jueves, 19 de julio de 2012

Cita a ciegas

Resopló fastidiado. Por más que intentaba explicarse, resultaba imposible para sus familiares y conocidos entender que así estaba bien. Tal vez si hubieran intentado antes hubiera accedido ante los ofrecimientos de ayuda. Éso de salir con una desconocida se le antojaba un triste recurso para escapar de su destino aparente.

—Germán, no seas terco, güey —Luis intentó sonreír comprensivo—. La neta yo sé que lo de Sofía te mandó a la chingada pero ya pasó suficiente tiempo. Ya es hora de que busques a alguien. 
—Güey, ¿para qué? Así estoy bien, muchas gracias, en serio.
—Ay, Germán, hazle caso a Luis —terció conciliadora Rosa, la flamante esposa de Luis—. Eres un buen hombre, cualquier mujer sería sumamente afortunada de estar a tu lado.
—No sé. Les agradezco mucho su interés, yo sé que todo ésto es bienintencionado pero créanme, así estoy bien.
—Te dije, amor. Este cabrón es el más terco que conozco.
—No soy terco, Luis. Es que simplemente no quiero.
—Germán, ándale. No te cuesta nada conocerla. Además —sonrió Rosa—, ya le platiqué de ti y está muy emocionada.
—¿Es en serio? —contestó serio y desconcertado—. No debiste...
—Sí debí. Ha pasado suficiente tiempo. Luis tiene la razón —ante esta declaración, su esposo sonríe. Ella lo mira burlona y añade—: Para variar. 
—No sé. Es que, ¿qué voy a hacer yo con una mujer?
—Lo que cualquier hombre, animal: platicar con ella, conocerla —dijo Luis exasperado—. Es una cita a ciegas, no un matrimonio arreglado.
—Okay, okay —cedió—. Supongo que no me hará algún mal salir de la casa un rato. Éso sí —los miró seriamente—: no prometo nada. Ustedes están más emocionados que yo, parece que no me conocen.
—No tienes por qué prometernos algo, Germán. Te hará bien romper con tu rutina.

¿Para qué les hizo caso? ¿Era necesario alterar su vida de tal forma sólo para satisfacer a dos amigos? Se había tardado tanto en alcanzar este equilibrio y en una sola tarde iba a arriesgar todo lo conseguido. Recordaba todavía su rompimiento, todo lo que había compartido con Sofía, las ilusiones que se había fabricado y que se disolvieron lentamente, a pesar de sus intentos por mantener vivo algo que hacía tiempo había terminado.

No tenían razón. Era demasiado pronto. Siempre sería demasiado pronto y ellos no podían o no querían entenderlo. Sin embargo, había dado su palabra y, en lo que a él concernía, ya no había marcha atrás. Tenía que cumplir a pesar de la pereza que le inspiraba conocer a alguien diferente.

—¡Hola! ¿Eres Germán, el amigo de Luis? —le dijo una desconocida que indudablemente era Caty, la "cita a ciegas".
—Este... sí —se puso de pie nerviosamente—. Quétal, muchogusto, soyGermán —disparó las palabras sin pensarlas mucho—. Toma asiento. Qué bueno que llegaste.
(¿Qué bueno que llegaste? ¿Se podía decir una pendejada más grande? Ojalá, pensó, con ésto baste para que huya de una buena vez).
—Jajajá, me dijeron que probablemente te pusieras nervioso pero no pensé que tanto —enrojeció involuntariamente Germán ante esta declaración—. ¡Aaay! ¡Te pusiste colorado!
—Eh, jajá —comenzó a sentir la sudoración en su frente—, perdón, es que hace calor, ¿no?
(Hablando del clima Y mintiendo. Si el propósito de cada palabra es ahuyentarla, estás haciendo una buena labor, Germancito).
—Tienes razón —sonrió compasiva Caty—. Sí está haciendo calor, deja me siento para platicar a gusto.


Era tanto su nerviosismo que cada palabra que salía de su boca transitaba durante lo que parecían décadas en su cabeza. Era tanto el esfuerzo mental que, todavía hoy, podía prácticamente citar la conversación de forma íntegra. Supo así que ella era arquitecta, que sonreía de forma natural todo el tiempo, que era noble, responsable y entregada. Supo que era una persona agradable, alguien que llenaba los silencios que lo acompañaban, alguien que podía llegar a querer. 


—Jajajá, oye Germán, casi no te he dado oportunidad de hablar —dijo Caty—. ¿Qué te gusta hacer?
—Pues, no sé, cosas tranquilas: me gusta leer, salir a caminar, disfruto mucho mi trabajo, me gusta muchísimo el futbol...
—¿En serio? —mostró interés repentino Caty—. No sabía que eras futbolero, ¡qué padre!
—Jajá, ¿por qué padre? —la miró sorprendido—. No lo había mencionado porque no es muy común que alguna mujer disfrute del tema. Sí, me gusta muchísimo el futbol.
—¡Oye, pues a mí también! Estaría super chido ir al estadio algún día, ¿no crees? Es más: yo te invito, ¿qué dices?
—Pues acepto gusto, jajá. De hecho —le sostuvo la mano—, tengo abono desde hace mucho tiempo así que yo también te puedo invitar. 
—¡Ay, no! ¿Tienes abono? —preguntó emocionada—. ¡Yo también tengo! Imagínate, a lo mejor nos hemos topado en el estadio y hasta ahorita nos conocimos. Oye —le inquirió—, ¿de qué localidad son tus boletos?
—Pues tengo muchísimos años yendo a Numerado, desde que tenía 15 años, creo.
—¡Yo también! —contestó Caty entusiasmada—. En serio, en algún momento nos habremos visto ahí y ni en cuenta.
—No sé —la miró enternecido—, creo que te recordaría.
—Ay, payaso. O sea que estuviste en el estadio cuando fue el campeonato.
—Eh —la miró extrañado—, sí, de hecho estuve presente en todos los campeonatos.
—A ver —preguntó seria—, ¿estuviste ahí cuando quedaron campeones de locales?
—Sí, claro —respondió sonriendo—. Me acuerdo como si fuera ayer porque fue el último campeonato del 'Cabrito' Arellano, por fin de local aunque no jugó un solo minuto del partido.
—A ver, a ver... —adoptó un gesto sombrío—. ¿Eres Rayado?
—¡Claro! —sonrió y luego la miró extrañado—. ¿Por qué? ¿Tú no?
—No —se paró y empezó a recoger sus cosas intempestivamente—, yo no. Soy Tigre y no he faltado al Estadio Universitario un solo partido desde que tengo uso de razón. Recuerdo el descenso, recuerdo las Finales perdidas, recuerdo los Clásicos y el campeonato contra Santos, recuerdo cada lágrima derramada y cada sonrisa que me ha regalado este equipo. Recuerdo todo éso y, por éso, no puedo estar con alguien que no compartirá esas alegrías y tristezas tan importantes para mí.
—A ver, tranquilízate —espetó conciliador Germán—. No es para tanto. Soy Rayado pero no estoy en contra de los Tigres, no tienes por qué irte así si todo había salido tan bien hasta ahorita.
—Si ya decía yo —sonrió sarcástica—: tanto nerviosismo es típico de un Rayado maricón. Maldita Rosa, me las va a pagar —masculló entre dientes.


Así, ella se fue y desapareció, haciendo oídos sordos a los razonamientos del desesperado Germán.

—Pinchemadre —pensó Germán—. Siempre me tocan las locas.