jueves, 2 de junio de 2011

Un amor violento

Debo confesar una cosa: solo una vez me he enamorado. Les creo y apoyo firmemente a aquéllos que proclaman a los cuatro vientos su verdad: el amor existe y solamente ocurre una vez en la vida. Mis conocidos me tachan de exagerado pero no me importa… que me dejen seguir soñando.

Tuve también la suerte de que la conocí desde chico. No fue difícil conocerla ni enamorarme de ella. Vivía cerca de mi casa y no era raro que nos topáramos. No es perfecta, de hecho, está muy lejos de serla; de todo ésto me di cuenta conforme crecí y la fui conociendo más profundamente.

Es histérica, voluble, falta a sus promesas, camina altiva y orgullosa en ocasiones, en otras tantas se esconde. Mis amigos me reprochan: “Estás a tiempo de cambiar”, “Te puedes conseguir algo mejor”, “¿Pero qué necesidad tienes de estar sufriendo?” Pero es que ellos no pueden entender, o mejor dicho, no quieren entender. Las mejores historias de amor no son las que viven felices para siempre, no señor. Son aquellas que perduran, en la que lo obtenido llegó a base de sudar sangre. Jamás lo van a aceptar pero creo que todos somos así: preferimos mil veces la que nos hace sufrir, la que cada triunfo, cada centímetro conseguido nos lo vende caro. Ésa que al menor descuido nos voltea la cara y nos deja confundidos, abandonados, sin entender bien que fue lo que pasó… para después volver y nosotros con los brazos abiertos. ¿Como tontos?

Son ellas el motor del apasionamiento, la fuente de toda energía, el motivo y causa de todo esfuerzo. Nosotros las necesitamos para respirar, los que en momentos de despecho murmuramos furibundos, y en los momentos de amor nos abandonamos al éxtasis. Amor convirtiéndose en odio convirtiéndose en amor, sin parar nunca.

Me encuentro solo en el graderío. Solo en la derrota, derramando lágrimas que no encuentran consuelo. Ella ya había huido fiel a su costumbre. Como siempre, histérica, mi chica había dejado pasar la gloria, caprichosa, embelesada tal vez con su propia belleza. Se fue y yo aquí…

Ahora en la euforia del triunfo no faltan sonrisas ni abrazos. ¿Qué saben ellos de ti, preciosa? Te miro y sé que, sin mirarme, me sonríes. Sabes que estoy en tus brazos nuevamente, que estas lágrimas que recorren mi rostro son de felicidad, de plenitud, de enamoramiento. Has de mí lo que quieras, soy tuyo para siempre. Berrinchuda, caprichosa, veleta… ¿qué te cuesta tratarme así?

Nos encanta codearnos con el sufrimiento. Padecemos de esa terrible necesidad de conocer la oscuridad para realmente valorar el brillo del Sol. Esa derrota sobre la hora o el gol de último momento, son caprichos del futbol… pero precisamente por ellos es por lo que nos desvivimos, por lo que nos apasionamos, por lo que sufrimos, lloramos, sonreímos y también vivimos. Si no fueras así no te amaría de esta manera. Así se explica esta pasión tan inexplicable, la del hombre de fútbol y la del hombre enamorado. Tan parecidos.

3 comentarios:

  1. Así de simple.
    Sí, una cosa lleva a otra y así fue como llegué hasta aquí, haha. Saludos primo.


    Patty.

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  3. Cuánto te entiendo...

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