jueves, 1 de agosto de 2013

Mi abuelo Cosme


No deja de sorprenderme cómo pasa el tiempo y a uno lo arrastra. La vida siempre continúa. ¿Por qué? Porque debe continuar, porque así lo marca la sociedad, los estatutos no escritos pero implícitos y sobreentendidos. Todos los días mueren miles de personas por causas diversas y es difícil entender que cada número era una vida. Es difícil hasta que uno roza de cerca con el único evento verdaderamente inescapable para todo ser vivo: la muerte.

Hace casi un mes que falleció mi abuelo Cosme. Pensé en escribir sobre él inmediatamente pero lo fui postergando por diferentes motivos. No me gusta presentarme en público con mis tristezas y pesares porque puede ser malinterpretado como un intento poco discreto de llamar la atención, como un deseo de recibir pésames poco sinceros y cariño barato. Nadie me asegura que lo que yo pueda escribir sea un digno homenaje o que tenga una trascendencia cósmica -o cómica- pero heme aquí intentándolo. 

¿Qué puedo decir de mi abuelo? Fue un hombre fuerte, recio, duro. Lo recuerdo fumando sus Raleigh los domingos por la tarde mientras alguno de mis tíos estaba en el asador. Recuerdo las botellas de vidrio que siempre había en su casa. Recuerdo llegar a su casa y, siendo tan chiflado entonces como lo soy todavía, cambiar el canal para ver el futbol en lugar de los toros. 

Recuerdo la única vez que fuimos a la plaza de toros en Monterrey: mucho calor, mucho fastidio, mucho aburrimiento. Él siempre fue un amante de la tauromaquia. Nos contaban mis tíos que en su juventud él iba a los ranchos con sus amigos para torear vaquillas por el simple placer de torearlas. Plantarse valiente a pesar de los nervios frente a un animal para hacer suertes y peripecias con capote y muleta. Recuerdo haber preguntado mil y una veces si ya se iba a terminar la corrida. Recuerdo siempre haberlo molestado juguetonamente por el hecho de que los toreros usaban la coleta, el vestido de luces ceñido en exageración, por el salvajismo del toreo, por las artimañas de los ganaderos para disminuir el riesgo de los toreros. Recuerdo haber recorrido medio Madrid en un día buscando un sombrero que mi abuelo me encargó. Recuerdo haber entrado a la plaza de Las Ventas sólo para mostrarle las fotografías a mi regreso. No pretendo hacer una apología del toreo pero sé perfectamente que durante el resto de mi vida pensaré en mi abuelo siempre que vea algo relacionado a los toros.

Recuerdo a mi abuelo Cosme al lado de mi abuelo Rogelio. Los dos muy hombres y muy fuertes. Uno malhablado, rudo, tosco y gordo. El otro de lentes, silencioso, serio y delgado. Los dos enfermos. Los dos adelgazando cada vez más. Los dos viejos y desgastados pero igual de hombres.

Recuerdo a mi abuelo Cosme al lado de mi abuela Cecilia. Ese hombre fuerte y malhablado se doblegaba ante una mujer pequeñita de tamaño pero enorme en fortaleza. A donde ella iba, él la acompañaba. Él era su protector, su guardián, o al menos éso me parecía entonces. En retrospectiva creo que ella lo cuidaba a él y él se aferraba a ella porque ahí encontraba su lugar. 

Recuerdo los últimos días. Llevándolo al hospital para que le hicieran una serie de exámenes. Llevándolo con el urólogo a consultar. Tomándole la presión arterial cada 20 minutos hasta que se normalizara. Su impaciencia y desesperación por tener que estar acostado, esperando al efecto de los medicamentos. A él buscándola a ella con la mirada, pidiéndole su mano sólo para estrecharla en la suya y sentirse tranquilo. A mi abuela al lado de su cama, una mujer chiquita siendo la torre de su gigante.

Recuerdo el último día. La casa llena de tíos y primos. Recuerdo haber llegado y encontrado a mi papá. "Tu abuelo preguntó por ti, ve con él", me dijo con el habla entrecortada. Recuerdo haber entrado y aferrado su mano, a él sonriendo pero con la respiración estertorosa y difícil. Haber tomado una toalla mojada en agua fresca para limpiarle el sudor de la frente y del cuerpo. Haber estado a su lado, sujetando su mano hasta que poco a poco dejó de respirar y la vida se extinguió dentro de él. Haber abrazado a mi abuela, tranquilizándola y siendo fuerte porque éso es lo que se espera de un hombre. Porque soy nieto de mis abuelos y no puedo ser diferente.

Recuerdo por sobre todas las cosas haberle preguntado a mi abuela en el sepelio cómo se conocieron. Ella me contó que estaba en un baile acompañada de sus hermanas y de repente sintió como le jalaban el pelo a sus espaldas. Volteó y ahí estaba él. "Era un grosero", me dijo mi abuela. Así se conocieron y desde entonces estuvieron juntos. 

Fue un hombre duro, con virtudes y defectos, con mucha fe y muchas dificultades. Lo menos que puedo hacer es hablar de él y de su historia, que como todas las grandes historias personales, fue siempre una historia de amor.

Aquí te extrañamos, Popome.

2 comentarios:

  1. Qué bonito, estoy segura de que tendrá trascendencia cósmica por más hippie que se escuche. :) <3

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  2. Las eternas ausencias y los recuerdos infinitos. Mi abuelita nos dejó hace poco y es increíble cómo te cambia la perspectiva de la vida. Me conmovió tu escrito y también me hizo recordar :)

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