martes, 15 de enero de 2013

Putas

Se involucran en un mundo que les descarta cuando la Naturaleza les arrebata los regalos que recibieron inmerecidamente. Sus cuerpos, otrora jóvenes, atléticos y bellos, ya no son suficiente. Aún así, se aferran con uñas y dientes al escenario, luchando contra el Padre Tiempo, siendo recibidos por aquellos que apuestan a su favor más por lástima que por convencimiento. Nunca es lo mismo "Los Tres Mosqueteros" que "Veinte años después".

Es triste porque la mayoría no tuvo una elección al respecto. La necesidad, el hambre, la pobreza y la falta de educación les robaron oportunidades. Entonces, apuestan todo a una profesión criticada por los intelectuales de sillón, a un sueño fugaz en el que reciben la admiración y devoción de unos al mismo tiempo que la crítica y el escarnio de otros. Se saben divinidades etéreas desconociendo que su permanencia en los altares es limitada.

Son pedazos de carne que se muestran ante un público voraz, insaciable, ante una multitud enfervecida integrada por hombres de todas las clases sociales, económicas y culturales que se unen buscando respuestas a preguntas no mencionadas además de una escapatoria a la realidad que los agobia. En esos pedazos de carne intercambiables y desechables exteriorizan los traumas, complejos y necesidades que no se atreven a mostrar en público. Los buscan para amarlos, gritarles, odiarlos pero siempre para verlos. Son adorados y cargan una cita pendiente con el olvido.

Se sienten imprescindibles pero son mercancía. Se muestran ante todo tipo de compradores, siempre sonrientes y con una palabra amable detrás de los labios. Algunos humildes y otros, sabiéndose especiales, pletóricos de soberbia. Invariablemente ambos materia prima. Se compran, se venden, se prestan y se vuelven a vender al mejor postor. Siempre sonriendo. Rozan la gloria pero, todavía más peligroso, cosechan dinero a manos llenas. Estos pobres trozos de carne que ahora tienen la posibilidad de gastar en todo aquello que jamás soñaron, ceden gustosamente a la ceguera del que ansía eternizar un pasaje. Reciben lisonjas en tal cantidad que terminar por creerse merecedores absolutos de ellas. Ciegos, sordos pero jamás mudos, ceden a las tentaciones que el dinero fácil trae consigo. Es difícil mantener la cabeza y el corazón frío cuando uno ha dejado tanto en el camino.

Rara vez poseen un plan de contingencia. Al terminar pocas veces existe algo más dentro de ese mundo. Finaliza su tiempo en el escenario y son forzados a esconderse, a renunciar. Tal vez los recuerdos les basten. En el mejor de los casos, poseyeron la inteligencia para preservar un poco de todo aquello que ganaron. En el peor, lo único que les queda es la esperanza de que tal vez un romántico empedernido acuda en su búsqueda, alimentando el ego que las multitudes convirtieron en un monstruo de feroz apetito.

Existen porque sacian una necesidad. La demanda exige que haya oferta. No saben la importancia que tienen para nosotros y jamás les permitirán saberlo. La verdadera suciedad sobre los escritorios de los dueños del negocio donde cuentan su dinero e ingenian maneras para incrementar las ganancias. Es un negocio global donde la internacionalización es necesaria puesto que la materia prima difiere según el lugar de procedencia. Son pedazos de carne caucásicos, negros, latinos y orientales. Son pedazos de carne con diverso valor pero, a final de cuentas, productos. Por eso sus derechos han sido aplastados viciosamente en el transcurso de los años, prohibiéndoseles la unión sindical, siendo ignorados una vez que desaparecen de las cámaras. Carecen de seguros, de garantías o certidumbre. Les exigimos todo y nada les perdonamos. Es su culpa por meterse en eso.

Los futbolistas y las putas no son tan diferentes.

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