miércoles, 30 de marzo de 2011

La peor cosa de todas: el amors

PRECAUCIÓN: este escrito puede ser visto como algo "deprimente", yo no lo veo así pero bueno...
PRECAUCIÓN 2: No, no estoy hablando de nadie en específico. Si te cayó el saco, sordéate y no te lo pongas. Estoy hablando en general.

Hagamos un ejercicio imaginario en el que se realizara una encuesta de una sola pregunta. La pregunta sería: ¿qué es lo que te da fuerzas e ilusión para vivir?

No es una pregunta simple ni una pregunta para contestarla sin pensar. Sin embargo, me atrevo a suponer (ya estoy mal, pero me vale) que las respuestas no serían tan diversas. Ser felices, contestarían los hedonistas. Dios, contestarían los religiosos. El amor, contestarían los románticos. Mis seres queridos, responderían los sociales. Creo que más bien seríamos pocos los que contestáramos el futbol, pero bueno.

En fin, ya que estoy suponiendo y que a nadie le hago daño con mis aventurados pensamientos, creo que las respuestas se reducirían a ésas, con ligeras variaciones y algunas mezclas de las mismas.

Hoy nada más me quiero enfocar en una de las respuestas de toda esa multitud de seres imaginarios: el amor. Obviamente, no hablo del amor hacia el semejante ni del amor propio. Tampoco del amor apodado amistad que se llega a sentir hacia seres del mismo sexo, ni del que se siente hacia la familia con la que te tocó nacer. Única y específicamente hablo del amor de pareja, entre hombre-mujer, mujer-mujer, hombre-hombre, hombre-perro y todas las variaciones que se les ocurran.

Desde que tenemos uso de razón somos bombardeados a discreción por todos los flancos sobre la importancia del amor. Las canciones, las películas, los programas televisivos, todo gira alrededor de ese drama que se genera entre dos personas que se sienten atraídas. Cada lágrima derramada por una decepción se la puedes achacar a estos contenidos y a que eres humano.

Y dentro de los mitos más persistentes se encuentra el de "una vez en la vida". Según éste, vamos caminando en este mundo como parte de un rompecabezas de dos piezas. Uno puede intentar mil y una veces de complementarse con millones de personas diferentes, pero no se puede forzar lo imposible. Solamente hay una persona que es plenamente compatible con nosotros, alguien que el destino o Dios nos asignó. Como decía Fey, "mi complemento, mi media naranja".

Esta idea se encarga de tener a la gente enredada en este peligroso sentimiento. Si solamente existe una persona para cada quien, uno debe de buscarla incesantemente. Uno sin duda terminará por ser lastimado y por lastimar, y todo es justificable porque forma parte de esa aventura. Desgraciadamente, como nadie puede definirnos el amor ni es reconocible de una manera certera, es sumamente fácil confundirlo. ¡Cuántas veces dirás te amo a personas equivocadas! ¡Cuántas veces dirás cosas de las que luego, seguramente, te arrepentirás! Todo justificable en la batalla del amor, la más egoísta de todas.

Existen aquellos ingenuos que piensan poder escapar de este terrible proceso. Como si fuera tan fácil poder escapar de la culturización de años, día a día, incesante. "Sí, yo ya me hice a la idea de que hay muchas personas compatibles conmigo." "No, no voy a sufrir por amor." Pero es normal, si uno se agüita cuando se le muere una mascota, cuantimás con un ser humano de carne y hueso que decide decirnos adiós contra nuestra voluntad.

Hasta ahorita no he dicho nada que no haya dicho antes, y ni siquiera he tocado los puntos que me llevaron a pensar en ésto.

La verdad sea dicha, yo ELIJO creer en que sí existe alguien especialmente diseñado para ti. Estoy perfectamente consciente de que todas mis ideas pueden ser fruto del ya mencionado bombardeo y esta perorata es una simple intelectualización. Sé que matemática y estadísticamente es altamente improbable, rayando en lo imposible, encontrar a ese mítico ser. Sin embargo, bah, a veces me da por ser idealista y romántico y creer en ese tipo de cosas.

