martes, 27 de septiembre de 2011

Es fácil perder de vista lo obvio

Es fácil perder de vista lo obvio. Se lee estúpido pero es así. No es accidental esa anécdota que cuenta que Albert Einstein en una ocasión estuvo buscando sus anteojos por toda su casa hasta que su mujer le señaló que los tenía descansando entre su alborotada cabellera. No importa qué tan verídica o no sea la historia… lo importante es el mensaje.

Lo obvio es que el futbol es un juego. Entonces, me resulta triste leer la mayoría de las cosas que se escriben ahora. Cada quien tiene su estilo y su acercamiento pero no siempre lo comparto, a pesar de que en numerosas ocasiones disfruto leyendo esas columnas. Se escribe sobre el parado táctico, los despliegues defensivos, la rotación de los centrocampistas. Hay 8 maneras diferentes de acomodar un 4-4-2 en la cancha y 20 posicionamientos para esos 4 mediocampistas. Que el trivote, el 5 falso, el 9 atrasado y el trecuartista. Se estudia y se comenta la dieta, la capacidad aeróbica y se cuantifica cada parámetro involucrado en la mejoría de la resistencia física del atleta. Las coberturas, los relevos, las variantes ofensivas.

No lo voy a negar: admiro esa capacidad de describir minuciosamente lo que pasa en el terreno. No soy ajeno ni soy un neófito y puedo hacer el intento de copiar ese estilo pero no es lo mío. Habrá quien opine, como el DT de la Selección Nacional de Futbol Playa mexicana Ramón Raya, que un simple aficionado que no comprende y maneja la terminología y táctica del futbol profesional no puede emitir un juicio de valor. Tal vez sea cierto. Yo no pretendo ser un Director Técnico de tribuna que critica los movimientos y los planteamientos de una persona que estudió y se preparó para realizar ese trabajo.

Sin embargo, pienso que la seriedad está quitándole un poco lo divertido al futbol.

No se me alboroten: el futbol profesional es cosa seria. Es un negocio donde hay múltiples intereses y quererlo ver como un simple juego resulta inocente, por no llamarlo de peor forma.

Sin embargo, opino que el futbol no es tan rígido como el ajedrez. Indudablemente la estrategia influye en los resultados. En un momento determinado el parado táctico de un equipo y la habilidad de su entrenador para sacarle provecho a los jugadores puede definir un partido. A los dueños les importa un cacahuate si su equipo ganó 1-0 con gol de último minuto o si goleó 8-0 jugando bellamente. Bueno, no un cacahuate pero tampoco les quita el sueño.

Aún así el futbol continúa siendo un juego. Un juego muy importante, con demasiados intereses y con repercusiones en la vida de millones de personas. Con todo, sigue siendo un juego. A veces lo inesperado pasa y rompe la lógica y el orden. Uno puede simplemente dar un paseo por el parque más cercano y ver a un montón de niños correteando, sonriendo, jugando. Eso sigue pasando también en los estadios, con menos frecuencia pero sucede. El futbol no ha cambiado, los que cambiamos fuimos nosotros.
Pero tampoco estoy de acuerdo con los que romantizan el juego de más. Es lógico que un juego cambie, evolucione y se adapte. Malo si no lo hiciera porque estaría condenándose a desaparecer. No todo tiempo pasado fue mejor; tampoco peor. Nada más es diferente.

Aventurando a contradecirme, opto por verlo como un juego romántico. El futbol es un fabuloso generador de historias, de anécdotas y de cuentos. Todo puede pasar y no hay nada escrito. Hay héroes, hay villanos, hay víctimas que cobran venganza y héroes que caen.

Entonces, adelante. Uno puede escribir y opinar lo que sea de futbol. Si uno quiere desmenuzarlo y tratar de explicarlo como si fuera un televisor, adelante. Yo prefiero escribir sobre locos, sobre lo que pasa dentro de la mente y el alma de un futbolista, sobre cómo el futbol retrata a la vida. Prefiero a los que pueden apreciar el valor artístico de una bicicleta que asesinó con egoísmo a la jugada.

Es lo hermoso del futbol: todo se puede decir de él.

domingo, 4 de septiembre de 2011

La superioridad moral de la clase media

Voluntariamente me estoy metiendo en camisa de once varas pero no le hace. Ahorita no pretendo poseer la verdad absoluta porque no domino el tema y no poseo las credenciales para respaldar mis opiniones. Sin embargo, me voy a defender diciendo que lo siguiente es simplemente ésto: una opinión.

Hace un momento leía las tarugadas que mucha gente pone en Facebook. Generalmente utilizo este método para inspirarme acerca de qué quejarme. Tranquilos, utilizo nada más las opiniones de las personas que en algún momento me agregaron como "amigo" y que no comparten algo conmigo mas que el hecho de que nacimos en este planeta, tal vez en la misma ciudad y en algún momento convivimos (mucho o poco, da lo mismo). A mis amigos los respeto (entrecomillado, tal vez).

Entonces de repente me topo con lo siguiente:

"Hola! Soy un comelonche con el cerebro lavado por el PRI, no me importa lo que pase con mi país, ni se que se anden robando lana y que lo hagan a vista de todos, no importa con tal de que papi gobierno siga dandome mi torta, mi coca y mis 500 pesos por quincena, no me importa."
Comentarios destacados:
- "si habia un chingo de comelonches no mames... falta que vayamos mas raza"
- "muertes a los comelonches jajajaja"
- "HABIA MIIIIIIIIL comelonches"

Sentí algo en mi interior: inflamó mi corazón y me dio coraje, tristeza, decepción, abatimiento... todo en orden consecuente, je.

