Se cuenta desde hace mucho tiempo entre la gente del pueblo una historia con tintes de leyenda. Allá por la década de 1950 surgió en las inferiores del club una pareja de jugadores hecha para complementarse, para jugar juntos siempre, para deleitar a los espectadores de cualquier cancha.
Uno, el Chacho, era alto, fuerte, letal: un depredador del área. Sabía moverse entre sus rivales, leer sus movimientos, aprovechar el desmarque del compañero y facilitarle el trabajo a sus coequiperos. Un espectáculo el Chacho. Remataba fuerte con las dos piernas, excelente cabeceador y no le faltaban recursos para mandar la de gajos a la portería, ésa que tenía dibujada en la mente en todo momento.
El otro, el Cañito, hacía honor a su apodo. Cacheteaba la pelota rítmicamente; algunas veces con desdén, otras con un amor apasionado. Le gustaba jugar al filo de la cancha, pegado a la banda izquierda. ¡Cuántas veces se le observaba picar a toda velocidad siguiendo la línea de cal, para después mandar el centro claro, preciso, hermoso a la cabeza del Chacho! Encarador, gambetero, descarado: un jugador formado en el barrio, enamorado de la burla y el engaño.
Desde los 10 años se conocieron y durante 6, 7 años fueron el terror de las inferiores. Sus jugadas las tenían bien ensayadas. Todo mundo sabía que el Cañito iba a enfilar hacia la esquina de la cancha y de ahí enviaría el centro (raso, alto, diagonal… daba igual), y que el Chacho remataría de la forma idónea para enviar el esférico al fondo del arco sin importar qué hiciera la defensa y el arquero contrarios. No los podían parar.
El primer equipo se relamía los labios al ver el par de joyas que aguardaban una oportunidad en la cantera. Ahí termina la historia de estos dos chicos. La última temporada, dicen, el Chacho no dio pie con bola y optó por retirarse. El Cañito, decepcionado, se fue a jugar a un club de la capital y también se le perdió el rastro.
Hoy, unos 60 años después me encuentro sentado en las graderías del club. Como cualquier otro de los habitantes de mi pueblo conozco la historia interrumpida de ese par de cracks que desaparecieron sin dejar rastro. Me la contó mi padre que tuvo la oportunidad de verlos, compartiéndome anécdotas, estadísticas, memorias. A su servidor le gusta dárselas de investigador ocasional por mi afán de siempre saciar mi curiosidad, por lo cual uno de mis intereses escondidos era dar con el paradero de estos dos exjugadores y así resolver la duda: ¿qué había pasado?
Mientras por mi mente paseaban estos pensamientos, veía despreocupadamente el juego de las inferiores. Casualidad o no, un pequeño extremo centraba preciosamente el balón al centro del área donde el delantero centro, un muchachito alto, fornido se elevó elegantemente superando la marca de dos defensores y enviaba el balón lejos de la estirada del portero. Los muchachos arrancaron pegando brincos hacia el centro de la cancha, yo daba otra calada a mi cigarrillo sonriendo ante la inocencia del juego y vi a mi derecha a unos cuantos metros a un anciano sonreír a la vez.
“Bueno, ¿qué puedo perder?” pensé y volteando, manteniendo la sonrisa, pregunté:
- “Mire nada más que precioso gol, ¿no cree Don?”.
- “Claro, hijo… muy buen remate de cabeza,” sonreía orgulloso. “Es mi nieto Felipe el que anotó el gol. Lleva ya varias temporadas siendo el campeón goleador del equipo.”
- “¡Ah vaya! Pues felicidades, esperemos que el muchacho siga por este camino… ¿Usted cree que tenga posibilidades de llegar a Primera?”
- “Pues… todo puede pasar, ¿no? A final de cuentas lo que importa es que el niño siga el camino hacia lo que lo haga feliz. Si es en el futbol o fuera de él, ya es decisión de él.”
- “Claro, claro… pero ¿sabe a quién me recordó ahora que vi la jugada? Bueno, usted de seguro ha escuchado la historia… ¿Recuerda usted a Chacho y al Cañito?”
- “… Claro, dicen que eran el futuro del club, y no sólo éso, algún soñador se atrevía a decir que del país. Pero mira, éso ya es exageración porque eran unos chicos que no pasaban de 17 años cuando desaparecieron del equipo. Como te decía ahorita: todo puede pasar en esta vida.”
Envalentonándome, arriesgué la pregunta que en mi mente había desencadenado toda la conversación:
- “Y, disculpe que lo moleste, pero ¿usted sabe acaso qué fue de estos dos chicos?”
- Hizo un silencio mientras sonreía. “Hay mucha gente que sabe lo que pasó aquí, especialmente entre los viejos que estábamos presentes en aquella época… pero nadie quiere hablar al respecto. Supongo que no es la primera vez que preguntas sobre el tema.”
- “Bueno, pues siempre he tenido mucha curiosidad al respecto pero poco es lo que he podido averiguar. Sí, muchas anécdotas sobre su clase, su técnica, su nivel… pero del final, nada.”
- “Mira, lo que pasó…”, me mira directamente a los ojos, “es que me enamoré.”
- “…”
- “Así como lo oyes,” ríe abiertamente ahora. “¿Qué quieres que te diga? Me enamoré perdidamente de una chica y a partir de entonces, el futbol dejó de ser mi prioridad. Tuve suerte… Me enamoré de ella, ella se enamoró de mi, nos casamos y formamos una familia.”
- “¿Usted es el Chacho?”, pregunté temblándome la voz de la emoción.
- “Shhh, no te vayan a escuchar mis fanáticos.” Ahora, rió sonoramente acercándose a mí.
- “¿Y Cañito?”
- “Pues después de que me pasó a mi, tuvimos una mala temporada y decidió irse a vivir a la Capital con su familia. Se casó también y es feliz. Hablamos de vez en cuando todavía, tiene rato que no viene a visitar.”
Yo estaba con los ojos abiertos como platos, sorprendido de haber encontrado la respuesta de esta manera… y todavía más por lo que la respuesta había resultado ser.
- “Oiga Don Chacho, disculpe lo entrometido que puedo parecer pero, ¿no se arrepiente de haber dejado el futbol?”
- “Mira hijo… El futbol me dio muchas alegrías pero nada que se compare con el gozo de vivir con esta mujer, de haber crecido con ella, de tenerla a mi lado todos los días hasta ahora. ¿Recuerdas que me preguntaste sobre mi nieto, si tendría posibilidades de llegar a Primera?” Asentí. “El chico puede lograr lo que él quiera, pero si me preguntas a mi sobre qué es lo que quiero para él… Fácilmente te respondo: que se enamore.” Sonrió.