Lo que sí quiero decir y lo que me llevó a pensar en todo este asunto es lo siguiente: es terriblemente sencillo confundir sentimientos. Uno puede confundir la atracción física, la compenetración sexual, la similitud de inquietudes, intereses compartidos, y hasta el estatus social que te puede brindar cierta pareja... con el enfadoso amor. Me niego a creer en el amor a simple vista. Yo enarbolo la bandera del amor conquistado día a día, del que cuesta trabajo mantener, del que es frágil y delicado. Por ende, sumamente difícil de conseguir y más difícil aún de sostener.

Ahí también entra un pensamiento ominoso: muchísimas personas jamás encontrarán el amor. Con toda seguridad, jamás se darán cuenta de ello. Si se llegan a dar cuenta, lo ignorarán. Y es que es tanto el peso de esta expectativa forzada en nosotros por la Madre Cultura, que no encontrarla es el peor de los fracasos. El ser humano está hecho para nacer, crecer, enamorarse, procrear y morir.

De la misma forma que creo en el amor, creo en la rareza del mismo. Las cosas valiosas son extrañas, difíciles de encontrar. Si el oro existiera en la misma cantidad que las semillas de girasol, su valor se reduciría dramáticamente porque sería común. Pienso que el amor es tan valioso porque es tan raro.

Me incluyo en los pobres incautos que se han autoengañado de vez en cuando. En retrospectiva, las lágrimas derramadas por amores de adolescencia se ven tan teatrales y tan bobas, que hasta vergüenza dan. Uno pensaría que esa teatralidad desaparece con el tiempo, yo pregunto: ¿desaparece? O simplemente se modifica y uno termina por conformarse con lo mejor disponible.

No tengo una respuesta. Simplemente es algo que me gustaría que todos nos planteáramos. ¿Es esta persona mi pareja ideal? Si sí, felicidades. Si no, no te conformes... al menos yo no pienso conformarme nunca en este aspecto. Si te sientes convencido de que una persona es TU pareja, TU media naranja... lucha con todas tus fuerzas por ella y por favor, cuídala.

Sinceramente, prefiero una vida de "soledad" amorosa a compartirla con una 2a opción.

lunes, 14 de marzo de 2011

El Diez no es Dios


Parafraseando a Roberto Gómez Junco, analista de Televisa Deportes: puesto que se dice que son incomparables, es necio entrar en comparaciones.

¿Pero cómo no compararlos, cuando las similitudes son demasiadas? Tantas, al menos, como las diferencias que los separan.

Empecemos con las similitudes. Ambos son argentinos. Ambos son zurdos, aunque bueno, uno más que el otro. Los dos han sido capitanes de su Selección, aunque de nueva cuenta: uno más que el otro. Los dos son de estatura baja. A pesar de que no juegan siempre como delanteros nominales, tienen una cuenta de goles destacada.

Salvo la pequeña gran diferencia de que el siguiente gol uno lo anotó con su Selección en uno de los partidos más simbólicos en la historia de los Mundiales de futbol y el otro lo anotó en un partido de la Liga española sin mayor trascendencia, el gol de Lionel pudo ser fácilmente relatado por el mismo Victor Hugo Morales.



Con las mismas condicionantes, podemos encontrar un símil de la famosa Mano de Dios. Claro está que uno ha sido crucificado y tachado de las peores cosas que se le pueden imputar a un ser humano, y el otro (hasta el momento) es el niño dorado del futbol internacional, incapaz de cometer pecado alguno.




Es que a pesar de ser tan similares, son bastante diferentes. Aunque parezca que Messi está destinado a caminar el sendero ya marcado por Diego, él lo quiere caminar a su manera. Una manera más discreta, menos conflictiva, más inspiradora, por decirlo de alguna forma.

Los dos son prodigios del futbol desde pequeños. La diferencia es que Diego permaneció en Argentina, ascendiendo paulatinamente, y Messi ni siquiera jugó en Argentina: a los 16 años estaba debutando en el primer equipo del Barcelona F.C.

