jueves, 28 de junio de 2012

Diálogos conmigo mismo sobre mujeres

El día de ayer por la mañana me encontraba sentado en un auditorio del hospital porque nos citaron para una conferencia de actualización. Asistencia obligatoria y además el aire acondicionado no funcionaba en todo el hospital. Rodeado de colegas con los que rara vez he cruzado una palabra y sin deseos de hacerlo, salvo una necesidad inesperada.

Sobra decir que estaba derritiéndome en mi sitio. Afortunadamente, una compañera a mi derecha sacó uno de esos abanicos de mano que únicamente le había visto a mi abuela. Afortunadamente, la fuerza que producida por su movimiento generaba un desplazamiento de aire que nos/me refrescaba a ambos. Entonces pensé en ser un caballero y solicitar el abanico para evitarle la fatiga, no así el refrescamiento.

Pensé entonces en lo raro que me vería agitando un abanico de mano. Nunca he usado uno aunque creo que no son complicados. Arriba, abajo, viene el aire y el muñequeo lo tengo bien entrenado. Sin embargo, si quiero que el aire nos alcance a ambos tendría que utilizar el abanico con la mano izquierda. Mi mano izquierda no es muy hábil que digamos. Si el acto de agitar un abanico con la mano derecha, la hábil, bastaba para generar risas y miradas burlonas (en mi mente, todos me mirarían así), no quiero ni pensar en cómo se reirían todos si lo utilizara con la mano izquierda, la torpe, la inútil.

Bueno, que se burlen... ¿Qué es lo que pudieran pensar? ¿Que soy homosexual? Yo no soy homosexual, para nada. Pensé entonces en lo que les diría a los hipotéticos burlones. ¿Homosexual? N'ombre. Los hombres me dan asco. No me gustan ni tantito, ni comparto muchos gustos e intereses con ellos, aparte de las mujeres, claro está. No crean que no me he cuestionado lo de la homosexualidad, creo que es bastante sano y maduro hacerlo en algún momento de la vida, pero no, no me gustan los hombres. Como ya lo dije antes, me dan asco, me resultan aburridos. En cambio...

Las mujeres. Qué maravilla. Todas y cada una de mis ex parejas se ha molestado conmigo en algún momento porque no oculto mi admiración por todas y cada una de las mujeres. La mujer más aburrida y sosa resulta carismática y atrayente comparada con el más simpático de los hombres. Para empezar, son más inteligentes. Éso explica definitivamente la capacidad nata que tienen para manipular a los hombres a su antojo. Además, son más interesantes porque no sienten temor a demostrar sus emociones y sus sentimientos. No olvidemos sus risas. Melódicas, estruendotas, silenciosas, ahogadas... uno que otro afortunado lidiará con una mujer que suelta risotadas "snorteadas". Sí, una de esas risas de nerd... adorable. Son comprensivas, son empáticas y simpáticas. Son risueñas y burlonas, portan consigo el insomnio de un género obsoleto desde que se inventó la inseminación artificial. Son veleidosas, son caprichosas, son berrinchudas y es virtualmente imposible aburrirse al lado de ellas.

Igual de importante que las razones anteriormente enumeradas es el hecho de que quiero abrazarlas. Olerlas, besarlas, morderlas, acariciarlas, apretarlas, pellizcarlas y hacerles piojito hasta que se queden dormidas. Una por una, aunque si fueran más creo que no pondría peros. No sé la logística de la situación, pero ahí veríamos cómo nos acomodamos. Es que sus cuerpos y sus fragancias. Quédense con el olor de un bebé recién nacido, yo prefiero el olor del cabello de una mujer recién bañada. Qué maravilla.

En serio, ¿quién inventó la monogamia? Una crueldad, una falta de consideración. Qué importa que todo ésto pase en mi imaginación. Qué importa que no las abrace ni las bese ni las muerda ni las acaricie ni las aprieta ni las pellizque ni les haga piojito hasta que se queden dormidos. Lo importante es la posibilidad de hacerlo, de imaginarlo y así vivirlo. Siempre prefiero quedarme con lo imaginado, es más bonito, no te decepciona.

