lunes, 19 de diciembre de 2011

Inocencia.

En aquellos tiempos, mis papás (ambos médicos de profesión) trabajaban durante el día y gran parte de la tarde. Por esa razón, mi abuelo pasaba por nosotros al kinder. Un hombre serio, fuerte, que inspiraba respeto. Él me enseñó a leer y me inculcó ese hábito. Para bien o para mal.

Mi abuela era completamente diferente. Dicharachera, sonriente, extrovertida y llena de abrazos y besos. Siendo el nieto mayor, el primero de muchos, me tenía bien chiflado. Es fecha que todavía mi comida favorita son los frijoles con chorizo porque ella los preparaba para mí. No recuerdo si me gustaron porque ella me dijo "están llenos de hierro, son para que crezcas bien fuerte" o si esa información fue solamente un beneficio extra. Sí tengo la seguridad de que después de que supe éso me dediqué a comer frijoles como si fueran espinacas para Popeye.

Tengo recuerdos difusos de mi infancia ahí. Algunas cosas las recuerdo porque se quedaron implantadas en mi memoria, de manera azarosa. Otras, las más, las recuerdo porque a través de los años mi familia se ha encargado de recordarme esos días. "¿Te acuerdas que bailabas la de 'Chiquilla cariñosa'"? "Te la pasabas cantando la de Sufre mamón de los Hombres G". O la mejor: "Tu pobre abuela preguntaba por todas las jugueterías de Monterrey por Letilio, un mono que querías y no lo encontraban hasta que un dependiente descifró que hablabas de Reptilio, de los Thundercats".

Todas esas memorias no son mías. Me las compartieron y ahora las recuerdo como si las hubiera leído en un libro, como si fueran de una persona que no soy yo y que tal vez me gustaría ser.

Sin embargo, hay una que sí tengo presente y que he cargado conmigo desde entonces. Como prácticamente vivíamos ahí con mis abuelos, la mayoría de mis juguetes estaban ahí. Soldados, luchadores, personajes de caricaturas. Por las tardes, en la recámara de mis abuelita ella se recostaba de lado frente a la pared, quedando profundamente dormida.

Una situación de libertad y de posibilidades. Sin embargo, protegido por su cuerpo y sin intentar un escape siquiera, me refugiaba en mis juegos. No ponía a los juguetes a luchar o a experimentar aventuras exóticas. Simplemente los acomodaba a lo largo de la ventana: en las varillas que la atravesaban, algunos colgados, otros intentando escalar el muro que separaba la cama de la ventana.

No tengo idea por qué ese recuerdo permanece. No le encuentro un simbolismo o que sea una imagen que hable de mí. Tal vez sí, pero no es lo que pensé ahorita.

Nada más el recuerdo evoca un tiempo lejano pero muy feliz. Fui un niño muy feliz, muy pleno, muy inocente. Todo lo que fui y que tal vez todavía soy lo veo ahí. He cambiado pero anhelo seguir siendo un niño que se contenta con estar cerca de alguien querido sin perseguir más. Que se contenta con acomodar sus juguetes e imaginar.

Ése es uno de los recuerdos más bellos que tengo.

1 comentario:

  1. Qué onda, Alberto.
    Muchas gracias por el comentario que me dejaste por allá.

    Celebro que tengamos muchas cosas en común.

    Un abrazo,

    Eugenio

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