Diego, a los 17 años, tuvo que tragarse el coraje y la humillación que le significó ser relegado del equipo argentino campeón del mundo en 1978. El DT César Luis Menotti a pesar de verle grandes condiciones, optó por dejarlo en casa, algo que el Pelusa jamás le perdonó.
Con la misma edad, Messi fue convocado para el Mundial del 2006. Si bien no fue titular en todos los juegos y no jugó en el partido en el que Argentina fue eliminado contra Alemania, recibió la oportunidad de foguearse.

En plenitud de facultades, Diego llegaba a España '82 con el peso de ser favorito. Maradona había sido contratado por el Barcelona, era considerado una de las figuras del futbol mundial y se esperaba mucho de él. Argentina avanzó a la segunda ronda, en el que en formato de grupos fue eliminado al caer ante Italia y Brasil. Diego salió expulsado en el último partido, y a pesar de las expectativas, Argentina regresaba a casa decepcionada.
En el que se esperaba fuera su Mundial, en Sudáfrica, Messi no pudo hacer gran cosa. Se mostró participativo, buscaba generar, pero no pudo anotar gol. Argentina avanzó a la segunda ronda, donde dio buena cuenta de México... y cayó estrepitosamente 4-0 contra Alemania de nuevo. También a él se le responsabilizó del fracaso argentino, porque venía de tener una campaña formidable con el Barcelona.

Ahora bien, aquí unos números:

LIONEL MESSI

MARADONA

Partidos con club

255

588

Goles en club

172

311

Partidos internacionales

76

115


Goles internacionales

29

47


Goles Totales

201

358

Partidos Totales

331

703


Como pueden ver, Messi a sus 23 años está aproximadamente a la mitad de los números de Diego. Si no ocurre nada catastrófico en cuanto a lesiones, en unos cuantos años lo rebasará, con la gran posibilidad de que lo haga con creces.

En cuanto a palmarés Messi lo ha ganado todo con el Barcelona a nivel clubes, de nueva cuenta, con la gran posibilidad de incrementar los trofeos en sus vitrinas dada su juventud. Maradona no brilló tanto en Europa no por la falta de capacidad, sino por el equipo en el que pasó la mayor parte de su carrera europea.

El plantel de aquél Napoli no tenía la calidad del Barcelona actual. A pesar de que Careca, Carnevale y Bruno Giordano tenían nivel internacional, no eran ningún Xavi o Andrés Iniesta. Ese Napoli era movido por Maradona única y exclusivamente, además de que se enfrentaba contra los poderos equipos del norte de Italia que estaban plagados de figuras.

En su 2º mundial, Diego consiguió levantar la Copa del Mundo. Ese equipo argentino no tenía ninguna figura aparte de él. Como ejemplo anecdótico está la declaración del Negro Enrique, el jugador argentino que tocó la pelota en ese gol antes que Maradona: Si no hacía ese gol después del pase que le di, era para matarlo”. Maradona recorrió en la jugada 60 metros y el pase de Enrique fue de apenas cinco metros.

Queda por verse si las estrellas se alinearán de nueva cuenta y Messi continuará en la emulación de su ídolo. La posibilidad es latente, pero yo la verdad lo dudo.

La diferencia más contundente entre los dos futbolistas es de carácter, un imponderable del futbol. Messi tiene el mismo o más talento que Diego, y éso ya es mucho decir. Anota goles de todas maneras, define con la zurda, de derecha, de cabeza. Juega y hace jugar a sus compañeros. Tiene la ventaja de que él sí puede utilizar su pierna derecha en el golpeo de balón, teniéndola más educada que Maradona.

Pero ese carácter que el potrero construyó en Maradona, esa rabia y ese deseo de mostrarse, de luchar contra todos, de no quedarse callado, de enfrentar a los grandes y escupirles en la cara, esa soberbia y amor propio que le impedían sentirse inferior... éso no lo tiene Messi, y éso no se compra ni se consigue con inyecciones de GH.