Pensé, ven, es imposible que sea homosexual. No que los juzgue ni nada, pero es imposible. Me gustan demasiado las mujeres. Por éso descarté completamente toda posibilidad de vida religiosa. No, no pudiera vivir sin mujeres y sin ese deseo hacia ellas. Es antinatural intentar suprimirlo. Es instinto, es sabiduría de la Naturaleza, es magnetismo.

Pensé, ésto lo tengo que escribir durante esta noche...

jueves, 14 de junio de 2012

Libros y mujeres pendientes

Uno de mis primeros recuerdos es claro, a pesar de que entonces yo tenía alrededor de 4 años. Estoy sentado en la mesa del comedor, en la casa de mis abuelos. Mi abuela, perdida en algún rincón de la casa, sin duda limpiando o regando las plantas del jardín. Mi abuelo, sentado a mi lado, forzándome o invitándome a leer. Me inclino a creer que la primera es la más probable porque también me inclino a creer que la lectura es un placer, claro, pero adquirido.

Dado que prácticamente viví y crecí en esa casa donde acechaban las letras por doquier (algunas a la vista: los libros que mi abuelo acumuló a lo largo de su vida; otras, escondidas: las historietas y revistas de futbol que mis tíos acumularon en su infancia), me refugié en ellas. Sin lugar a dudas, ése fue un momento decisivo en el desarrollo de mi personalidad, para bien y para mal. No importa. El caso es que me dediqué a leer todo lo que tenía cerca, sin discriminar; aprendí a elegir como, probablemente, lo hace un ciego a caminar en un terreno desconocido: a tientas y sufriendo numerosos tropiezos.

Otro recuerdo. Mi mamá pasa por mí a la primaria. Estoy sentado, recargado en la pared con un libro entre las manos. Llega por nosotros y subimos al auto. Avanzamos en el tráfico y durante el resto del trayecto me distraigo constantemente con los panorámicos y los anuncios, grandes y pequeños. El libro descansa entre mis brazos, esperándome paciente. Mis ojos recorren de izquierda a derecha, taquicárdicos, intentando leer todo, que no se escape una letra. Entonces, corriendo el riesgo de leerme über-mamón, caí en cuenta de que me había "enamorado de las letras".

No me jacto de buen gusto en libros ni en mujeres. Me gustan todos y todas por igual. Sin embargo, he tenido buenos libros y buenas mujeres. Tienen un rincón especial en mi mente y en mi vida. Es más: me encargo de recordarlos, vivirlos y promoverlos. "Sí, he leído a tal o cual autor", suelto en una charla intelectualoide para pertenecer, manteniendo oculto en ocasiones mi gusto por la literatura chatarra e infantil.

Igual, escribo y hablo de las mujeres que han marcado mi vida merecidamente. Intermitentemente, es más, he perseguido a la mujer que (probablemente) compartirá el resto de mis días. Algunas veces convencido de que en algún lugar está escrito, en otras ocasiones pensando que yo estoy escribiendo una historia que raya en lo cursi y en lo cliché, "love conquers all" y esa mierda. Sin embargo, las putas, las malagradecidas y las casquivanas ocupan un lugar en mi corazón. Ellas son mi literatura chatarra: oculta pero no menos apreciada.

Lo que más me fastidia, lo que me quita el sueño, lo que verdaderamente me acongoja es otra cosa: todo aquéllo que no viviré. Es imposible tener todos los libros y amar a todas las mujeres. No, corrijo (o complemento): se pueden tener todos los libros pero no leerlos, así como se puede amar a todas las mujeres pero no ser amado por todas. ¿Cuántas letras quedarán empolvadas, llenándose de moho y de polillas, sin alimentar mi "alma"? ¿Cuántos labios estarán ahí afuera, esperando coincidir en un roce con estos labios (tan despreciables)?

Si algo aprendí en estos años de psicoanálisis es que el inconsciente nos tiende trampas. Toda acción manifiesta tiene un trasfondo psíquico. No sé, éso dicen. Entonces me pongo a pensar por qué estudié algo que, en teoría, me incita a permanecer en determinada área científica y en por qué me enamoré de una sóla mujer.

Siendo sinceros, me arrepiento (un poco) más de la primera.