Estamos en un país con muchísimos problemas, muchísimas "áreas de oportunidad" como le gusta decir a algunas personas. Me gustaría señalar una: la falta de empatía.

Al hablar de la falta de esta cualidad, la mayor parte de las personas se inclinarían a pensar en que hablo de los criminales que hacen y deshacen sin tomar en cuenta los perjuicios que le provocan a la ciudadanía mexicana. Robos, venta de droga, secuestros, extorsiones, balaceras, bloqueos, etc. Todo ésto se ha convertido en cosa de todos los días, por lo menos en Monterrey. Nadie se sorprende.

Tal vez ésto sería lo que pensaría otra persona: la falta de empatía con el sufrimiento del resto de nuestros conciudadanos. Si a alguien lo atacan o sufre una violación a su integridad física y espiritual es una tragedia... pero si es alguien que desconocemos no lo es tanto. Solamente nos conmueve y nos preocupa cuando le ocurre a alguien que conocemos, aunque sea de manera indirecta, y peor aún, si le pasa a nuestra familia y amigos.

Pero obviamente no estoy hablando de esa desconexión. Hablo de todos aquéllos que nacimos, por puro azar, en una situación favorable. Hablo de situación familiar, económica, social. Hablo de aquéllos que nacimos SIN HACER MERECIMIENTOS en una situación privilegiada, con la posibilidad de superarnos y de llegar tan lejos como nuestra ambición, aptitudes y esfuerzo permitan.

¿Sabes tú lo que se siente pasar un día entero sin probar bocado? El hambre es canija. Hay tanta gente que gusta de hacer dietas y de matarse tomando agua y comiendo pan VOLUNTARIAMENTE para cumplir con los caprichos de la moda y de la estética. ¿Para gustarse a sí mismo? Obvio no, para gustarle a los demás.

¿Tienes hijos? ¿Te gustaría tener hijos en algún momento? Imagínate esta escena: tu hijo, que se parece a ti y a esa mujer que amas, que tiene tus rasgos, que sonríe, que llegó a este planeta entre sangre y lágrimas por algo que, religioso o no, es difícil no llamar milagro. Un ser vivo, combinación cromosómica de dos individuos y al mismo tiempo completamente diferente a sus dos progenitores. Una personita.

Imagínate ahora a ese hijo mirándote a los ojos inocentemente y preguntándote que si va a haber algo de cenar ahora. Verlo flaquito, desnutrido, sufriendo de una manera estoica y callada. Valiente pero débil.

Sinceramente, si yo estuviera en esa situación me vendría importando tres kilos y medio de reverenda verga lo que un pendejo en una red social que NI CONOZCO piense. Si me quiere decir "comelonches", adelante.

Que es injusto, sí. Que así no se arreglan las cosas, OBVIO. Lo ideal sería que todo individuo tuviera acceso a las mismas oportunidades, a la misma posibilidad de desarrollo, que su trabajo fuera bien remunerado y no tuviera que pasar por el dilema de no saber si podrá alimentar a su familia. Sin embargo, así son las cosas. No hay una solución a la vista.

No sé cómo solucionar ese problema. No me compete a mí aportar una respuesta. Lo que sí es que por extraños designios de Dios o del Universo, me ha tocado convivir bastante con personas humildes, población rural que vive con temor, con sed, con abundantes necesidades. Que su destino está delineado, que su única escapatoria es irse a vivir a Estados Unidos a buscar algo mientras sacrifican a su gente, a su pueblo, tal vez su propia vida. Capacidades hay. He conocido en comunidades rurales a chavos y chavas con más capacidad, ingenio e intelecto que niños de la población urbana. (Sin hablar siquiera de la diferencia en el comportamiento, de la humildad, de la inocencia y la manera en que sus sonrisas iluminan sus rostros llenos de tierra.)

Precisamente por mi cercanía con esas personas, por mi apego a todo lo que me han enseñado, por el agradecimiento que tengo por haberme sensibilizado a las verdaderas necesidades y los verdaderos problemas que existen... Precisamente por éso me molesto y espero que aprendamos a ser un poquito más empáticos con todas esas personas, con los que son meramente estadísticas y son pisoteados y despreciados. Con ésos que no tienen rostro ni voz.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Una historia de caracoles

Tengo un recuerdo. Cuando salía de las clases de piano me quedaba afuera de la casa a donde iba, sentado en la banca esperando a que mi hermano(a) terminara su lección y que llegara mi mamá por nosotros.

Me paraba y en los jardines me ponía a buscar caracoles. Hace años que no veo uno. En ese entonces era facilísimo encontrarme con varios en cada aventurita. Los tomaba con mis manos y los iba juntando, uno por uno.

Los juntaba, y al echarles una rapida ojeada a cada nueva adquisición, veía que una babosa cafe/grisácea asomaba su cabeza... o lo que sea que era... por un agujerito.

Al tener un montoncito entre mis manos, los ponia todos en el suelo cuidadosamente, sin tirarlos para evitar que se rompieran.

Y luego los aplastaba uno por uno escuchando el suave crujir bajo mis tenis.

¿Que por qué lo hacía? No sé, no me siento particularmente orgulloso de mis crímenes. Tal vez lo hice por las razones que justifican muchos de los actos malos que llegamos a cometer.

Quería ver que se sentía destruir algo hermoso, único e irrepetible.