Nada me gustaría más que siguiera los pasos de Maradona... pero sinceramente, ¿cuándo ha declarado o hecho algo que lo califique como un jugador líder?

No... Messi juega como nadie en el futbol actual, pero él es solamente parte del engranaje.

domingo, 6 de marzo de 2011

Vagabundos felices


Como parte de los "experimentos" para escribir intentaré hablar sobre esta novela que me tomó aproximadamente un año terminar.

La verdad puedo afirmar que creo saber un poco de casi todo, al menos por encimita. Lo suficiente como para cuando algún tema surja en conversación pueda fingir entendimiento y con una o dos frases superficiales, pasar por un experto. Y rápidamente cambiar de tema para evitar ser sorprendido.

A lo que voy es que tenía una idea de qué representaba este libro. Los nombres de Jack Kerouac, Allen Ginsberg, William S. Burroughs y Neal Cassady no eran totalmente desconocidos. Y sabía que On the road era LA obra de la Generación Beat; un libro de culto, reconocido y de ésos que cuando los lees sientes que tu pito intelectual crece 10 centímetros. Y bueno, todos queremos tener el pito más grande de todos, y el que no lo reconozca lo tiene chiquito. Perdón por lo claridoso.

Entonces hace 1 año en la Feria del Libro me paseaba por el puesto de Anagrama (ya saben, donde todos los pseudointelectuales nos paseamos) tratando de encontrar un orden dentro del caos que es tal exceso de libros con portadas similares, cuando me topé con este libro. Y dije, bueno.

En fin, para los que me conocen saben que soy de ganas. Me gusta leer, y cuando me apasiona un tema me involucro hasta agotarlo y no interesarme más. Pero si no hago click con el material en cuestión, me puede tomar mucho tiempo y/o darme por vencido sin más. Esta novela, sinceramente, estaba en el 2º plano.

Lo leí, lo dejé, luego lo empecé otra vez porque había perdido el hilo... y lo dejé abandonado muchos meses hasta hace unas 2 semanas. No quiero decir que fuera el único libro que leía... tengo la mala costumbre de estar leyendo varios libros al mismo tiempo precisamente por éso de que me desespero o no me intereso. Pero no me pude mantener cercano y, recuerdo que tuve una conversación con uno de mis mejores amigos respecto al libro y llegamos a la conclusión de que NO era un buen libro.

Para empezar, es un libro que no trata de nada. Sí, los personajes se mueven constante en el famoso camino que son todas las carreteras de América; pero lo hacen en un desorden total, impulsivos, frenéticos, abandonados al azar y sin una meta conocida. El narrador, que es Sal Paradise/Jack Kerouac, no tiene una personalidad memorable y son pocas las veces en las que toma la palabra.

El verdadero protagonista es Dean Moriarty/Neal Cassady. Un loco abandonado a sus impulsos, con un carisma y un genio palpable, el único en todo el libro que aparenta saber lo que quiere e importa. Él conduce a Paradise y al interminable elenco de personajes secundarios y terciarios sin un plan fijo, pero con la idea de vivir y seguir adelante.

No hay revelaciones manifiestas, muchas veces abunda en detalles descriptivos sobre las travesías, lo que comió, dónde se subió, dónde se bajó, etc. A veces el libro se siente sumamente repetitivo y aparenta no ir a ninguna parte, a pesar de que los personajes rara vez permanecen quietos.

Fue más un trabajo de esfuerzo y perseverancia concluir este camino. Sentía en ocasiones deseos de abandonar a este par de enfermos mentales que no me generaban gran simpatía, y enfrascarme en cualquier otra lectura. Pero soy bastante terco y a veces agradezco ese rasgo heredado de parte materna. Obviamente, ésta es una de esas ocasiones.

