lunes, 18 de julio de 2011

La feliz ausencia de lo racional

A veces no es necesario que tu equipo gane para enamorarte. Habemos algunos trastornados que preferimos el sufrimiento, luchar contracorriente, escupirle al destino. Decirse grande más con la pretensión de creerlo uno mismo que de proclamarlo al mundo. Saber que todo se puede perder pero lo importante es preservar la dignidad cueste lo que cueste.

Tal vez pocos lectores se puedan identificar con el tributo al personaje de la historia pero SÉ en el fondo de mi corazón y de mi pensamiento que todos tenemos una historia así. Algo irracional, con un toque de locura e injustificable, siendo objetivos. Cambian los nombres, cambian los tiempos pero hay jugadores diferentes.

Desde chico mi papá nos inculcó a mi hermano y a mí el cariño a la camiseta del Monterrey. Me tocaron años difíciles para ser Rayado: el desastre de Lankenau, difícilmente avanzar a la Liguilla, ser un flan completamente en cada visita a la Capital (recuerdo varios 6-0 en contra *gulp*) y asoleadas constantes en la tribuna de Sol.

Pocas cosas me motivaban a ser Rayado, lo confieso. Una de ellas, la más importante tal vez, era un joven argentino de larga cabellera, complexión delgada y corta estatura: Sergio “El Pibe” Verdirame. Perdonen si exagero pero en mis recuerdos era un crack: conducía el balón con elegancia, tremenda velocidad, disparaba bien de media y larga distancia, driblaba con eficiencia y tenía una zurda educada. Sobra decir que mi playera de los Rayados tenía estampado su número 11 en la espalda.

El tiempo pasó, las cosas no cambiaban y mi equipo cometió una vileza irreparable, al menos así lo consideré yo en su momento: Verdirame se va del equipo. Explíquenle a un niño de 11 años que su ídolo va a cambiar de playera, que ya no va a defender más los colores de su equipo, que probablemente jugará en contra y quién sabe, a lo mejor anota.

Crecí yo y creció también el Pibe. En el 2002 seguía apasionándome pero ya tenía 16 años. Era un adolescente con ínfulas de adulto, un poco detestable como todo adolescente. Sin embargo cuando apareció la noticia de que Verdirame regresaba a los 32 años al Monterrey, tras 3 años de retiro, a calentar la banca y buscar ganarse un lugar en el 11 titular como cualquier novato... Les hago la pregunta: ¿Quién puede olvidar al ídolo que tuvieron a los 11 años?

El 14 de septiembre del 2002, el Monterrey jugó un partido intrascendente para la estadística en el Estadio Tecnológico. En la jornada 8 del torneo Apertura le correspondió hacer el papel de anfitrión ante el Querétaro, que nunca ha sido precisamente uno de los clubes más fuertes en el Futbol Mexicano.

Ganaba el Monterrey 1-0 y todo parecía común y aburrido cuando al minuto 85 el DT Daniel Alberto Pasarella llamó al Pibe, que por primera vez en el torneo estaba disponible para jugar, para que reemplazara a Antonio de Nigris. Dos minutos pasaron y tras un largo despeje del portero Omar Ortiz, el balón techó al defensa y Verdirame arrancó por la izquierda, listo para encarar al portero.

Hay instantes que duran una vida. A mí esos segundos me duraron una infancia. Fue recordar, añorar, saber que las cosas habían cambiado de una manera definitiva, completa y que ya no iban a ser iguales. Verdirame y yo ya no éramos los mismos. Entiéndame, querido lector, sé que era un partido como cualquier otro y sin embargo ese momento es parte importante de mi vida como aficionado. Sé también que, aunque lo niegue vehementemente, usted también tiene un partido así implantado en su alma de aficionado.

A veces la vida es necia y cruel, irrumpe en medio del destino y lo corrompe, destruyendo los planes trazados en la más romántica de las mentes. Sin embargo, ese momento fue respetado. Entró por la izquierda sólo y definió de zurda (¡de qué otra manera iba a ser!)

Verdirame corrió hacia la banca gritando su felicidad y derramando lágrimas. Era un momento especial: para él, para mí, para muchos aficionados. No ganó un solo campeonato de Liga con el Monterrey, ¿por qué lloraba él? ¿Por qué lloraba yo?

A veces lo más difícil de justificar razonablemente son los sentimientos. No sé, no recuerdo otra cosa de esa temporada. Leo ahora que jugó unos minutos más en otro partido pero para mí ahí se retiró. Sí, hay momentos que valdría la pena enmarcarlos en la memoria.

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