobre la carrera de Juan Román Riquelme, de hacer una apología por las grandes oportunidades que desperdició, ni de exhaltar la importancia ni el legado que dejará. Tristemente, a lo más que llegó fue a destacar en clubes de nivel B. Cuando estuvo en el Barcelona, las lesiones y su falta de voluntad lo traicionaron, y en el club que supuestamente apuesta por la belleza y el arte, no le tuvieron paciencia a uno de los mejores artesanos de esa época.

Sin embargo, no me arrepiento de disfrutarlo porque representa a la perfección a esos valores que llegan a su epítome en el jugador de barrio. No es el más rápido, de hecho difícilmente se le verá abandonar su paso semilento más propio de un bailarín de tango. No es el más fuerte... nunca ha necesitado golpear el balón con furia ni barrerse a los pies de un rival. Dueño de un toque privilegiado, de una visión de campo total, metrónomo humano que acelera, luego es todo lentitud y de repente halla el espacio que no existía hace un momento y ahí va el balón.

Riquelme no llegó a brillar por su gitanismo, por su falta de ganas. Talento siempre lo ha tenido, era un 10 "de los de antes". El juego se ha olvidado de ellos.

Afortunadamente, a Riquelme a su edad jamás se le ha olvidado que ésto es un juego y se trata de disfrutarlo e intentar jugarlo de la mejor manera siempre, mientras inunda de nostalgia a todos aquellos aficionados que al verlo soñamos fantasías. Él rara vez sonríe... las sonrisas nos las deja a nosotros.

Viva Juan Román Riquelme.