No sé bien qué pasó, pero hubo un momento en el que simplemente entendí. Abunda en detalles superfluos en ocasiones, pero son tan necesarios para entender el final. Son personajes con defectos, atormentados, a veces egoístas; pero nadie puede negar la amistad y el vínculo formado entre Sal y Dean. De una extraña manera, los dos se necesitan, aprenden el uno del otro y se sienten partes del mismo rompecabezas. Los dos están enamorados de la vida, de la gente y lo que quieren es encontrar seres similares. Existe una admiración mutua y un sentido de comprensión que ninguno logra alcanzar con cualquiera de las mujeres que intervienen.

Y Kerouac se encarga de dejar claro que el más admirable de los dos, el único si se me permite aventurar, es Dean Moriarty. Deja traslucir que es un iluminado, un genio loco, totalmente deschavetado y maravilloso.

Resulta casi incongruente entonces que cuando parece que los dos han llegado al final del camino, se separan. Cuando parece que los dos encuentran su Paraíso en la Tierra (sorprendentemente, está en México D.F.), lo abandonan intempestivamente. Se separan y nunca más volverán a estar juntos.

Pero dije casi porque éso es de lo que habla este libro, en mi opinión. Los dos están plenamente conscientes de que deben permanecer en ese camino, que no hay paradas para seres tan ansiosos de vida como ellos. Las pausas son para admirar el camino, tomar, bailar, gritar, reír, conocer... y entonces, seguir andando.

Desde la primera vez que tomé el libro hubo unas líneas que brincaron a mi mente y quedaron grabadas. Me despido compartiéndolas:

"They danced down the streets like dingledodies, and I shambled after as I've been doing all my life after people who interest me, because the only people for me are the mad ones, the ones who are mad to live, mad to talk, mad to be saved, desirous of everything at the same time, the ones that never yawn or say a commonplace thing, but burn, burn, burn like fabulous yellow roman candles exploding like spiders across the stars and in the middle you see the blue centerlight pop and everybody goes "Awww!"

jueves, 3 de marzo de 2011

El delantero no daba una

Enrique El Ilustrador Ortega estaba desesperado. Además de odiar el apodo que el Perro Bermúdez se había encargado de propagar por todo el país, para acudir a un cliché futbolero, llevaba varios meses con la pólvora mojada.

El otrora delantero estrella de la Selección Nacional Mexicana no daba una frente a la portería, y esto no pasaba desapercibido para los medios y el público. Los aplausos y caravanas mediáticas se habían convertido en abucheos a medias y cuestionamientos sobre si su aparente destino como Salvador de la Patria había sido un engaño.

Enrique tenía 23 años. No era un mozalbete, pero todavía sus mejores años como futbolista estaban por llegar, se repetía a sí mismo para tranquilizarse. Diferente a la enorme mayoría de sus compañeros de generación en físico y aptitudes, desde chico se destacó y se convirtió en proyecto en ciernes como futbolista. Llegaban scouts de todas partes para verlo, para platicar con él, para intentar convencerlo de que su destino estaría en mejores manos si se atrevía a dar el brinco hacia lo desconocido.

Pero las entrevistas, la admiración nacional… y las mujeres. Más que nada, las mujeres. Afortunadamente para su salud, le desagradaban las desveladas, el alcohol y el tabaco. Su único vicio, se jactaba entre risotadas, eran las mujeres.

Era un desfile interminable de especímenes de diferentes características. Y sin embargo, todas iguales. Se aburría porque no lo querían a él, Quique, el joven tranquilo, apoyo de sus hermanos, buen hijo, el que a veces se preguntaba si ser futbolista fue lo correcto. Querían a El Ilustrador. El que aparecía en las portadas de los periódicos sonriendo confiadamente, con el balón entre las manos y mirada desafiante. El que al anotar siempre festejaba tirándose de rodillas, besándose la mano y enviando un saludo al cielo. Querían al futuro de México, al joven inundado de lujos, de aduladores, de sinvergüenzas interesados y convenencieros. Eran, al fin y al cabo, sinvergüenzas y convenencieras.

