lunes, 29 de agosto de 2011

Gracias, Madre

Dicen que usted estuvo internada más de un mes cuando yo nací. Desde entonces yo ya tenía prisa. Apenas llevaba 7 meses en su vientre y se me antojó salir. Me cuentan mis hermanos que usted lloraba y rezaba todos los días para que Dios me salvara. Madre, no sé cuánta influencia hayan tenido sus oraciones pero sí sé que, a pesar del pesimismo de los médicos, salimos adelante, usted y yo.

Usted me decía Ratita desde chiquito. Dice que desde que me llevó a casa eso le parecí: una ratita. Flaquito, chaparro, aparentemente débil pero muy resistente. Me hacía repelar con el apodo al principio pero ya después me fui acostumbrando y, ¿se acuerda? Cuando gritaba mi nombre yo ya no respondía. Si usted quería que acudiera pronto a su llamado, tenía que gritar mi apodo. Eso sí, nada deRatita porque luego no me la acababa. Aunque a usted le molestara, ahora tenía que decirme Rata.

El Pepe y la Érika ya se habían casado, entonces nada más vivíamos en la casa Luisita, Tito, Toño, usted y yo. Fui el menor de todos y nos tocó batallar porque papá falleció poco después de que usted se embarazó. No conocí a papá pero todas mis tías decían que tenía sus ojos y su sonrisa. Mi tío Toño decía que en lo más importante nos parecíamos: yo también fui del Gaucho gracias a su influencia y también jugué siempre de extremo.

A usted no le gustaba que me la pasara en la calle por el temor a que me pasara algo pero pronto se dio cuenta de que nada se iba a atravesar entre la cancha y yo, así que tuvo que resignarse a permitirme jugar, siempre y cuando cumpliera con sus condiciones. Primero: terminar la tarea, barrer la casa y ayudarle a Doña Lupita, nuestra vecina, con sus mandados. No maltratar mucho la ropa, no pelearme y llegar temprano a la casa a cenar. Siempre cumplí con sus mandatos a excepción de la ropa, pero mamá, usted sabe que ya desde entonces no podía dar una bola por perdida y además, que me sentía orgulloso de los lindos parches que le ponía a mis pantalones cuando se rompían las costuras.

Cuando me fueron a buscar del club, usted se atravesó y habló conmigo. Otra vez, necesitaba su permiso y usted me indicó cómo ganarlo. Continuar con mis estudios, a la primera reprobada me sacaba del club, no pelearme y mantener siempre limpia la recámara.

Cuando me dijeron que me querían firmar y subir al primer equipo, lo de siempre. Seguir con los estudios, prohibido despilfarrar un centavo, nada de tomar o fumar, nada de mujeres y, un capricho de usted, usar el número 18 que papá siempre usó.

Cuando mataron a mi hermano Toño le dije que iba a salirme del equipo. No estaba jugando, ganaba dinero pero no el suficiente, era probable que me cortaran y no hay profesión tan veleidosa como la de futbolista. Usted me agarró de la cara, limpió mis lágrimas y me dijo que siguiera, que Toño era el más orgulloso de que yo estuviera en el club y él no hubiera querido que renunciara a mis sueños.

Cuando empecé a sumar minutos, usted me gritaba Ratita desde las gradas, agitando las manos y brincando de la emoción. Yo me hacía el desentendido hasta que mis compañeros se dieron cuenta que los gritos y las porras iban dirigidas a mí. Ahí murieron mis esperanzas de ser conocido por mi nombre o que, de perdido, me dijeran Rata. ¿Quién iba a pensar, mamá, que ese condenado apodo me iba a perseguir mejor que cualquier defensa contrario?

Usted ya era conocida por la afición. “Mira, mira… La mamá del Ratita”, decían y usted sonreía orgullosa mientras le contaba a todo aquél que estuviera dispuesto a escuchar el por qué de mi sobrenombre, además de todas las historias vergonzosas que se le ocurrieran en el momento. Mamá, si por alguna razón fui ganándome el cariño de toda la gente, usted tiene mucha culpa. Antes, era un chico más, un muchacho novato… con condiciones pero de endeble físico y mirada seria. Con sus anécdotas y con sus gritos, me fui convirtiendo en la Ratita del Gaucho, en el muchacho que simbolizaba la esperanza, que los sueños pueden materializarse. En el chico que las mamás querían para sus hijas y que los papás señalaban a sus hijos para inspirarlos y motivarlos.

¿Se acuerda de mi primer gol? Nunca fui de anotar muchos goles pero lo recuerdo perfecto porque usted bajó corriendo y yo quería brincarme para abrazarla, para llenarla de besos y llorar de felicidad juntos. Usted pegaba brinquitos de felicidad, todo mundo la abrazaba y mis hermanos gritaban de felicidad a su lado.

Usted me presentó a la Vivian, ¿recuerda? Una muchacha linda, noble, sonriente… Usted que me prohibió andar de noviero cuando empecé con el club, ahora venía a hacerla de Cupido. Pero bueno, quién podría conocerme mejor que usted, madre. La Vivian fue, es y será todo lo que yo quería y también por éso estoy en deuda con usted.

Innumerables pases para gol, campeonatos, convocatorias a la Selección, 2 Mundiales, viajes, recuerdos, lesiones… Cuando empecé con mis problemas de la rodilla, usted se quedaba conmigo y con la Vivian en el Hospital. Siempre con un Rosario entre las manos, pidiendo por mi salud, por mi recuperación, porque todo saliera bien.

Mamá, a usted le debo todo, desde antes de nacer. Si no fuera por usted, por sus cuidados, por sus rezos, por sus preocupaciones, por sus regaños e indicaciones, no sé qué sería de mí. Usted me hizo ser la persona que hoy soy.

Hoy dejo de ser futbolista, mamá. Hoy dejo de ser la Ratita del Gaucho para simplemente ser su Ratita, el de siempre. Me despido de toda esta gente, del estadio, de la cancha, de los colores de esta playera que jamás volveré a usar. De los entrenamientos, de los viajes, de las concentraciones, de las finales. Le digo adiós a mis compañeros, a la directiva, a la afición, a todos aquéllos que este hermoso deporte puso en mi camino.

Gracias, mamá, por acompañarme. Gracias al Cielo porque soy su hijo. Gracias a usted por ser mi madre.

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