lunes, 14 de mayo de 2012

"Final Regia": No estábamos preparados



“Se los comentaba: no estábamos preparados para un Clásico en la Final. Miles de burlas de aficionados Rayados por doquier. Fotos, frases, burlas por la eliminación se ve en Twitter y face... La afición en general no tiene la calidad en la victoria y eso es triste. Ojalá que con el tiempo las aficiones aprendan a gozar su triunfo y a no burlarse del otro... es de grandes saber respetar y de pequeños el hacer mofa del caído. Lo digo por todos los que se burlan, sea del equipo que sea. Resumo: No estábamos preparados...” 

Lo anterior fue escrito por el columnista “Sancadilla Norte” de CANCHA en El Norte, posterior a la eliminación del conjunto de los Tigres de la UANL, lo cual aniquiló el sueño de una “Final Regia”.

Dejemos de lado que, a pesar del deseo del editorialista por fomentar la imparcialidad y “elegancia deportiva” entre las dos aficiones regiomontanas, la columna de Sancadilla generalmente se reduce a chismes, rumores, pronósticos y bromas. 

Dejemos de lado que, en su afán de luchar contra los “anti” (sic), el mismo editorialista ha fomentado la polémica y la discusión, intencionadamente o no. 

Dejemos de lado que en Monterrey la anterior tendencia era fomentar la controversia, el fanatismo hasta la muerte a un equipo de futbol. Fomentar la idea de que uno puede cambiar de pareja, de carro, de trabajo y hasta de ciudad pero jamás deben traicionarse los colores que, sea por destino o por elección propia, se llevan en la piel. Idea que, invariablemente, desataba disputas, discusiones (unas amistosas, otras no tanto) y agresiones. Idea que, para bien o para mal, persiste en ciertos sectores. 

Dejemos de lado que el hecho de asumir la incapacidad de la afición regiomontana al futbol de reaccionar ante la provocación burlona con madurez, se me antoja bastante realista. Sin embargo, ésa misma incapacidad está presente en Europa, África, Sudamérica, Oceanía y Asia; no es exclusiva de la ciudad. 

Dejemos de lado lo anecdótico y lo trepidante de una “Final Regia” que tuvo que ser enterrada antes de nacer. El punto es uno: generalmente jamás se está preparado para ese tipo de eventos, al menos no la primera vez que suceden. 

Si la intención es explorarlo por la posibilidad de lo trágico, cabe acotar que solamente después de la tragedia de Hillsborough, la Federación Inglesa de Futbol decidió modificar reglamentos para prevenir la repetición de un evento de tan tétricas dimensiones.

Si la intención es considerar las probables repercusiones de las burlas y provocaciones en una ciudad con tan altos índices de violencia, cabe suponer que los cuerpos de seguridad estarían preparados. Podemos asumir que, con una semana de antelación, las medidas de contingencia se pudieron haber planificado adecuadamente. 

No quiero decir que anhelaba la Final. Sabedor del ambiente futbolero y de que la posibilidad de la burla eterna existía, creo que pasó lo mejor. Me imaginé como personaje de Fontanarrosa, deseando escapar de la propia ciudad en caso de derrota pero dispuesto a cualquier cosa para asegurar la tranquilidad de los míos. Me imaginé el mejor y el peor desenlace; sopesando, intuí y sentí que la tragedia sería mayor que la dicha. Como comenté a mis amigos Tigres: “ya me vale madre perder contra Santos”.

Sin embargo, en el futbol, como en cualquier otra área de la vida, la burla, la carrilla y el afán de restregarle al enemigo los triunfos de los propios y las derrotas de los ajenos, es cosa de todos los días sin importar los contextos sociales, económicos y educacionales. Me parece tan peligroso para la esencia del deporte el fanatismo inexorable como el desapego sentimental. 

En el deporte, como en cualquier otra área de la vida, se precisan villanos para nuestros héroes. Un Aquiles para nuestro Héctor. Una cosa es reprochar y prevenir la violencia física; otra muy distinta es el deseo de eliminar todo detalle pasional e impulsivo que, en mi opinión, forma parte integral del balompié. 

No hay que equivocar el sendero. La idea tiene tintes correctos: erradicar la violencia en nuestras canchas, en nuestros estadios y en nuestras vidas. Sin embargo, no hay que erradicar nuestra humanidad. No hay que ser, citando al principal profeta de la otrora corriente dominante en nuestro futbol regiomontano, “piel delgadita”.