Por eso se cansaba de ellas y las mandaba a volar. Eran guapas, claro, pero no lo querían a él. Eso lo frustraba y lo tenía deprimido… pero cómo aparecería ante la opinión pública si supieran que sufría por la falta de amor. No, mejor aparecer ante las cámaras preocupado pero sonriendo todavía, decir que las cosas no se han dado pero confía en su capacidad, que uno tiene que fallar para convertir, que son gajes del oficio y que él seguirá esforzándose y confiando en su capacidad. Una última sonrisa, el pulgar en alto y correr hacia el vestidor.

Seis meses en lo mismo. Las dudas se convirtieron en acusaciones. Los aplausos en silbidos. Cada vez era más difícil mostrar la sonrisa y la actitud positiva. Para acabar, su club no estaba haciendo las cosas bien y se venía un partido de vital importancia para clasificar a la Liguilla. El maldito Clásico.

Las expectativas lo estaban matando. Además, se escuchaban rumores sobre que su traspaso hacia el futbol europeo cada vez era más dudoso. Su técnico, antes todo sonrisas y comprensión, tomó una medida previsoria… lo puso con los suplentes. Se sintió humillado, caído, pero recordó los consejos de sus padres de seguir sonriendo y hacer su máximo esfuerzo.

Enrique Ortega salía al banquillo de suplentes por primera vez en mucho tiempo. No estaba lesionado, estaba bien de salud. Calentó intranquilo y sentía las miradas del país entero sobre él. ¿Por qué tenía que cargar él con ese peso? Él no lo había pedido… solamente le gustaba jugar futbol y meter goles.

Entre pullas y bromas de sus compañeros suplentes, se encaminó al banquillo con la mirada gacha. Entonces levantó la mirada y la vio sin que lo viera. Ella se veía fuera de lugar, no pertenecía ahí. Era un ángel. Cada paso se le antojaba atemporal, y ella jamás volteó hacia él. La tersa cabellera, lo delicado de su piel, lo frágil de su figura. Era un regalo divino y él quería seguir mirándola todo el tiempo que fuera posible.

Entre la ensoñación y el embobamiento, se sentó y no sabía qué hacer. Pasó desapercibido para ella… pero tenía que llamar su atención. Se tronaba los dedos, miraba hacia todos lados sin mirar. ¿Qué podía hacer? El profe es el que tenía que llamarlo. Esperar en un calvario mental, torturándose a preguntas.

Terminó el primer tiempo con el marcador empatado a ceros. Lo mismo de siempre. Un sector del público empezó a corear su nombre, y volteó hacia el profe, anhelante. Una leve inclinación de cabeza y supo que tenía su oportunidad.

Salta al campo. Se persigna. Inmediatamente, voltea buscándola. No está… su mirada se dirige hacia ese sector, escrutando cada uno de los rostros. Desesperado, mira hacia el terreno de juego lleno de vértigo y quiere vomitar. Carajo, mejor hubiera sido no verla.

Toca el balón y enfila hacia el área contraria. Pero tiene una mirada en el arco y la otra, la más importante, la mental, en las gradas. ¿Dónde está? ¿y si no la vuelve a ver? ¿y si la imaginó? Por lo mismo, la primer oportunidad que tiene, cómoda, de media vuelta con la zurda, la manda a las gradas. Silbidos. Risas. Desesperación. En el suelo, da un manotazo al césped y se pone de pie de un brinco. Ahorita cae, van a ver, tiene que caer.

Baja por el balón y se barre, lo recupera. En el suelo, voltea y ahí está. Un suspiro de alivio. ¡Pero la muy maldita no voltea! Puntea el balón hacia Gómez y le marca el pase. A ver si no volteas. Finta, recorte, pisa el balón, el defensa pasa de largo… tira… y rompe la sequía. El rugido atronador del estadio poco le importa. Lo abrazan y él busca con la mirada. Su reino por una mirada. Y ahí está, electrizante, magnética, llenando un hueco que no sabía que existía. El tiempo se detiene, nada importa, nada más ese instante.

Él sabía que un gol no vale nada si no tienes a quién cantárselo.