miércoles, 11 de mayo de 2011

El Tigre más grande


Despierta Angel Soriano. Su cabeza retumba, los ojos vidriosos, la garganta seca. Cruda física pero no moral. Parte de un acto mecánico, se lleva la mano derecha hacia la cabeza pero se sorprende. Sonríe. Su mano no toca nada más que su cabeza completamente desprovista de pelo. La sonrisa se ensancha y su mente vuela hacia el recuerdo de lo que ha pasado.

Soriano lleva años encarnando a un personaje esencial en el folklor Tigre. Es la máxima representación del enamoramiento, de la ingenuidad propia de los que se rigen por el sentimentalismo y una fe inquebrantable en sus colores. Los muchachos del equipo pasan; unos llegan, otros se van. ¡Cuántos directores técnicos ha visto pasar por esa banca! Hasta los dirigentes son reemplazables.

Pero él lleva apoyando a sus Tigres más de 40 años, desde la fundación del equipo en 1967. En todo ese tiempo solamente ha faltado a un partido: el día del XV años de su hija. Él, el prototipo de aficionado, inspira y motiva al reto de los aficionados para que apoyen, para que griten, para que canten. Jamás le han importado las burlas, los comentarios hirientes. “¡Viejo ridículo! ¡Deje de estar haciendo payasadas y deje ver a gusto el juego!” le han gritado… él lanza su grito de guerra estilo apache y prosigue con su danza a los dioses innominados del futbol.

Se levanta de la cama con la sonrisa en el rostro. Voltea hacia el lado opuesto del colchón… vacío. Su mujer no entiende la importancia del equipo. Al principio lo tomaba como una gracia, una afición inofensiva. “Pues ya saben, mi Ángel siempre ha estado un poco loco pero ¿qué le vamos a hacer?”

Voltea el rostro hacia otro lado. Ya van años de que lo dejó. Después de tantas peleas y discusiones por no tener claras las prioridades, el gasto en un abono para el estadio, en playeras, en cervezas durante el partido… todo éso, para ella, completamente innecesario. Para él, parte indispensable de la vida. Pero bueno, ¿qué le vamos a hacer? Ella se fue para no volver jamás.

¡Pero que noche la de anoche! Tambor en mano, en medio de la Avenida más grande de Monterrey, los automovilistas pasaban lento y gritaban de felicidad. Muchos lloraban. El mismo Ángel no supo cuándo dejó de derramar lágrimas. Por fin, por fin sus Tigres se coronaban campeones.

Sus hijos… bueno, son buenos muchachos y lo quieren. Lo toleran, saben que esta pasión lo enloqueció, pero jamás lo han abandonado. Desde que fue despedido ellos se han encargado de que no le falte alimento, vestido… y su abono. “Mire, Ángel, le voy a hablar claro. Todos en la fábrica estamos conscientes de su apasionamiento y de que las faltas entre semana no han sido por enfermedad como usted ha alegado. Vamos, apareció en la televisión dentro del estadio, Ángel… Ángel, calma… Sí, yo sé que no será fácil para un hombre de su edad conseguir trabajo pero es que, óigame usted, tiene que fijar bien sus prioridades. Uno tiene que trabajar para poder vivir. Le sugiero que deje de lado el futbol para que pueda reconstruir su vida. Su familia lo necesita.” Sí, son muy buenos muchachos.

44 años de existencia del club y solamente ha faltado a un partido. Y bueno, él había considerado faltar a la Misa pero entre su hija y su ex esposa lo convencieron de dejar pasar ese partido. ¿Qué tiene de malo faltar a UN partido para festejar con su familia? Pero tantos años y un partido… Si pudiera elegir de nuevo… Intenta mejor no pensar en eso.

Por fin, por fin lo habían conseguido. 30 años sin festejar un campeonato y ahora por fin, era el turno de los Tigres. Había aguantado burlas del equipo rival en los últimos años, más después de esa estúpida promesa. Envalentonado ante las burlas y los retos, lanzó su proclama: “No voy a cortarme el pelo hasta que mis Tigres sean campeones.” La noticia tuvo difusión en el periódico local. Las aficiones de ambos bandos, rivales y leales a su causa, tomaron la noticia con gracia. “Ahora sí… Soriano se deschavetó.”

Iban 6 años y medio. Él seguía yendo al estadio, seguía gritando, seguía bailando… “La esperanza es lo último que se pierde”, pensaba. Esperó con paciencia, como nadie, el día de ayer. Jamás lanzó un abucheo, en las buenas y en las malas hay que apoyar al equipo, decía.

Inmediatamente después del silbatazo final, mientras las lágrimas recorrían su rostro, los aficionados a su alrededor lo abrazaban y todos cantaban. Apareció un espontáneo tijera en mano, preguntando con la mirada si podía comenzar. Soriano, inundado de felicidad, asintió sonriendo dichoso. Largas hebras de su cabellera caían al suelo. Algunos las recogían para tenerlas guardadas, objeto de memorabilia sin futuro valor económico pero sí sentimental.

Todo había valido la pena. Pero… ¿por qué carajos entonces se siente tan vacío?

Nota aclaratoria:

Ángel Soriano de verdad existe. Es el líder de la Porra Rítmica de los Tigres de la UANL, aficionado desde los inicios del club. Es un hombre con más de 65 años que vive apasionado con los colores auriazules. Fuera de su existencia, el resto de la historia es ficticia. El personaje principal me inspira un poco de lástima, un poco de admiración y mucho interés.

El autor se declara incondicionalmente Rayado.

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