miércoles, 3 de agosto de 2011

Cábalas del futbol: A Dios rogando...

A veces es difícil encontrarle una razón de ser a las cosas. A veces aunque uno haga su mejor esfuerzo, no salen como esperaba. Por más que estudies, entrenes, trabajes… éso no te garantiza nada. Claro, las probabilidades de que las cosas salgan bien aumentan pero vivimos en un mundo regido por el azar. Al menos así nos lo han explicado los hombres de ciencia. En este Universo todo está basado en un accidente tras otro. No hay explicaciones mitológicas, no hay maneras de alterar el destino aparte del esfuerzo y la dedicación.

Sin embargo, hay gente que quiere ver más allá. Hay gente que forzosamente necesita una explicación sobrenatural para sentir suelo firme. Hay gente que necesita creer que algún pequeño detalle altera de manera definitiva el desenlace de cualquier cuestión. Sin importar qué tan estúpido pueda ser el detalle y/o la cuestión.

En el ambiente del futbol todos conocemos algunas de las famosas “cábalas”. Si el jugador es cristiano, indudablemente a la hora de entrar al campo se arrodilla, toca el pasto y se persigna. El observador cuidadoso se percata de que rara vez uno de estos futbolistas pisa de entrada el campo con otro pie que no sea el derecho.

Hay delanteros que no tiran durante el entrenamiento “para no gastar los goles”. Si anotó en el partido anterior, repite uniforme sin haberlo lavado… tal vez traiga la esencia de la suerte. Hay arqueros que orinan (o besan) los postes antes de una serie de penaltis. Cuántos no llevan debajo de la playera una camiseta con un mensaje religioso o a la familia, con la esperanza de poder develarlo en el transcurso del partido.

Hay algunos jugadores que prefieren ser lo primeros en llegar al estadio. Hay otros que esperan hasta el último momento para ingresar al campo, segundos antes de que suene el silbato.

Pablo era uno de ésos. Creció en el seno de una familia profundamente católica. Sus hermanos y él estuvieron impuestos al rezo del Rosario todos los días. Los domingos de Misa eran ineludibles, sin importar que el Clásico lo transmitieran a la misma hora. Ese fin de semana en particular era dificilísimo para Pablo y para todos los hinchas obligados a asistir por sus mujeres.

Cuando a uno lo forman de tal manera, pasan dos cosas: uno se rebela o no lo hace. Pablo optó por la segunda y se abandonó completamente en manos de Dios. Todo lo que le llegaba a pasar formaba parte de Su Plan. No es difícil imaginar entonces que este razonamiento lo aplicara dentro de ese rectángulo verde.
De grandes aptitudes, rápido fue scouteado por el club local e incorporado al plantel. Sin embargo, el consenso respecto a Pablo siempre era el mismo: “El muchacho tiene gol en las venas, respira futbol… pero sus malditas cábalas.”

Siempre antes del partido rezaba el Rosario. No importaba si no anotaba gol: era una obligación. Si perdían el encuentro, soltaba en voz apenas audible: “Por eso decía que fuéramos a Misa todos…”, ganándose la antipatía de sus compañeros. Traía colgando 5 escapularios en cada muñeca, otros 5 en cada tobillo. Su cuerpo lo había llenado progresivamente de tatuajes con referencias religiosas. Una cruz, el Sagrado Corazón, una Virgen, versículos de la Biblia… En el vestidor encendía un Cirio Pascual enorme para que rindiera los 90 minutos del encuentro. Tenía su botellita de agua, aceite y sales bendecidas. No podía saltar tranquilo al campo de juego antes de conminar a sus compañeros a santiguarse y orar.

Sin embargo, lo malo de encomendarte por entero a factores externos es que lo interno deja de importar.

¿Para qué corro con más empeño? Si Dios quiere que llegue a ese balón, Él me pondrá ahí… O mejor aún, el balón llegará a donde yo esté.

¿Para qué intento una jugada diferente, un recorte, una gambeta, una pantalla, una finta? Todo éso es para lucimiento personal. Mis goles son una ofrenda para Dios, Él no me pide nada más. Si Él quiere que anote, anotaré.

Todo bien mientras las anotaciones y los triunfos llegaban. Siendo el sostén de su casa, le daba gracias a Dios por las enormes bendiciones.

Llegó una “mala racha”, como pasa en la vida, y los goles cesaron. El equipo empezó a perder y Pablo no anotaba. Los abucheos comenzaron a escucharse cada que tocaba la pelota. Nuestro héroe, sintiéndose un Job postmoderno, miraba con mansedumbre a las gradas y se ofrecía como cordero dispuesto a ser inmolado.

El entrenador y el dueño hablaron con él. Era hora de que anotara, no podían mantenerlo en el equipo si no anotaba goles, ésa era su función, para éso le pagaban. Pablo asentía con calma y serenidad. “Señores, yo sólo quiero que se cumpla la voluntad del Señor. Los goles llegarán si Él así lo quiere.” Ambos lo miraron incrédulos, con la certeza de estar tratando con un loco.

Lo mandaron a la banca. El sonido local lo nombró y el estadio retumbó en abucheos. “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, pensó para sus adentros nuestro atolondrado Pablo. Inmune a los gritos e insultos, comenzó a rezar para sus adentros, completamente despreocupado del encuentro.

En ésas se hallaba cuando de repente sintió un fuerte golpe en la cara y se fue de espaldas. Todo se volvió oscuridad, los sonidos del estadio se apagaron. Vio una luz y Pablo, en éxtasis, intentó correr hacia esa luz divina para encontrarse con su Creador.

-“PABLO”, retumbó una voz. -“¡Sí, Padre, he aquí tu siervo que escucha!”
“TE LO VOY A DECIR UNA SOLA VEZ: TENGO COSAS MÁS IMPORTANTES QUE HACER QUE INMISCUIRME EN UN PARTIDO DE FUTBOL. ES HORA DE QUE TE DES CUENTA QUE YO ESTOY PARA TI EN TODO MOMENTO, ERES MI HIJO Y TE AMO… PERO LO QUE TÚ HAGAS O DEJES DE HACER ES IMPORTANTÍSIMO. COMO TE CONOZCO Y SÉ QUE SOLAMENTE SI LO OÍAS DE MI BOCA HARÍAS CASO, TREMENDO CABEZÓN. HÉME AQUÍ. AHORA SAL Y ESFUÉRZATE.”

De repente, regresó al mundo de los vivos, habiendo recibido tremendo cubetazo de agua helada. “Órale, Cristito, ya te nos andabas yendo.”“¿Pues qué me pasó?”“Pues nada, tremendo balonazo que te metieron entre ceja y ceja y te partiste la madre al caerte.”
Pablo se sentó lentamente. Se quitó todo escapulario, la medalla religiosa que le había regalado su madre para su Primera Comunión la guardó en su maletín y esperó. Cuando el entrenador lo llamó para que entrara al campo de juego, Pablo dio el partido de su vida.

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